La regulación crea más regulación FALACIA DEL PROVEEDOR ÚNICO

Publicado el 30 de diciembre de 2021, 23:42

Uno de los efectos clásicos del síndrome del dictador es que las regulaciones creadas para salvar al mundo siempre acaban trayendo más regulaciones y más Gobierno Omnipotente. Esto se debe a que las soluciones a los problemas que generan los políticos siempre se arreglan con el sistema de la «patada para adelante»: si cualquier programa del Gobierno no funciona, se le asigna más dinero sin estudiar realmente los problemas o deficiencias que pueda tener. Si el Gobierno crea más paro, distribuye más subvenciones; si los programas contra la pobreza no funcionan, simplemente se les da más dinero; si nadie va a ver películas españolas, les aumentan la subvención. Y así hasta la quiebra total. Así que podríamos concluir que el Síndrome del Dictador genera:

1. Una casta de vividores a expensas de la ley, ya sean particulares u organizaciones sin (presunto) ánimo de lucro.

2. Cuando el Gobierno beneficia a un grupo, otros grupos y personas (pícaros) se animan a buscar beneficios similares.

3. La regulación creada siempre llama a más regulación.

4. Lo anterior genera un Gobierno más grande y omnipotente.

5. Menos iniciativa privada y civil que empobrece el esfuerzo para las buenas causas.

6. Más impuestos para todos e injusticias. Gente que no quiere ayudar a los niños de África, sino a los españoles o europeos por ejemplo, se ve obligada a contribuir mediante la fuerza a algo en lo que no destinaría su dinero.

7. El monopolio del mecenazgo, caridad y humanidad en la fría e interesada maquinaria del Gobierno solo busca votos.

8. Y lo peor de todo, solo aumentaremos aquello por lo que el Gobierno dice que va a luchar. Si pretendemos erradicar la pobreza, crearemos más (lo veremos muy concretamente en el capítulo 3 con la Ayuda Exterior).

FALACIA DEL PROVEEDOR ÚNICO

 

«No existe opinión alguna, por absurda que sea, que los hombres no acepten como propia, si llegada la hora de convencerles se arguye que tal opinión es aceptada universalmente. Son como ovejas que siguen al carnero a dondequiera que vaya» [56]

 

ARTHUR SCHOPENHAUER

 

Habrá escuchado mil veces en tertulias, discusiones de bar, familiares… que cuando alguien aboga por restringir el peso del Gobierno sobre algún sector, la mayoría se escandaliza y dice: ¡Pero qué haría la gente sin ese servicio! Por ejemplo, le decíamos a alguien: «hemos de eliminar el subsidio de desempleo, o que el Gobierno no se meta en sanidad, educación…”. Todo el mundo empalidecerá y sin pensar ni escuchar, exclamarán: “¿qué harán los parados? Quién cuidará de los enfermos y de los niños…». Esa es la Falacia del Proveedor Único.

La falacia del Proveedor Único consiste en creer que un determinado servicio solo puede ser ofrecido por una o pocas empresas colocadas a dedo por el Gobierno. A la vez, esta falacia nace de otra, la del falso dilema. En ambas argumentaciones se asume que todo está limitado por dos opciones posibles cuando en realidad hay múltiples. Hay cosas en la vida que son blanco o negro, pero muchas otras no. Si decimos, «maltratar está mal”, no hay opción, lo está y punto. Pero hay otras en las que no. Un ejemplo clásico del falso dilema es: “o estás con nosotros, o contra nosotros». No es necesariamente así, puede haber más puntos de vista.

Desde el punto de vista económico se suele argumentar a favor de los monopolios como una especie de mal menor. En esta teoría hay sectores (seguridad, energía, comunicaciones…) que si no fuesen ofrecidos en monopolio —no como empresa única, sino como sector monopolístico—, la competencia no podría sobrevivir y el mercado se vería desabastecido. Es una gran falsedad a nivel histórico [57] y lógico.

 

En monopolio desde el punto de vista económico

 

Una empresa se puede convertir en monopolio natural por dos razones. Una es por el plebiscito del consumidor (de facto), y la otra por ley (de iure). La historia económica nos enseña que hay empresas que se convierten en monopolios porque dan al consumidor aquello que más desea y su competencia no acierta con los designios del demandante. Este tipo de monopolios no son finitos en el tiempo, al final caen porque realmente no pueden eliminar la competencia. Casos recientes son los de aquellos productos que proporciona la tecnología. IBM tenía el monopolio en la venta de PCs en los años ochenta. Ahora ni los fabrica de lo atomizado que está el sector. Microsoft llegó a controlar el 95 por ciento de la cuota de mercado de navegadores con el Internet Explorer y desde la última década no ha dejado de bajar aunque siga siendo el más usado. A este ritmo la competencia se lo comerá en poco tiempo. Antes del año 2000 parecía que el buscador de Yahoo! se iba a comer el mundo y ahora nadie lo usa. Un monopolio se mantendrá hasta que pierda la confianza del consumidor porque siempre habrá la pequeña competencia al acecho para encontrar sus defectos y atacar dando algo mejor al consumidor.

Los monopolios por ley son los creados desde un despacho político para beneficiar a empresas y lobbies. Y hoy día la gran mayoría son de esta clase. El Gobierno toma un sector en monopolio afirmando que el resto del mercado (la sociedad civil) no podría ofrecerlo en unas condiciones «óptimas». Cuando esto ocurre la oferta inmediatamente baja al quedarse concentrado en uno o pocos oferentes. Esto provoca que la curva de la demanda original (la del libre mercado) quede distorsionada frente al de la oferta convirtiéndola en más inelástica debido a las barreras legales impuestas coercitivamente por el propio Gobierno, como: tarifas, franquicias exclusivas y profesionales, otorgamiento de licencias, altos capitales mínimos para la constitución de la empresa, leyes restrictivas para los proveedores… En este proceso se ha sustituido la competencia por la burocracia limitando el mercado en aras de ofrecer un servicio público de calidad y asequible, pero como dijera el economista Murray Rothbard:

 

«El propio término “servicio público”… es un absurdo. Todo bien es útil “para el público” y casi todo bien […] puede ser considerado “necesario”. Cualquier designación de unas pocas industrias como “servicios públicos” es completamente arbitraria e injustificada» [58] .

 

Cuando el Gobierno se otorga a sí mismo un servicio o lo reparte entre pocos oferentes o empresas, como la educación o sanidad, no hace que deje de ser escaso, eso es imposible. Solo lo hace más inaccesible generando colas (como la sanidad) o procesos de racionalización (como la educación donde la administración nos asigna colegios). De hecho, en manos del Gobierno los servicios que presta siguen siendo escasos, y por eso se genera a su alrededor una competencia privada como colegios concertados u hospitales privados.

Y es que hemos de entender una cosa, todo lo que valoramos es escaso a nivel económico. La economía precisamente es eso, la distribución de la escasez. Los zapatos no nacen en los árboles, ni los trajes, ni las patatas en sus bolsas, ni los coches, ni las personas nacen ya siendo médicos, ingenieros, informáticos… Todo necesita ser racionalizado, y el sistema más eficiente y justo para esa racionalización y que a la vez satisfaga a los máximos participantes posibles solo será el sistema de precios de mercado y libre competencia.

Si obviamos lo anterior y creemos que el Gobierno asignará mejor los recursos que millones de procesos y personas en el mercado, crearemos lo que llamamos en economía el "efecto expulsión” o crowding out. Esto es, el monopolio del Gobierno sube los costes del sector y se queda con una importante parte de la demanda porque la ofrece “gratis" para el usuario (pero no para el resto de ciudadanos) y el sector privado solo se queda con unos residuos que solo competirán por la calidad y no el precio. Esta es la razón por la cual, la sanidad y educación privada son caras y únicamente accesibles a los sectores de la población más adinerada. A quienes más perjudican los monopolios del Gobierno son a las clases bajas. El rico siempre podrá permitirse educación o sanidad privada, la clase media y rentas más bajas, no. Sin embargo, los políticos siempre nos han dicho lo contrario.

[56] Dialéctica erística: o el arte de tener razón. Arthur Schopenhauer. Editorial Trotta, S.A. 2007.

[57] Ver El Mito Del Monopolio Natural de Thomas J. DiLorenzo y traducido por el profesor Juan Fernando Carpio en Liberalismo.org. Para una visión mucho más amplia leer: The Political Economy Of Monopoly, de Fritz Machlup. The Johns Hopkins Press, Baltimore. 1952

[58] Man, Economy, and State with Power and Market, Scholar's Edition. Murray N. Rothbard. Ludwig von Mises Institute. 2004.

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