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Publicado el 28 de diciembre de 2021, 22:21

Rodríguez Lago cuenta la historia del sacerdote compostelano Manuel Landeira Muiño, ecónomo de Mugardos, que encontró la muerte, arma en mano, defendiendo el pazo de Piñeiro, residencia familiar de la familia Otero, grandes propietarios de la zona bajo cuyo patronato se encontraba el cura. El mismo autor sitúa a otros párrocos que se implican en la lucha en Vedra, As Neves, Salceda de Caselas… Párrocos que disparan y matan, como el de San Miguel de Sarría, Ramón Losada. Y concluye:

Cuanto más profundizamos en lo sucedido en Galicia durante aquellas horas decisivas, más razones encontramos para poner en cuestión la mística del victimismo desarrollada posteriormente por el discurso eclesiástico de la cruzada [96] .

El mismo autor también detalla la implicación del clero en la represión que se abatió sobre Galicia, como el párroco coruñés José Toubes Pego, fundador del diario El Ideal Gallego, o el cura Emilio Álvarez Martínez «Reisiño», jefe en Vigo, de donde era natural, de una escuadra falangista especializada en tareas represivas. Álvarez fue el fundador de la agrupación juvenil católica Martín Códax, varios de cuyos dirigentes se incorporarían a Falange en el verano del 36 y participarían en las tareas represivas. Como solía pasar con estos curas y nos recuerda Gonzalo Amoedo, su vida privada no era nada ejemplar. Mención especial merece el sádico jesuita Petronilo Nieto, que desarrolló su enorme capacidad de maldad en el campo de concentración de la isla de San Simón (Vigo). Usaba armas y llegó a participar en ejecuciones [97] . El jesuita sentía especial animadversión por aquellos presos que rechazaban sus servicios en los momentos previos a la muerte, rechazo este que desquiciaba a los curas del fascismo. Contamos con el testimonio del escritor y periodista Diego San José: «Pregunten en tierra de Galicia por un jesuita llamado el P. Nieto, excapellán de la cárcel de Vigo, que insultaba a los reos puestos en capilla, y cuando yacían sin vida, acribillados a balazos, profanaba los cadáveres de aquellos que se habían negado a recibir sus auxilios introduciéndoles la contera del bastón en la boca» [98] .

Emilio Álvarez Martínez
«Reisiño».

Del ambiente que se respiraba en Lugo durante la República y sobre todo en los meses previos al golpe, nos proporciona varios ejemplos María Jesús Souto: párrocos detenidos por celebrar reuniones sospechosas en sus casas como el de Quiroga, Elisardo García Cifuentes; presbíteros detenidos por posesión ilícita de armas, como José Pardo Núñez, de Incio, o párrocos detenidos y multados por lanzar frases ofensivas contra la República como Marcial García Cereijo, de San Salvador de Asma. A Francisco Moreno Gómez debemos la historia de Manuel Fernández, párroco de Cesuris-Manzaneda (Orense). Cuando Mario Rodríguez Losada se echó al monte con 22 años en julio de 1936, el párroco movió todos los hilos necesarios para que Juan Rodríguez, padre del huido y alcalde del Frente Popular, fuese asesinado, lo que consiguió finalmente en abril de 1937. La partida de Mario Rodríguez se vengaría cuatro años después, en marzo de 1941, dándole muerte a tiros y llevándose su cabeza [99] .

El investigador canario Pedro Medina Sanabria nos da cuenta del caso del jesuita vasco Luis María Eguiraun. Confesaba a los que iban a ser fusilados, caso del soldado Manuel Alonso Rodríguez, asesinado en julio de 1937 en Santa Cruz de Tenerife. Lo escuchó en confesión, pero antes de que lo ejecutaran ya sabían el encargado de la ejecución y los jefes de los pelotones lo que había contado al cura [100] . Los estudios de Ángel Iglesias también nos hablan de los curas trabucaires salmantinos, como el de El Bodón, José María Corral, de espíritu vengativo; el de Robleda, José María Martín, un vulgar pistolero que llegó a participar «en la caza de hombres», o Matías García, cura de Navasfrías y Fuenteaguinaldo, que firmó denuncias. [101] 

Gonzalo Amoedo López, en su trabajo A memoria e o esquecimento. O franquismo da provincia de Pontevedra, aporta igualmente casos como el de Crisanto Extremadouro Vidal, párroco de Villasobroso, que paseaba con una escopeta al hombro; José Gago Tarrío, cura falangista de Cea, quien tenía en su poder la vara de mando del alcalde de Urrieta (Álava), a quien se jactaba de haber matado; José Fernández Parada «Padre Comesaña», de Vigo, de pistola al cinto y voluntario de primera hora… También hubo párrocos que se negaron a dar enterramiento en el cementerio a víctimas de la represión, caso del de Mourente, Ignacio Triñanes, o el de Pedre, Manuel López Vizcaíno [102] . He aquí una cita de abril de 1937 de la revista Martín Códax:

Dios está entre nosotros. Dios está con Falange. Y la Falange, que ayuda en los frentes a ganar la guerra y prodiga en la retaguardia la caridad cristiana, salvará a España.

Su autor era Eijo Garay, obispo de Madrid-Alcalá. O también esta otra cita, en este caso anónima, igualmente procedente del trabajo de Amoedo:

Hace medio año que estamos empeñados los hijos del apóstol Santiago en una guerra religiosa y patriótica… esto no es un pronunciamiento militar, ni una guerra civil, ni una lucha de clases… el pueblo la estima como un caso de defensa contra una banda de atracadores.

De Eijo Garay conocemos otro hecho que lo retrata bien por el periodista Diego San José, preso en Porlier en 1940. Las esposas de varios compañeros recurrieron en busca de clemencia al obispo de Madrid-Alcalá y este, en una carta dirigida a las «Señoras viudas de…» —los hombres aún estaban con vida— les contestó:

Muy señoras mías: En contestación a su carta, pidiéndome que intervenga a favor de sus familiares condenados a dar cuenta a Dios de sus culpas, siento mucho manifestar a ustedes, que no me es posible hacer otra cosa en su favor que rogar a Dios Nuestro Señor que les dé lo que más les convenga [103] …

Otro obispo que debe pasar a los anales de la Iglesia de la Cruzada es el aragonés Cruz Laplana Laguna, obispo de Cuenca, gracias a cuya «voluntad expresa» se presentó José Antonio Primo de Rivera por Cuenca en las elecciones de febrero de 1936. Fue entonces cuando declaró: «Ahora nos encuentra la revolución mejor organizados que en 1931 y, además, acostumbrados no solo a sufrir, sino también a resistir». El obispo Laplana sería asesinado el 8 de agosto de 1936 en Cuenca junto con su ayudante, Fernando Español. Su biógrafo, el fanático jesuita Sebastián Cirac Estopañán, escribiría: «Si hubiera habido un militar decidido en Cuenca hubiera triunfado el Levantamiento Nacional desde el primer momento». Laplana sería uno de los 498 mártires españoles beatificados en octubre de 2007 en el Vaticano. Según parece había dicho: «Si es preciso que muera por salvar España moriré a gusto…».

Aunque no haya razones para optimismo alguno sino más bien lo contrario, es de esperar que algún día la investigación histórica pueda estudiar en detalle la beatificación de los mártires españoles más allá de la versión de la Iglesia. En el caso del salesiano José Blanco Salgado sabemos que estuvo disparando contra los trabajadores desde el cuartel de la Guardia Civil sublevada en Morón de la Frontera (Sevilla), como queda recogido en una reciente publicación [104] . Cuando sus autores recabaron información de alguna de las personas que había intervenido en el proceso de beatificación se les indicó que, tras su declaración en la causa eclesiástica, tenían obligación de mantener su testimonio en secreto. De esta forma, la Iglesia protege su versión sin exponerse a una confrontación pública que pudiera contradecir sus decisiones.

Caso diferente es el del obispo de Teruel, Anselmo Polanco, quien, tras presenciar desde el balcón del Palacio Episcopal el desfile del Tercio Sanjurjo llevando pinchados en las bayonetas orejas, narices y otros miembros de los prisioneros republicanos, dijo que se trataba de «los excesos naturales de toda guerra» [105] . Lo que tampoco es de extrañar si pensamos que, tras algunos de los bombardeos republicanos sufridos por Huesca en el verano del 36, hubo sacerdotes que participaron en las manifestaciones posteriores en las que se pedían represalias [106] .

 

[96] Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, p. 105.

[97] Ibíd., pp. 139-140; 171-172.

[98] La cita procede de Francisco Moreno Gómez, en Juliá, S. (coord.), Víctimas de la guerra civil, Temas de hoy, Madrid, 2004, p. 358. Petronilo Nieto hubiera merecido otro retrato como el que los presos de Ocaña, al parecer bajo la supervisión de Miguel Hernández, hicieron con «El cura verdugo» del penal en el conocido poema que empieza: «Muy de mañana, aún de noche, / antes de tocar diana, / como presagio funesto, / cruzó el patio la sotana. /¡Más negro, más, que la noche, / menos negro que su alma, / el cura verdugo de Ocaña!».

[99] Moreno Gómez, F., «Huidos, guerrilleros y resistentes. La oposición armada al franquismo», en Casanova, J. (coord.), Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco, Crítica, Barcelona, 2002, pp. 215-216.

[100] Comunicación por e-mail de 06/05/2010.

[101] Comunicación por e-mail de 17/05/2010.

[102] Comunicación por e-mail de 17/05/2010.

[103] Aunque procede de Diego San José, De cárcel en cárcel, A Coruña, Ediciós do Castro, 1988, la cita procede de Francisco Moreno Gómez, Juliá, S. (coord.), Víctimas de la guerra civil, Temas de hoy, Madrid, 2004, p. 355.

[104] García Márquez, J. M. y Guardado Rodríguez, M., Morón: consumatum est. 1936-1953. Historia de un crimen de guerra, Planta Baja, Morón de la Frontera, 2011, p. 61.

[105] Tomamos estos datos de Víctor Pardo Lancina, que los destacaba en el texto que preparó para la presentación del libro de José Luis Melero Los libros de la Guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949), Rolde de Estudios Aragoneses, 2006, de donde procede la información.

[106] Pardo Lancina, V., «Huesca, verano del 36», en Tiempo destruido, El Autor, Huesca, 2009, p. 67.

 

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