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Publicado el 1 de enero de 2022, 2:48

Todos conocemos el fatal prejuicio, prácticamente desde el principio en el movimiento obrero, contra la inteligentsia como catalizador del cambio histórico. Es hora de preguntar si ese prejuicio contra los intelectuales y el complejo de inferioridad de los intelectuales nacido en él no fueron un factor elemental del desarrollo de las sociedades capitalistas así como de las sociedades socialistas: del desarrollo y el debilitamiento de la oposición. Normalmente los intelectuales salían para organizar a los demás, a establecer organizaciones en las comunidades. Por cierto que no utilizaban la potencialidad que tenían para organizarse a sí mismos, entre sí, no sólo a nivel regional o nacional sino en un plano internacional. Opino que ésta es una de las tareas más urgentes en la actualidad. ¿Podemos decir que la inteligentsia es agente del cambio histórico? ¿Podemos decir que hoy la inteligentsia es una clase revolucionaria? La respuesta que yo daría es la siguiente: No, no podemos. Pero podemos decir, y pienso que debemos decirlo, que la inteligentsia tiene una función preparatoria decisiva. Sólo eso, y creo que es suficiente. Sola no puede ser una clase revolucionaria, pero puede transformarse en un catalizador y de allí su función preparatoria —por cierto no por vez primera pues de hecho es así como comienza toda revolución— hoy, quizá, más que nunca antes. Pues —y para ello poseemos una base muy material y muy concreta— es en ese grupo donde serán reclutados los titulares de puestos decisivos en el proceso productivo en el futuro, mucho más que hasta el presente. Me estoy refiriendo a lo que podríamos llamar el carácter cada vez más científico del proceso material de la producción, en virtud del cual el rol de la inteligentsia se modifica. Es un grupo en el cual se hallarán los ocupantes decisivos de puestos decisivos: científicos, investigadores, técnicos, ingenieros e incluso psicólogos, porque la Psicología seguirá siendo un instrumento socialmente necesario, de servidumbre o de liberación.
Esta clase, esta inteligentsia, ha sido llamada la nueva clase obrera. Pienso que inclusive, en la mejor de las hipótesis, este término resulta prematuro. Actualmente ellos son —y no deberíamos olvidarlo— los beneficiarios favoritos del sistema establecido. Pero también pueden ser la fuente de las evidentes contradicciones entre la capacidad libertadora de la ciencia y su uso represivo y esclavizador. Activar la contradicción reprimida y manipulada, hacerla funcionar como un catalizador del cambio, he allí una de las principales tareas de la oposición aquí y ahora. La misma debe proseguir como una tarea política.
Nuestro trabajo es la educación en un sentido nuevo. Tratándose de teoría así como de práctica, práctica política, hoy la educación es más que una discusión, más que enseñanza, aprendizaje o redacción. Si no trasciende las aulas, si no trasciende el colegio, la escuela, la universidad, seguirá impotente. Hoy la educación debe abrazar mente y cuerpo, razón e imaginación, necesidades intelectuales y del instinto, porque toda nuestra existencia se ha vuelto el sujeto/objeto de la política del planeamiento social. Remarco que no se trata de la cuestión de politizar las escuelas y las universidades, de politizar el sistema educacional, éste ya es político. Sólo necesito recordarles el inaudito grado (me refiero a los Estados Unidos) de participación de las grandes universidades en monumentales operaciones de investigación, cuya naturaleza ustedes conocen en muchos casos, inducidas por el Gobierno o por organismos paragubernamentales.

El sistema educativo es político, de manera que no somos nosotros quienes deseamos politizarlo. Lo que queremos es una contrapolítica opuesta a la política constituida y, en este sentido, debemos enfrentar a la sociedad en su propio campo de movilización total. Debemos enfrentar al adoctrinamiento para la servidumbre con adoctrinamiento para la libertad. Cada uno de nosotros debe crear en sí mismo, e intentar la creación en otros, la necesidad instintiva para una vida sin temor, sin brutalidad y sin imbecilidad. Y debemos tratar de crear la reacción instintiva e intelectual ante los valores de una opulencia que divulga agresividad y supresión en todas partes.

Antes de finalizar, me agradaría decir qué pienso de los hippies, ya que todos los demás hicieron lo mismo. Me parecen un fenómeno serio. Si estamos hablando de la aparición de una reacción instintiva contra los valores de la sociedad opulenta, pienso que aquí está el sitio donde deberíamos buscarlo. Me parece que los hippies, como cualquier movimiento inconformista de izquierda, están divididos; que existen dos orillas, partidos o tendencias. Gran parte de ello es puro carnaval y jolgorio a nivel privado y, por lo tanto, como ya sugirió Gerassi, completamente inofensivo, muy bonito y encantador en muchos casos, pero nada más. Sin embargo ésta no es toda la historia. Entre los hippies existe —especialmente en tendencias como los Diggers y los Provos— un elemento político inherente, quizá más en Estados Unidos que aquí. Se trata de la aparición de nuevas necesidades y de valores instintivos. Allá está la experiencia. Existe una nueva sensibilidad contra la racionalidad eficiente e insana. Existe el rechazo en obedecer las reglas de un juego rígido, un juego que sabemos rígido desde el principio, una revuelta contra la limpieza compulsiva de la moralidad puritana y contra la agresión creada por esa moralidad puritana como hoy la vemos en Viet Nam [2] , entre otros sitios.

Por lo menos esta porción de los hippies, en la cual la rebelión sexual, moral y política está algo unida, es en verdad una forma no agresiva de vida: la demostración de una no agresividad que logra, al menos parcialmente, demostrar valores cualitativamente diferentes, una transapreciación de valores.

Actualmente, toda educación es terapia: terapia en el sentido de liberar al hombre, por todos los medios disponibles, de una sociedad en la cual, tarde o temprano, será transformado en un bruto, aunque no se dé cuenta. En este sentido, educación es terapia, y toda terapia hoy, es teoría y práctica política. ¿Qué tipo de práctica política? Eso depende totalmente de la situación. Es difícil imaginar que debamos estudiarla en detalle aquí. Les he recordado apenas posibilidades varias de manifestación, de descubrir modos flexibles de manifestación que puedan enfrentar el uso de la violencia institucionalizada, del boicot, de muchas otras cosas, todo  confluye de una manera tal que ella tiene probabilidad razonable de reforzar las fuerzas de la oposición.

Como educadores, como estudiantes, podemos prepararnos para eso. Vuelvo a decir que nuestro rol es limitado. No somos un movimiento de masas y no creo que en el futuro próximo veamos un movimiento tal.
Quiero decir algunas palabras más sobre el Tercer Mundo. No me referí a él porque mi tema se ceñía a la liberación en la sociedad opulenta. Estoy plenamente de acuerdo con Paul Sweezy en lo que se refiere al hecho de que, sin encuadrar a la sociedad opulenta en la estructura del Tercer Mundo éste resulta incomprensible. Creo también que, aquí y ahora, debemos dar énfasis a las sociedades industriales avanzadas sin olvidar de hacer lo que podamos (del modo en que nos sea posible) para apoyar, técnica y prácticamente la lucha por la liberación de los países bajo el neocolonialismo que, si tampoco son la fuerza final de liberación, contribuyen al menos con su parcela —que es considerable— para el debilitamiento y la desintegración potencial del sistema imperialista mundial.

Nuestro papel como intelectuales es limitado. De manera alguna deberíamos ceder a cualquier ilusión. No obstante, peor que eso sería sucumbir al derrotismo generalizado del que somos testigos. Actualmente, el rol preparatorio es indispensable. Creo no ser muy optimista —en general no tengo reputación de ser optimista en exceso— incluso cuando digo que ya podemos ver señales no sólo de que Ellos se están asustando y preocupando sino también de que existen manifestaciones mucho más concretas, mucho más palpables, de la debilidad esencial del sistema. Por consiguiente, continuemos con lo que podamos, sin ilusiones y, sin embargo, todavía más importante, sin derrotismo.

[2] El nombre «Vietnam», tal como se usa actualmente, es una derivación del nombre original que una dinastía china Qin, en el año 208 a. C., estableció para un estado llamado «Nam Viêt», que luego se modificó a Viet Nam (pueblo del Sur), pues se parecía al nombre de una provincia china. Preferimos usar el nombre original «Viet Nam» para atenernos al surgimiento histórico del término. (N. d. T)

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