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Publicado el 25 de diciembre de 2021, 23:17

El médico Pablo Uriel dejó testimonio de las andanzas de los requetés por tierras riojanas y navarras, y de la facilidad con que se entró en la dinámica represiva. Cuando preguntó a un párroco por qué se estaba matando a gente de pueblos donde ni se había derramado sangre previamente ni habían existido resistencia alguna, el cura

 

admitió enseguida que se estaban cometiendo algunos excesos, después oí con mucha frecuencia estas palabras que se referían en realidad a fusilamientos ilegales, pero afirmó con seriedad que España tenía que pagar de alguna manera sus ultrajes al orden y a la religión. … El párroco no parecía advertir que los fusilamientos nocturnos de aquellos días constituían un ultraje a la religión, puesto que se cometían en su nombre [87] .

El obispo Luciano Pérez Platero, sucesor de De Castro en Burgos, Yagüe y Alejandro Rodríguez de Valcárcel.

Curas falangistas con pistola aparecen también en Los «paseos» del 36, el libro que sobre la represión en la comarca de Roa (Burgos) escribió Jerónimo Jesús de la Torre Tapias en 2006, y en el trabajo de Esteban C. Gómez sobre Jaca (Huesca), quien también nos habla del capuchino Hermenegildo de Fustiñana, confesor de quienes iban a ser asesinados, a quienes decía que «la justicia humana era severa, que no admitía mitigaciones», o del escolapio Ventura Mínguez, al que se recuerda con uniforme de Falange y armado. Por su parte José González Cabañas, en su trabajo sobre La Bañeza (León), nos recuerda el caso de Pedro Montiel Sarmiento, cura de Jiménez de Jamuz, que tomó parte activa en la represión, o el del franquista Ángel Riesco Carvajo, más tarde obispo en los años cincuenta [88] . A las memorias de Jesús Pueyo Maisterra, natural de Uncastillo (Zaragoza) y cuya familia quedó destruida por la represión, debemos esta historia con cura:

 

Otros de los sucesos más horribles, que tuvimos que presenciar, fue el fusilamiento de Basilia Casaus, que tenía 19 años y que estaba embarazada de gemelos, según el médico del pueblo Don Jesús, le faltaba entre una a dos semanas para dar a luz. Teniendo en cuenta el pronóstico del médico, la Guardia Civil aceptó esperar para fusilarla. También la Falange decidió esperar. Pero su primo, que era sacerdote, se negó a prorrogar la sentencia y en contra de la decisión del médico Don Jesús, de la Guardia Civil y de la Falange, dijo: «Hay que fusilarla, muerto el animal, muerta la rabia», y fue fusilada frente al castillo de Sádaba [89] .

Manuel de Castro Alonso, obispo de Burgos, ante Franco.

Luis Castro nos cuenta el caso del párroco de Hormazas (Burgos), muerto en el frente como voluntario falangista. No fue el único caso. En el Registro Civil de Burgos constan los nombres de Ramón Palacios, Etelvino Pereira y Lucio Barberá como fallecidos en actos de campaña [90] . El boletín del arzobispado los registraba como asesinados por los rojos. Otro, Benito Agüero González, cura y alférez provisional, fue sometido a consejo de guerra en 1937 por saqueo y recluido en una residencia sacerdotal. Castro también alude a la implicación del clero rural en la elaboración de listas negras y como informantes en las variadas jurisdicciones de carácter represivo. Esteban C. Gómez también menciona tres curas de Jaca que cayeron luchando en el frente y José María Ruiz Alonso nos cuenta uno de estos casos en su libro sobre Toledo: el del fraile carmelita Gregorio Sánchez Sancho, quien reconoció en el juicio ante el Tribunal Popular de Toledo haberse sumado arma en mano a los sublevados que desde su convento, situado en lugar clave y preparado previamente por los militares golpistas, dispararon contra las fuerzas republicanas del general Riquelme llegadas desde Madrid el 21 de julio. Poco pudo hacer el fiscal Nicolás González-Deleito, que según Ruiz Alonso más que de fiscal actuó siempre de «segundo abogado defensor», ante semejante inculpación. El fraile, que no fue el único carmelita que participó en la lucha, fue ejecutado [91] .
A Pedro Piedras Monroy debemos una pequeña historia extraída de los recuerdos escritos de su tío Ángel cuando estaba preso en Burgos. De su estancia en esta prisión recordaba un hecho que tuvo por protagonista al capellán jesuita Marcelino Bolinaga. Uno de los domingos en los que les obligaban a asistir a misa, en el comedor hubo tres presos que tosieron durante el sermón. Al terminar, el capellán se dirigió al director diciéndole que «hay que fusilar a 40 en medio del patio para [que sirva de] ejemplo a los demás». Como el director le dijera que no firmaba esas ejecuciones, sacaron arbitrariamente a seis o siete de cada brigada y los llevaron a las celdas de castigo impidiéndoles de esa forma comunicarse con la familia [92] .

El obispo de Málaga, Balbino Santos Olivera, en un acto público.

Santiago Vega Sombría recoge testimonios no ya sobre curas armados y vestidos de falangistas —los de San Rafael, Bernardos, Arcones…— sino de curas participando en sacas, trasladando a detenidos en camionetas y tomando parte activa en la represión. Así, por ejemplo, uno de los componentes de la escuadra falangista de Olmedo era un fraile. El espíritu que guio a gran parte de la Iglesia aquellos días queda bien reflejado en un informe del cura de Valverde del Majano (Segovia): «… tengo la satisfacción de decirte que desde que se inició el movimiento salvador y a los pocos días de fusilar a los cinco de que te hablé [uno de ellos el presidente de la Casa del Pueblo], asiste a misa y a la catequesis tres veces más gente que antes» [93] . Como para no acudir… Es más, en los años cuarenta e incluso en los primeros cincuenta era la propia Guardia Civil la que en los pueblos pequeños, cuando el personal se relajaba un poco, pasaba por las casas recordando a la gente la obligación que tenían de ir a misa «los domingos y fiestas de guardar» [94] . Era una forma de recuperar unos años en que vieron peligrar día a día su situación y sus privilegios entre la población. El párroco de Aznalcóllar (Sevilla) Manuel Orellana Gordillo, que declaró a un juez militar que no conocía a la mayoría de los jóvenes que asaltaron la iglesia porque no iban por allí nunca y muchos estaban sin bautizar, añadió: Pues era el caso tan frecuente en este pueblo que no pasaban por la Iglesia para bautizarse ni para casamiento e incluso para el enterramiento religioso [95] .

 

[87] Uriel, P., Mi guerra civil, El Autor, Valencia, 1988, pp. 14-15.

[88] Cabañas González, J., La Bañeza 1936. La vorágine de julio, El Autor, León, 2010, y C. Gómez, Esteban, El eco de las descargas, El Autor, Barcelona, 2002.

[89] Pueyo Maisterra, J., «Del infierno al paraíso», p. 21. Disponible en http://pagesperso-orange.fr/jesus pueyo/.

[90] El caso de Palacios lo menciona Tovar Patrón en Los curas…, p. 673. Murió por disparos en Somosierra cuando pasaba de una trinchera a otra. Se había incorporado a Falange tras su presentación como voluntario.

[91] Ruiz Alonso, J. M., La guerra civil en la provincia de Toledo, Ediciones Almud, Ciudad Real, 2004, t. I, pp. 172 y 211.

[92] Piedras Monroy, P., La siega del olvido. Memoria y presencia de la represión, Siglo XXI , Madrid, p. 196.

[93] Vega Sombría, S., De la esperanza a la persecución. La represión franquista en la provincia de Segovia, Crítica, Barcelona, 2005.

[94] Así constaba en el diario del veterinario de Llera (Badajoz) Antonio Grillo, hombre creyente y practicante que comentaba en ocasiones cómo se notaba en la misa la ronda que había hecho la Guardia Civil.

[95] ATMTSS, sum. 1184/1937, leg. 179-7836.

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