A las 10.20 del 16 de enero de 1966, un B-52 de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, proveniente de la base de Seymour Johnson (Carolina del Norte, Estados Unidos), colisiona con un avión nodriza KC135, que ha despegado de la base norteamericana de Morón de la Frontera, mientras ambos aparatos realizan una maniobra para repostar combustible en vuelo. En la bodega de la nave se alojan cuatro bombas termonucleares, de 70 kilotones y 7 metros de longitud cada una. Los norteamericanos no ofrecen ninguna explicación sobre cuál era el cometido de su bombardero, que participaba en unas maniobras por el Mediterráneo. Los acuerdos bilaterales de cooperación España-Estados Unidos prohíben a los aviones norteamericanos sobrevolar territorio español con material nuclear, pero nadie en el Gobierno levanta la voz frente a tan poderoso aliado.
Los cuatro miembros de la tripulación del KC135 mueren en el acto, lo mismo que tres de los siete tripulantes del B-52. Los otros cuatro consiguen salvarse saltando en paracaídas. Dos de las bombas chocan directamente contra el suelo, y su carga convencional explosiona liberando su contenido radiactivo, compuesto principalmente por plutonio y americio. Crean una nube radiactiva que se esparce sobre unas 226 hectáreas de terreno, debido al viento reinante. Esta área incluye la población de Palomares, una tranquila pedanía del término municipal de Cuevas de Almanzora (Almería). A finales de los sesenta, Palomares ni siquiera aparece en los mapas militares de la época, pero allí se va a producir el accidente nuclear más importante ocurrido en España, cuyas consecuencias sobre el medio ambiente de este rincón del sudeste peninsular están aún por determinar cuatro décadas después. Las otras dos bombas caen con el paracaídas abierto y no explotan. Una es encontrada, presuntamente intacta, en el lecho de un río seco, y la otra se sumerge en el mar.
En su línea de actuación habitual, el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, suministra a la prensa un escueto comunicado en el que se señala que un avión de Estados Unidos ha sufrido un accidente que no ha provocado víctimas civiles. El texto no hace la menor mención a las armas nucleares que llevaba el aparato siniestrado. Pero los habitantes de la zona empiezan a sospechar que algo grave ha ocurrido cuando los militares norteamericanos ponen en acción un operativo al que denominan «Broken Arrow» (Flecha Rota), cuyo principal objetivo es localizar los proyectiles perdidos y, después, descontaminar la zona. Un grupo de búsqueda marina, integrado por 20 barcos, 2 000 marinos y 125 hombres rana se concentra frente a las costas de Palomares, pero su trabajo resulta infructuoso. Se tardan casi sesenta días en localizar la bomba caída, que aparece a cinco millas de la costa. Finalmente, es el pescador de Águilas, Francisco Simó Orts, quien la encuentra, el 15 de marzo: Desde entonces, sus paisanos le conocerán como Paco «el de la Bomba».
La imagen del incidente que ha quedado para la historia es la de Fraga y el embajador estadounidense en España, Angier Biddle Duke, bañándose en las aguas mediterráneas de Palomares el 7 de marzo de 1966. El chapuzón tiene como objetivo demostrar que la zona no está contaminada. 6 Y según el embajador norteamericano, alguna cosa más: «El viaje, en realidad, ha servido para llamar la atención a los turistas de lo que ofrece la costa almeriense en su calidad de lugar de veraneo», 7 declara Biddle Duke, tan campante, al diario Ya.
Uno de los hilos conductores fundamentales de toda la larga trayectoria política de Fraga es su permanente servidumbre a los intereses de Estados Unidos. Las estrechas relaciones que siempre ha mantenido con los norteamericanos comienzan a fraguarse antes de la firma de los acuerdos de 1953. Las actuaciones del falangista de Villalba responden fielmente a los dictados de la política de Washington. Manuel Fraga inicia su carrera profesional al mismo tiempo que los aliados consiguen la capitulación de las tropas del Eje: en 1945 obtiene el número uno de su promoción en las oposiciones al Cuerpo de Letrado de las Cortes. Dos años más tarde, se presenta a un nuevo concurso público, el de ingreso en la Escuela Diplomática, y, por supuesto, consigue su plaza. Como secretario de embajada de tercera clase, es destinado al Instituto de Cultura Hispánica, un organismo concebido exclusivamente con fines propagandísticos. Allí dirige el seminario de Estudios Hispanoamericanos Contemporáneos, a la vez que se encarga de la recién creada Oficina de Cooperación e Intercambio con Estados Unidos. En su calidad de director de los cursos de verano en España, conecta con estudiantes y profesores universitarios norteamericanos, y estrecha lazos con algunos de ellos. Es el primer contacto personal de Fraga con quienes, pocos años después, se van a convertir oficialmente en nuestros aliados.
Durante el acto de inauguración del curso académico 1949-1950 en el CEU (Centro de Estudios Universitarios), Fraga pronuncia la conferencia titulada «Raza y racismo en Norteamérica». 8 La tesis central desarrollada a lo largo de sus cien páginas constituye una crítica al racismo ejercido contra las minorías en Norteamérica. Pero se refiere sólo a las de origen europeo, que son perfectamente asimilables por el sistema. A comienzos de 1951 es destinado a la Secretaría General del Instituto de Cultura Hispánica, por decisión del ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo. Ese mismo año publica La reforma del Congreso de los Estados Unidos. La temática de sus investigaciones empieza a quedar notoriamente contaminada de proamericanismo. En España se está perfilando un cambio de Gobierno, condicionado por el fin del cerco internacional contra el régimen de Franco. Es la crisis del 18 de julio de 1951. Dos días antes se iniciaban conversaciones «oficiales» con el Gobierno de Washington. Fraga se sitúa de forma abierta entre quienes abogan por romper con los políticos del régimen que pugnan por un retorno «puro» a los ideales falangistas. José Félix de Lequerica es nombrado embajador español en Washington, el primero de la Guerra Fría.
En 1952, Fraga continúa avanzando por el mismo carril y publica La política exterior de Estados Unidos. 9 Y ese año realiza un viaje de dos meses de duración por Latinoamérica, ofreciendo sesudas conferencias sobre la política exterior... norteamericana. Durante la gira, entabla amistad con el gobernador brasileño Carlos de la Cerda, vinculado a la WALC (World Anti-Comunist League). La Cerda prologa las ediciones brasileñas de las obras de Fraga. De regreso a Madrid, es nombrado secretario general del Consejo Nacional de Educación, cargo que simultanea con el de secretario de la Comisión Española de la Unión Latina. Pronto llegará a secretario general de esta entidad. La Unión Latina es una organización auspiciada por Estados Unidos, que aglutina a España, Italia y los países latinoamericanos. Los fondos que maneja esta entidad son de origen desconocido.
Paralelamente, sigue ascendiendo en el escalafón franquista y, en julio de 1962, es nombrado ministro de Información y Turismo. Hay que adecuar la imagen del régimen a los nuevos tiempos, marcados por la alianza con Estados Unidos. Una de sus primeras actividades en el cargo es la creación de una especie de servicio de información compuesto por exiliados anticomunistas de los países del Este, que analizan, desde la sexta planta de las dependencias del Ministerio, toda la información sobre España que aparece en la prensa de los países integrados en el Pacto de Varsovia. La propia estructura del Ministerio, con sus delegaciones provinciales y también con terminales en el extranjero, le permite que llegue a diario a su mesa una ingente cantidad de informes. Para clasificar y analizar la prensa, Fraga cuenta con un pequeño ejército de funcionarios y colaboradores. A partir de los datos que obtiene por ese conducto, monta sus estrategias de propaganda. Es el caso de la Operación Castro Delgado.
Antiguo militante comunista y uno de los fundadores del Quinto Regimiento, al comienzo de la Guerra Civil, Enrique Castro Delgado escribe un libro, después de su estancia en la URSS, titulado Mi fe se perdió en Moscú. Una obra netamente antisoviética. Se afinca en Nueva York y es manejado como un pelele por la CIA. Fraga ve la utilidad de publicar ese título en España y envía a Estados Unidos, con la misión de traer a Castro de vuelta, a un hombre de su absoluta confianza, Gabriel Elorriaga. 10 Y se instala al autor en un hotelito de la sierra madrileña, para que recomponga su obra, de acuerdo con los criterios que su mentor en el Ministerio de Información y Turismo considera oportunos. Desde una perspectiva anticomunista, el libro es aceptable de acuerdo con la mentalidad norteamericana de la época, pero las afirmaciones de Castro presentándose como luchador antifascista no son precisamente las más adecuadas para que sean publicadas en la España de Franco.
Mientras tanto, Fraga continúa viajando a Estados Unidos, cada vez con mayor frecuencia. Ofrece conferencias en las universidades de Georgetown y Florida, entre otras, y en el Press and Union League Club de Nueva York. A lo largo de una sola gira, según sus biógrafos, 11 recorre 11 000 kilómetros por toda Norteamérica. Es nombrado ciudadano de honor en las ciudades de Dallas y Chicago. «En Estados Unidos se le llamó el "delfín de Franco", no tanto como sucesor físico, sino por su significación política. Creían que Fraga iba a ser el eje en torno al cual evolucionaría el régimen franquista», escribe Carlos Sentís en su libro Perfil humano de Fraga.
Uno de sus viajes clave a Estados Unidos es el que realiza con motivo de la inauguración del Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York. Los servicios de información norteamericanos le alertan de lo que está ocurriendo con Matesa y le suministran los primeros datos sobre el asunto. 12 Pero el reajuste ministerial de octubre de 1969 le deja fuera del Gobierno y se ve obligado a pergeñar otra estrategia política para intentar llegar a la presidencia del Ejecutivo. Intenta labrarse un perfil aperturista y se postula como candidato para encabezar la transición del franquismo a la Monarquía.
6
Casi cuarenta años después, en los datos aportados al Congreso de los Diputados por el Consejo de Seguridad Nacional, el 17 de octubre de 1995, se afirma que la retirada de material contaminado se restringió sólo a las zonas que presentaron una radiación intensa, lo que correspondería sólo al 0,97 por ciento del área afectada (226 hectáreas). Cinco mil quinientos barriles cargados con material radiactivo fueron trasladados a Estados Unidos. El resto del terreno fue labrado, regado y sepultado bajo medio metro de tierra descontaminada. También, según el informe n.° 021.275, se enterraron cantidades indeterminadas con un índice de radiación medio en un pozo construido al efecto.
Inicialmente, el control de la zona correspondió a la antigua Junta de Energía Nuclear (JEN), que realizó controles de contaminación atmosférica, de suelos, plantas silvestres, cultivos y animales, desde que se produjo el accidente hasta 1980. En cuanto al seguimiento biológico, los datos de tan «concienzudo» análisis se limitaron al esparto —que ofreció los índices más elevados de acumulación de plutonio—, dos caracoles y una cabra, en los que también se hallaron trazas de este elemento radiactivo. El doctor Pedro Antonio Martínez Pinilla, el científico que ha realizado los únicos trabajos epidemiológicos desarrollados de forma continuada y con rigor, durante décadas, sobre mortalidad y morbilidad en Palomares, señala que «38 años después del accidente, sus consecuencias no sólo no se han disipado, sino que siguen y seguirán afectando a las comunidades biológicas de la zona durante los miles de años que estos elementos transuránicos, en especial el plutonio, tarden en degradarse».
7
Citado por Rafael Gómez Parra en Fraga, ese hombre, España Crítica, Madrid, 1982.
8
Manuel Fraga Iribarne, «Raza y racismo en Norteamérica», Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1950.
9
Manuel Fraga Iribarne, «La política exterior de Estados Unidos», Escuela Diplomática, Madrid, 1952.
10
Su hijo, Gabriel Elorriaga Pisarik, fue director de la campaña electoral de Mariano Rajoy en 2004 y, actualmente, es secretario de Comunicación del Partido Popular y patrono del pronorteamericano Real Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos.
11
Citado por Rafael Gómez Parra, Fraga, ese hombre.
12
El «Caso Matesa» hay que inscribirlo en el marco de la lucha por el poder que se vivía en el seno del régimen entre los ministros falangistas y los opusdeístas. El pretexto esgrimido por los políticos de
camisa azul, como Fraga, contra sus adversarios dentro del Gobierno, fueron las irregularidades cometidas por una empresa catalana, Maquinaria Textil del Norte de España, cuyo fundador, Juan Vilá Reyes, estaba vinculado a la Obra. Franco intervino en el pleito, realizó un cambio de Gobierno, el 29 de octubre de 1969, y relevó a los falangistas Fraga y Solís, por el lado agresor, y a los miembros del otro bando Juan José Espinosa San Martín y Faustino García-Moneó. Los falangistas perdieron el envite y en el nuevo gabinete continuaron los destacados miembros del Opus Dei Laureano López Rodó y Gregorio López Bravo.
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