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Publicado el 5 de enero de 2022, 20:44

Balbino Santos (Málaga), Queipo, Adolfo Pérez (Córdoba)
y José María Alcaraz (Badajoz) en el entierro de Ilundain en 1937.

Sin embargo, justo es recordar, porque es buena muestra de la alta espiritualidad de ambos personajes, que el arzobispo Ilundain consiguió de Queipo que no se asesinara en domingo ni fiestas de guardar, deseo que se llevó a efecto pocas semanas después del comienzo de la represión.

9 de mayo de 1938. Queipo, Carranza y el vicario Jerónimo Armario

en un homenaje a la Italia fascista.

También hubo curas que, siguiendo la estela de Queipo, se lanzaron por la pendiente de las arengas radiofónicas. En su libro sobre Jaca Esteban C. Gómez reproduce una de las charlas del padre Carballo:

Ayer, día de la Asunción, se celebraron en todos los frentes y todas las ciudades reconquistadas a los «rojos» solemnes misas de gloria a la religión civilizadora de nuestra patria. Nuestro glorioso ejército, la guardia civil, los requetés y las centurias falangistas, así como toda la población fiel a España, se postró fervorosamente, besando el crucifijo y llorando de emoción por la próxima caída de Madrid, después de destruir a su paso la impiedad moscovita, cuyos prisioneros, momentos antes de ser fusilados por nuestros bravos legionarios de África, besaron los símbolos sacrosantos de la religión entre protestas de arrepentimiento.

Recemos todos por la salvación de España contra el poder extranjero de las logias que no conocen la piedad y el amor.

Ayer tuve la satisfacción de ver con mis propios ojos los efectos del bombardeo de los aeródromos de Cuatro Vientos y de Getafe y cómo bajaban los «rojos» con camiones y los llenaban de cadáveres. Ayer fue un día de verdadero gozo para la cristiandad caritativa y piadosa [118] .

Otro que destacó por sus barbaridades frente al micrófono fue fray Jacinto de Chucena, cuyas incendiarias pláticas empezaron a emitirse desde Radio Córdoba el 14 de agosto de 1936. A él se deben estas palabras: «Es preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no quede ni rastro de ella. Poco nos parece el destierro; hay que extinguirla…» [119] . O esta pastoral del
obispo de Valladolid Gandásegui:

Generosos y heroicos combatientes que a la voz de la Patria vilipendiada, de la Religión profanada por los sin Dios y sin Patria, por esas hordas arreadas por mercenarios al servicio del anti-Cristo y la anti-España, dieron el grito Santo… «Santiago, cierra España». Honor a los héroes, sin miedo y sin tacha, caballeros de la Ínclita Orden del Honor, Cruzados de Cristo y España [120] .

Es en este contexto de curas, frailes y obispos lanzados por la pendiente de la violencia exterminadora donde cobran sentido las palabras del obispo Antonio Montero en su deseo de aligerar a sus colegas de tan onerosa carga:

Que un obispo entonase un Te Deum a la entrada de las tropas nacionales en una ciudad, que agradeciese a Dios públicamente los triunfos de esas armas y figurase en la tribuna presidencial de los desfiles militares, tiene su explicación si se atiende a que la ocupación bélica significaba la liberación de sacerdotes y fieles de un martirio seguro y la normalización de la vida religiosa en su maltratada diócesis [121] .

Finalmente hubo también casos en que la propia realidad, tan compleja de por sí, desbordó a estos curas por donde menos esperaban. Uno de estos casos tuvo lugar en Torremocha (Teruel). Según Ángela Cenarro, esta historia tuvo su origen durante la República, cuando los hermanos José y Francisco Jaime Cantero, este sacerdote, intentaron echar a los arrendatarios de sus tierras y el juez de Calamocha, Vicente Martínez Alhambra, falló a favor de los campesinos. Una vez que se produjo el golpe el juez fue denunciado por este hecho por los hermanos Jaime Cantero, lo que le costó la vida. Tenía 30 años y fue asesinado el 12 de septiembre de1936. Poco después un capitán de requetés de Calatayud, hermano del juez, se presentó en el pueblo y, enterado de lo ocurrido y pistola en mano, exigió al responsable de puesto de la Guardia Civil que le dijera quiénes habían matado al juez. El guardia acusó a unos falangistas forasteros que actuaron guiados por la denuncia de los propietarios. Luego buscó a los hermanos Jaime y los mató, a José en el pueblo de Fuentes Claras y al cura en Teruel [122] . Según Pablo Marco Sancho, hijo de uno de los arrendatarios, asesinado al igual que casi toda la corporación municipal y otros muchos vecinos, la venganza del militar tuvo un efecto positivo, ya que, enterados en el pueblo del final de los dos terratenientes a manos del militar, la represión se cortó [123] .

 

[118] Gómez, E. C., El eco…, pp. 218-219.

[119] Moreno Gómez, F., 1936. El genocidio…, pp. 292-293. La cita completa es: «Es preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no quede ni rastro de ella. Poco nos parece el destierro; hay que extinguirla, supuesto que su ideal, si es que merece ese nombre, no solo es inhumano, sino que trasciende en la crueldad refinada a los extremos diabólicos… que los hacen mucho peores y sanguinarios que a las mismas fieras, y es muy natural que a las fieras se las expulse y destierre de la sociedad de los hombres y, si es posible, se extingan».

Según Antonio Doñate, natural de Calamocha, la memoria oral aporta algunos detalles de interés. Sirva de ejemplo una historia ocurrida en la fonda donde se hospedaba el juez. Cierto día a la hora del almuerzo, llamó un pobre pidiendo algo de comer, a lo que la patrona respondió: «Dios le ampare». Entonces el juez, después de decirle a la mujer: «Dios hoy no le va a dar de comer», llevó su propio plato al hombre para que comiera. Hechos como este o las decisiones tomadas en el ejercicio de su profesión dieron al juez fama de «rojo». El mundo al que pertenecía el cura propietario lo representa bien otra anécdota muy diferente. Cada vez que pasaba el camión con gente para el paredón del cementerio, cierta parienta del cura se asomaba a la calle y gritaba: «Hoy carne fresca, costilla más al cuerpo» [124] .

Acto de exaltación fascista en Cáceres.

Como ya se ha indicado más arriba en el caso de Villafranca y Carretero Romo, o también en otros casos de Badajoz como el de Antonio Álvarez Higuera, párroco de La Nava de Santiago, no fueron pocas las ocasiones en que los curas salvaron la vida por la protección que les brindaron las autoridades y comités locales. Sirvan de ejemplo algunos casos de la comarca de Los Monegros que nos comenta Víctor Pardo Lancina como Pablo Puigcercús Puyuelo, párroco de Albero Bajo; Francisco Asín Menac, de Pallaruelo de los Monegros o Ramón Martí Gasulla, de Torralba y Senés de Alcubierre. El primero reconoció en carta al obispado que fueron el alcalde Gregorio Sierra y el presidente del comité local Pedro Mercader los que lo libraron de las milicias cenetistas. El segundo fue protegido por la gente del pueblo, donde estaba muy integrado. Y el tercero recibió ayuda del presidente local de la CNT, Joaquín Paño, y del comité de Torralba [125] .

En la provincia de Sevilla fueron decenas los curas que se libraron de la más mínima agresión gracias a alcaldes y comités. Varios de ellos, pocos en verdad, testificaron luego a favor de sus protectores o se preocuparon de evitarles represalias. Las actuaciones de las autoridades republicanas y los dirigentes del Frente Popular resultaron decisivas para impedir cualquier agresión a religiosos, incluso sacándolos de la cárcel con cualquier motivo, como ocurrió con el párroco de El Coronil (Sevilla), Antonio Pangución Poley, quien después de ser detenido junto a los derechistas más señalados del pueblo, lo mandaron a su casa cuando manifestó que tenía a su hermana enferma [126] . O el cura párroco de Los Molares (Sevilla), Cristóbal Hidalgo Ojeda, a quien el Comité del pueblo, con el presidente de la CNT Manuel Macías a la cabeza, trasladó a Utrera con su familia para evitar que pudiera producirse algún percance a manos de incontrolados o de los grupos que pasaban por los pueblos en esos días con ansias de venganza [127] .

 

[120] Berzal de la Rosa, E., Valladolid…, p. 76.

[121] La cita procede de Redondo, G., Historia…, t. I, p. 78.

[122] Casanova, J. (coord.), Cenarro, A., Cifuentes, J., Maluenda, P., y Salomón, P., El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939), Mira Ed., Zaragoza, 1999, pp. 185-186.

[123] Sobre el caso de Calamocha véase el reportaje de Lola Esther sobre Marco Sancho (El Periódico de Aragón, 11/11/2002).

124] Testimonio por e-mail de A. Doñate de 22/09/2010.

[125] Pardo Lancina, V., «Circunstancias de algunos curas en la comarca de Los Monegros», en Agnes Hodgson, A una milla de Huesca. Diario de una enfermera australiana en la Guerra Civil española, edición a cargo de Judith Keene y Víctor Pardo Lancina, Rolde de Estudios Aragoneses y Prensas Universitarias, Zaragoza, 2006.

[126] ATMTSS, sum. 1525/39, leg.11-415

[127] ATMTSS, sum. 245/36, leg. 1-2.

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