La disolución de las guerrillas

Publicado el 8 de enero de 2022, 21:48

En septiembre de 1948 una delegación del Partido, compuesta por Dolores, Carrillo y Antón, visitó a Stalin. Al regresar a París informaron al BP que, entre otros consejos, Stalin había dado el de disolver las guerrillas. Al mes siguiente se celebraba una reunión conjunta del Buró Político del Partido, del Comité Ejecutivo del PSUC, un reducido número de delegados de algunos destacamentos guerrilleros y camaradas del aparato, y tomando como base o argumento lo que se nos había informado como consejo de Stalin, se decidió disolver las guerrillas.

Estuve de acuerdo con las opiniones que se nos transmitieron como de Stalin, y no simplemente porque fueran de él y tuvieran un gran peso sobre mí, sino porque coincidían con la conclusión a que yo mismo había llegado hacía  tiempo. Mis puntos de vista sobre las guerrillas eran bien conocidos por los demás miembros del Buró Político. Yo había venido defendiendo machaconamente, durante años, la necesidad de prestar un apoyo mayor a las guerrillas, dedicarles más medios materiales y humanos.

Fracasados todos los intentos de conseguir que se dedicasen a la lucha guerrillera los medios que era posible dedicar, pensaba desde hacía ya tiempo que lo mejor sería disolverlas antes de que las liquidara el enemigo.

Estuve, pues, de acuerdo con la decisión de disolver las guerrillas. No lo estuve, ni lo estoy, con la forma en que esa decisión fue llevada a cabo.

En vez de darle un contenido político a la disolución, se prefirió disolverlas a escondidas, introduciendo en los destacamentos la intriga, las rivalidades y la provocación para encontrar la justificación de la liquidación. La descomposición de las agrupaciones guerrilleras se organizó desde París, desde donde Carrillo envió a miembros de su aparato especializados en esos menesteres.

Una de las enseñanzas más negativas y más tristes de la lucha española es que las guerrillas y la lucha guerrillera, u otras formas de la lucha armada, no deben ser empleadas en aras de la especulación política ni para escalar puestos políticos, como ha hecho Carrillo. Si se decide pasar a la lucha guerrillera, a la lucha armada, debe dedicarse a ella todos los medios con que se cuenta, todo lo que se puede conseguir.

Para Carrillo las guerrillas no eran más que uno de los medios en sus manejos hacia la jefatura del Partido.

Otra cosa que no se puede hacer es introducir en las guerrillas el fermento de la desmoralización, como hizo en muchos casos Carrillo, sembrando la duda sobre unos y denunciando a otros como enemigos, cuando no lo eran. Esa línea dio lugar a cosas terribles, a la pérdida de hombres honestos y entregados a la causa del Partido y del pueblo, sobre todo en los años 1948−1949; las liquidaciones, sobre todo en la Agrupación de Levante-Aragón, se contaron por docenas. Allí envió Carrillo a Romero Marín y a José Gros, especialistas en las ejecuciones de las sentencias ordenadas por él.

El guerrillero, órgano de los guerrilleros de Galicia, se siguió publicando hasta 1951, y en su número de febrero de 1950 apareció lo siguiente:

 

«Mandato imprescindible, mandato de un caído frente al enemigo y cuyo grito de muerte resuena como una llamada al combate, como una orden permanente de lucha en la Galicia pescadora y marinera, orden y mandato que serán cumplidos sin vacilaciones cobardes por todos los que sienten palpitar un corazón de hombre libre en un pecho de patriota…». (Dolores Ibárruri, Pasionaria).

 

¿Qué juego era ése? Dos años después de haberse tomado la decisión de liquidar el movimiento guerrillero y cortarle toda ayuda, se le sigue incitando a que continúe la pelea…

Sería falso pretender que a partir de 1946 se daban las condiciones en el país para generalizar la lucha armada como forma principal.

Las guerrillas pudieron ser un elemento decisivo en la liquidación del franquismo en los años 1945-1946. A partir de ahí, en el plano internacional y sobre todo europeo, se fueron produciendo acontecimientos cada vez más favorables al franquismo y desfavorables a las fuerzas democráticas.

Comenzó la guerra fría con rupturas, persecuciones y todo lo que arrastró tras de sí.

Pero entre otras formas de luchas de masas y la lucha armada guerrillera no había, en las condiciones de España en los años 1947 y 1948, contradicción alguna. Lo que hacía falta era aplicar la lucha guerrillera en el plano principal que le correspondía, en aquellas regiones y comarcas donde, efectivamente, era, y con mucho, la forma principal de lucha.

Al no hacerlo así, lo correcto hubiera sido no esperar a últimos de 1948 para tomar la decisión de disolver las guerrillas y luego haberlo hecho en la forma que se hizo, a escondidas.

La lucha guerrillera constituyó la más efectiva respuesta popular a la política terrorista del régimen  franquista, siendo un formidable factor revolucionario, decisivo en todo un período y en determinados puntos del país. Pero era necesario y posible sincronizar la lucha de los obreros, campesinos y guerrilleros para golpear al régimen en la mayor cantidad posible de puntos, obligándole a dispersar sus fuerzas, y como estímulo para incrementar la lucha popular antifranquista.

Tomada la decisión de poner fin a la lucha guerrillera, se debía haber hecho una declaración pública explicando por qué se hacía, y haber tomado las medidas pertinentes para salvar de la represión a los guerrilleros y personas que podían ser perseguidas por colaborar con ellos. Por la forma en que se aplicó la decisión de disolver las guerrillas, éstas comenzaron a recibir golpe tras golpe, y los franquistas se fueron apuntando victorias ante el pueblo, haciendo ver que se debían a su fuerza.

Y a los que quieren demostrar la justeza de la decisión tomada en 1948 y de las medidas para su aplicación, sacando a relucir la descomposición que se produjo en ciertas agrupaciones y destacamentos guerrilleros, no estaría de más recordarles que eso pasó precisa y principalmente después de octubre de 1948. Un ejemplo, entre otros muchos, de las falsificaciones carrillistas es un libro «escrito» por un plumífero a sueldo de Carrillo y publicado en 1970 por la Editorial Ebro. Ese libro constituye un verdadero Insulto a la lucha heroica de las guerrillas de España, pues su autor ensucia y calumnia canallescamente a auténticos héroes caídos en el cómbate o frente a los piquetes de ejecución franquistas. La verdadera historia de las «Guerrillas españolas del siglo XX », la que se hizo a tiros y bombazos, está escrita con la sangre generosa de miles de héroes para que ningún Carrillo o sus obedientes «escritores» la puedan manchar con sus sucios relatos.

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