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Publicado el 10 de enero de 2022, 22:28

Hemos visto la espontanea ampliación e intensificación de manifestaciones desde la construcción de barricadas hasta la ocupación de edificios; primero edificios universitarios, luego teatros, después fábricas, aeropuertos, estaciones de televisión, ocupación, por supuesto, ya no a cargo de los estudiantes sino a cargo de los trabajadores y empleados de estas instituciones y empresas. El antiguo movimiento de protesta fue en principio violentamente condenado por los sindicatos controlados por los comunistas y por el diario comunista L’Humanite. No sólo los estudiantes les inspiraban sospecha sino que los vilipendiaron, recordando súbitamente la lucha de clases, que durante décadas ha sido mantenida congelada por el Partido Comunista, y denunciando a los estudiantes simplemente como hijos de la burguesía. Ellos no querrán tener nada que ver con niños, una actitud viable si tenemos en cuenta que desde el comienzo la oposición estudiantil no sólo se dirigía contra la sociedad capitalista de Francia tras la Universidad, sino contra la construcción stalinista del socialismo.

Ésta es una cuestión muy importante. La oposición también estaba muy definidamente dirigida contra el Partido Comunista de Francia, que era y es considerado, aunque ello resulte extraño en este país, como parte y parcela del Establecimiento. Es un partido que todavía no es un partido gubernamental, pero no desearía nada mejor que convertirse en un partido gubernamental lo más rápido posible. Ésta ha sido indudablemente la política del Partido Comunista Francés durante muchos años.

Cuando preguntamos cómo es que el movimiento estudiantil se convirtió en un movimiento de masas, la respuesta es difícil de hallar. Como ya he dicho, al comienzo el movimiento estaba ceñido a la Universidad e inicialmente las exigencias eran de índole académica, demandas de reforma universitaria. Pero luego sobrevino el reconocimiento de que la Universidad es, después de todo, sólo un segmento de una sociedad mayor, el Establecimiento, y que el movimiento permanecería aislado al menos que se lo extendiera más allá de la Universidad y golpeara en sitios más vulnerables de la sociedad como un todo. Por lo tanto, un largo tiempo antes de la erupción de estos sucesos, hubo intentos sistemáticos de ganar a los obreros contra la prohibición de los sindicatos de unirse al movimiento de protesta. Los estudiantes eran enviados a las fábricas, a las plantas de París y de los suburbios parisinos. Allí dialogaron con los trabajadores y aparentemente hallaron simpatía y adherentes, principalmente, entre los obreros más jóvenes.
Así que cuando los estudiantes salieron realmente a la calle, y cuando comenzaron a ocupar edificios, esos obreros siguieron su ejemplo y unieron sus propias exigencias de más altos salarios y mejores condiciones de trabajo con las exigencias académicas de los estudiantes. Ambos accionaron juntos nuevamente de un modo más bien espontáneo y de ninguna manera coordinado. Es así, de tal modo, que el movimiento estudiantil se convirtió realmente en un movimiento social mayor, en un vasto movimiento político. Con este vuelco de los acontecimientos cuando ya centenares de miles de obreros estaban en huelga y habían ocupado fábricas de París y suburbios la gremial controlada por los comunistas, la CGT, decidió apoyar el movimiento y hacer de él una huelga oficial. Ésta es la política que ha seguido durante décadas. Tan pronto como ven que un movimiento está por escapárseles de las manos y ya no queda bajo el control del Partido Comunista, rápidamente lo apoyan, lo endosan y así se apoderan de él.
En cuanto a las exigencias políticas del movimiento citado, pueden resumirse como una oposición al régimen autoritario de Francia y un accionar por la politización de la Universidad; lo cual implica establecer un nexo visible y efectivo entre lo que se enseña en las aulas parisinas y lo que ocurre fuera de ellas; tender un puente sobre la grieta del modo curricular de enseñanza medieval y permitido y asumir la realidad, la terrible miserable realidad que se halla fuera de las aulas.
Ellos exigían completa libertad de palabra y de expresión, con un requisito muy interesante. Cohn-Bendit ha declarado en varias oportunidades que tolerar a los protagonistas de la política exterior norteamericana y a los defensores de la guerra de Vietnam significaría un abuso de la libertad de palabra y de expresión. De este modo, el derecho a la libertad de palabra no debía interpretarse como un tolerar a aquellos que, mediante su política y su propaganda, están trabajando para abatir los últimos remanentes de libertad aún existentes en esta sociedad, y que están convirtiendo al mundo, o más bien a una vasta porción del mundo, en un dominio neocolonial. Ésto se definió claramente.
De modo muy decidido el movimiento es, de nuevo espontáneamente, una manifestación socialista y un movimiento socialista. Pero de un género, quiero enfatizarlo nuevamente, que rechaza desde el comienzo la construcción represiva del socialismo que ha prevalecido en los países socialistas hasta la actualidad. Esto puede explicar las alegadas tendencias maoístas entre los estudiantes. La prensa comunista denunció a los estudiantes como trotskistas, revisionistas y maoístas; maoístas en el sentido de que Mao, de uno u otro modo, es símbolo de la construcción de una sociedad socialista que elude la represión burocrática stalinista característica en la construcción socialista de la Unión Soviética y el bloque soviético.
Esto trae a colación otro aspecto muy esencial del movimiento estudiantil, y pienso que aquí existe un terreno común entre el movimiento norteamericano y el movimiento francés. Se trata de una protesta total contra males específicos y contra carencias específicas, pero al mismo tiempo una protesta contra el sistema completo de valores, contra el sistema entero de objetivos, contra el sistema íntegro de actuaciones exigidas y practicadas en la sociedad establecida. En otras palabras, es la impugnación a continuar aceptando y soportando la cultura de la sociedad establecida. Ellos rechazan no sólo las condiciones económicas, no sólo las instituciones políticas, sino el sistema global de valores que sienten podridos hasta el tuétano.
En este sentido pienso que uno puede indudablemente hablar de una revolución cultural, puesto que la protesta está apuntada hacia todo el Establecimiento cultural, incluyendo la moral de la sociedad existente.
Si ahora ustedes me preguntan cómo es que en Francia el movimiento estudiantil halló espontánea ayuda y simpatía por parte de la población, y recibió muy definido apoyo de la clase obrera, tanto organizada como desorganizada, la respuesta que me viene a la mente es doble.
Primero, Francia no es todavía una sociedad opulenta. Las condiciones de vida de la mayoría de la población están todavía muy por debajo del nivel del standard de vida norteamericano, lo cual hace que la identificación con el Establecimiento en Francia sea más floja que con la que aquí prevalece. Segundo, la tradición política del movimiento obrero francés está viva en grado considerable. Podría añadir una explicación más bien metafísica; señaladamente, la diferencia entre las perspectivas de un movimiento radical en Francia y en este país puede ser resumida recordando que Francia, después de todo, ha pasado por cuatro revoluciones en 100 años. Esto establece aparentemente tal tradición revolucionaria que basta una chispa para revitalizarla y renovarla cada vez que se presenta la ocasión.

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