Pienso que hay una cosa que podemos afirmar con seguridad: se acabaron la idea tradicional de revolución y la estrategia tradicional de revolución. Estas ideas son anticuadas; han sido simplemente sobrepasadas por el desarrollo de nuestra sociedad. Ya dije antes, y me gustaría repetirlo —porque pienso que en esta situación nada se requiere con mayor seriedad que una mente sobria— que la idea de que algún día o alguna noche una organización masiva o un partido de masas o masas de cualquier tipo marcharán sobre Washington y ocuparán el Pentágono y la Casa Blanca y erigirán un gobierno, es una idea absolutamente fantasiosa y sencillamente no calza de modo alguno con la realidad de las cosas. Si alguna vez esas masas y ese gobierno se producen, en 24 horas otra Casa Blanca sería establecida en Texas o en Dakota del Norte y todo el asunto sería liquidado velozmente.
Así que tenemos que olvidar esta idea de la revolución, y es por ello que encuentro tan significativo (y tan decisivo) lo que hoy está ocurriendo en Francia. Es por eso exactamente que remarco la naturaleza espontánea de este movimiento y el modo espontáneo en que se extendió.
He dicho espontáneo, y me adhiero a este concepto, pero ustedes saben que no hay espontaneidad que no tenga que ser ayudada un poco a fin de ser realmente espontánea, y este es exactamente el caso de Francia y por eso mencioné el trabajo preparatorio de los estudiantes en las fábricas al debatir con los obreros y demás. No obstante, comparada con la organización tradicional de la oposición, este ha sido un movimiento espontáneo que mientras fue posible no se preocupó por la existencia de la organización, el partido o el sindicato, y simplemente siguió adelante. En otras palabras, por una u otra razón, ha llegado la hora en que cientos de miles y, como acabamos de ver, millones de personas no quieren más. No quisieron levantarse a la mañana e ir a su trabajo y atravesar la misma rutina y escuchar las mismas órdenes y ajustarse a las mismas condiciones de trabajo y representar los mismos roles. Simplemente estaban hartos, y así, entre quedarse en casa o salir a caminar, probaron otra cosa.
Ocuparon las fábricas y los comercios y se quedaron allí… de ninguna manera como salvajes anarquistas. Por ejemplo, ayer mismo llegó un informe de que cuidaron meticulosamente las maquinarias y se ocuparon de que nada fuese destruido, de que nada fuese dañado. No dejaron entrar a ningún extraño. Con este acto, demostraron que consideran a este negocio específicamente propio y tratan de mostrar que saben que les pertenece o que debiera pertenecerles y es por ello que efectuaron la ocupación.
Pienso que ésta es una de las expresiones del carácter total de la protesta, porque, como ustedes saben, la estrategia de la clase obrera tradicional no respalda oficialmente la ocupación de fábricas, y en esta tradición también, la propiedad privada conserva cierta santidad. Las veces que esta expresión total ha tenido lugar, lo ha sido usualmente contra la política sindical y en gran medida espontáneamente.
Así que este carácter espontáneo mediante el cual el cambio se anuncia a sí mismo es, pienso, el nuevo elemento que sobrepasa toda la organización tradicional y concentra a la población directa e inmediatamente. Ahora si ustedes presumen que la parálisis de Francia continúa y se propaga, que el gobierno no triunfa, entonces tendrán indudablemente la visión de cómo semejante sistema puede derrumbarse. Porque ninguna sociedad puede sobrellevar durante semejante parálisis.
PERSPECTIVAS DE
LA NUEVA IZQUIERDA RADICAL
El 5 de diciembre de 1968, Herbert Marcuse intervino como orador en la reunión organizada por el periódico neoyorquino «independiente y radical». Guardian, a propósito del vigésimo aniversario de la publicación. Habló ante 2700 personas que atestaron el teatro Fillmore East de Nueva York. Junto a él estuvieron, entre otros, el cantante Pete Seeger, H. Rap Brown (exdirigente de la organización negra Comité Coordinador Estudiantil No violento, SNCC) y Carl Oglesby (expresidente de la organización universitaria Estudiantes por una Sociedad Democrática, SDS). Marcuse fue presentado por Bernardine Dohrn, secretaria interorganizacional del SDS, que lo llamo «escritor, filósofo, un hombre a quien el The New York Times denominó líder ideológico de la Nueva Izquierda».
No soy responsable del modo en que el The New York Times se refiere a mi persona. Nunca pretendí ser líder ideológico de la izquierda y no creo que la izquierda necesite un líder ideológico. Hay algo que la izquierda no precisa, y ello es otra imagen paterna, otro papito. Y ciertamente yo no quiero ser uno.
Quisiera retomar el hilo de algo que Carl dijo recién. No podemos esperar y no esperaremos. Sin duda yo no puedo esperar. Y no sólo debido a mi edad. No creo que tengamos que esperar. Inclusive yo mismo carezco de opción. Porque literalmente no podría soportar más que nada cambiara. Incluso yo me estoy sofocando.
Quiero darles a ustedes hoy una imagen realista de la Izquierda, tal como la veo. Esto requerirá alguna reflexión teórica de la que realmente no me disculpo, porque si la Izquierda se pone alérgica contra las consideraciones teóricas, entonces algo no funciona en la Izquierda. (Aplauso).
Permítanme comenzar señalando dos contradicciones con las cuales nuestro movimiento —y he dicho nuestro— se enfrenta. Por una parte todos sentimos, experimentamos, lo tenemos en los huesos, que esta sociedad se está volviendo cada vez más represiva, destructiva, en lo que se refiere a la aptitud humana y natural de ser libre, de determinar la propia vida, de configurar la propia vida sin explotar la de otros.
Y nosotros —no impliquemos solamente a los presentes en este lugar, sino también a todos aquellos que están sojuzgados, esclavizados por sus empleos, por las innecesarias y empero tan necesitadas funciones que se les requiere, por la moralidad que se les exige, todos aquellos que son explotados por la política de colonización interna y externa de este país— este vasto nosotros, tan necesitado de cambio, pero, por otra parte, pienso que tenemos que admitir que una gran parte sino la mayoría de esta población realmente no siente, no percibe, no está políticamente consciente de esta necesidad de cambio. Esto presenta, así como yo lo veo, el primer gran problema para nuestra estrategia.
El segundo gran problema para nuestra estrategia consiste en que se nos enfrenta constantemente con las exigencias: «¿Cuál es la alternativa?», «¿Qué puede Ud. ofrecernos que sea mejor de lo que tenemos?». No creo que podamos barrer simplemente esta cuestión diciendo: «Lo que hace falta es destruir; después veremos qué sucede». No podemos por una razón muy simple. Porque nuestras metas, nuestros valores, nuestra nueva moralidad, nuestra propia moralidad, debe ser ya visible en nuestras acciones. Los nuevos seres humanos que queremos ayudar a crear —debemos esforzarnos ya para ser esos seres humanos aquí y ahora. (Aplausos).
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