Ya ha notado el escéptico lector que España había comenzado suministrando a Roma metales y mercenarios, porque otra cosa no tenía, pero cuando los beneficios de la cultura que sembró Roma entre nosotros rindieron sus sazonados frutos, pudo ofrecer escritores, como los cordobeses Lucano y Séneca, o Marcial (éste de Calatayud); científicos, como el gaditano Columela, y hasta emperadores, como Trajano y Adriano, que eran de Itálica, junto a Sevilla.
No todo fueron cerebros. También aportamos figuras del espectáculo y la revista; por ejemplo, el famoso atleta lusitano Diocles, el mejor auriga de todos los tiempos, ídolo de las multitudes, que entonces se pirraban por las carreras de carros como ahora por el fútbol. Diocles comenzó su vida profesional a los dieciocho años y se retiró, querido y respetado por todos e inmensamente rico, a los cuarenta y dos, después de cosechar mil quinientas victorias.
En la Roma decadente e imperial eran famosas las artistas de variedades procedentes de la licenciosa Cádiz, como las adjetivan los severos censores. Todo banquete de señoritos libertinos que se preciara debía ir seguido de la actuación de algún grupo de puellae gaditanae, que cantaban y bailaban al son de las castañuelas andaluzas (baetica crusmata). «Su cuerpo, ondulado muellemente —pondera el aragonés Marcial, describiendo a una de ellas- se presta a tan dulce estremecimiento y a tan provocativas actitudes que sacudiría la virtud del casto Hipólito si la viese.» «Cuando bailan, contonean sus atractivas caderas —otra vez Marcial- y hacen gestos de increíble lubricidad, pero si se ponen a cantar, sus canciones son tan desvergonzadas que no las osarán repetir ni las desnudas meretrices.» Cabe suponer que la actuación de las bailarinas gaditanas iría seguida, en muchos casos, de desenfrenada bacanal.
Uno sospecha que las alegres chicas de Cádiz, a medio camino entre la prostitución y las varietés habaneras, debían ser, al término de la fiesta, chicas tristes, explotadas por empresarios macarras y prematuramente ajadas y entregadas a una aciaga vejez.
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