CONTRADICCIÓN 4 APROPIACIÓN PRIVADA Y RIQUEZA COMÚN

Publicado el 21 de enero de 2022, 21:00

Es evidente, no obstante, que trabajo, tierra y dinero no son mercancías [...]. El trabajo no es más que la actividad económica que acompaña a la propia vida la cual, por su parte, no ha sido producida en función de la venta, sino por razones totalmente distintas, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. La tierra por su parte es, bajo otra denominación, la misma naturaleza que no es producida por el hombre; en fin, el dinero real es simplemente un signo del poder adquisitivo que, en líneas generales, no es en absoluto un producto sino una creación del mecanismo de la banca o de las finanzas del Estado. Ninguno de estos tres elementos, trabajo, tierra y dinero han sido producidos para la venta, por lo que es totalmente ficticio considerarlos mercancías 2 .

Dar pábulo a la ficción de que tierra, trabajo y dinero son mercancías conduciría, en opinión de Polanyi, a la «demolición de la sociedad».

Al disponer de la fuerza de trabajo de un hombre, el sistema pretende disponer de la entidad física, psicológica y moral «humana» que está ligada a esta fuerza. Desprovistos de la protectora cobertura de las instituciones culturales, los seres humanos perecerían, al ser abandonados en la sociedad: morirían convirtiéndose en víctimas de una desorganización social aguda, serían eliminados por el vicio, la perversión, el crimen y la inanición. La naturaleza se vería reducida a sus elementos, el entorno natural y los paisajes serían saqueados, los ríos polucionados, la seguridad militar comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas destruido. Y, para terminar, la administración del poder adquisitivo por el mercado sometería a las empresas comerciales a liquidaciones periódicas, pues la alternancia de la penuria y de la superabundancia de dinero se mostraría tan desastrosa para el comercio como lo fueron las inundaciones y los periodos de sequía para la sociedad primitiva. [...] Ninguna sociedad podría soportar, incluso por un breve lapso de tiempo, los efectos de semejante sistema fundado sobre ficciones groseras, a no ser que su sustancia humana y natural, así como su organización comercial, estuviesen protegidas contra las devastaciones de esa fábrica satánica 3 .

En la medida en que la política neoliberal ha desmantelado durante las últimas décadas muchas de las protecciones creadas con tanto esfuerzo en el periodo anterior, nos vemos cada vez más expuestos a los peores rasgos de esa «fábrica satánica» que el capital liberado a sus propias fuerzas crea inevitablemente. No sólo vemos a nuestro alrededor numerosas pruebas de tantos de los colapsos que temía Polanyi, sino que una alienación universal cada vez más intensa se muestra más y más amenazadora a medida que una parte cada vez mayor de la humanidad se aparta asqueada de la barbarie en que se basa la civilización que ha construido. Esto constituye, como argumentaré a guisa de conclusión, una de las tres contradicciones más peligrosas, quizá incluso fatales, para la perpetuación del capital y el capitalismo.

La historia del proceso de mercantilización del trabajo, la tierra y el dinero constituiría de por sí un largo y arduo relato, esbozado por ejemplo por Marx en su breve resumen de la llamada «acumulación originaria» en El capital. La transformación del trabajo, la tierra y el dinero en mercancías se logró mediante la violencia, el engaño, el robo, el fraude y actividades parecidas. Las tierras comunes fueron cercadas, divididas y puestas a la venta como propiedades privadas. El oro y la plata que constituían las primeras mercancías-dinero fueron robados a los habitantes nativos de las Américas. Los trabajadores y trabajadoras se vieron obligados a abandonar la tierra para recibir el estatus de trabajadores asalariados «libres» que podían ser libremente explotados por el capital, cuando no directamente esclavizados. Tales formas de desposesión fueron fundamentales en la creación del capital, pero lo más importante es que nunca desaparecieron. No sólo fueron decisivas para explicar los aspectos más crueles del colonialismo, sino que hasta hoy mismo las políticas de desposesión (administradas para la inmensa mayoría por una alianza non sancta de poder empresarial y estatal) del acceso a la tierra, al agua y los recursos naturales está induciendo gigantescos movimientos de agitación global. El llamado «acaparamiento de tierras» en toda África, América Latina y gran parte de Asia (incluidas las grandes desposesiones que están teniendo lugar ahora mismo en China) son sólo el síntoma más obvio de la política de acumulación por desposesión con formas que ni siquiera Polanyi podría haber imaginado. En Estados Unidos, las tácticas de expropiación legal, junto con la brutal oleada de desahucios que han provocado enormes pérdidas, no sólo de valores de uso (millones de personas sin techo), sino también de los ahorros duramente ganados y de valores insertos en el mercado de la vivienda, por no hablar de la pérdida de pensiones y de derechos sanitarios y educativos y otras prestaciones, indican que la economía política de la desposesión directa sigue funcionando en el mismísimo corazón del mundo capitalista. Lo paradójico es, por supuesto, que esas formas de desposesión están siendo ahora administradas cada vez más bajo el disfraz virtuoso de la política de austeridad supuestamente requerida para devolver a un capitalismo achacoso a una situación pretendidamente sana.

«La empresa más extraña de todas las emprendidas por nuestros antepasados consistió quizá en aislar a la naturaleza y hacer de ella un mercado», observa Polanyi, mientras que «separar el trabajo de las otras actividades de la vida y someterlo a las leyes del mercado equivaldría a aniquilar todas las formas orgánicas de la existencia y a reemplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizada e individual» 4 . Esta última consecuencia ha sido decisiva en el funcionamiento de la estructura de contradicciones que estamos examinando aquí. Dicho simplemente, la unidad contradictoria entre Estado y propiedad privada que constituye la tercera contradicción fundamental del capital cobró importancia, no como instrumento fundamental para facilitar la acumulación por desposesión, sino como una legitimación y una racionalización institucional post facto de los resultados de esa violencia de desposesión. Una vez que la tierra, el trabajo y el dinero habían sido cosificados, pulverizados y separados de su inserción en los flujos más amplios de la vida cultural y la materia viviente, pudieron ser resuturados bajo el paraguas de los derechos y leyes constitucionales basados en los principios de los derechos individuales a la propiedad privada garantizados por el Estado.

La tierra, por ejemplo, no es una mercancía producida por el trabajo social; pero estaba en el centro de la campaña de cercamientos en Gran Bretaña y las prácticas colonizadoras organizadas en todas partes para dividirla, privatizarla y mercantilizarla de forma que el mercado de la tierra pudiera convertirse en un ámbito primordial para la acumulación de capital y la extracción de riqueza por parte de una clase rentista cada vez más poderosa. Los recursos llamados «naturales» pueden de forma parecida ser comprados y vendidos aunque no sean de por sí un producto del trabajo social. La mercantilización de la naturaleza tiene ciertos límites, ya que algunas cosas (como la atmósfera y los agitados océanos) no son fácilmente privatizados y parcelados. Aunque los peces extraídos de los océanos pueden ser fácilmente mercantilizados, las aguas en las que nadan plantean un problema distinto. Se pueden, no obstante, crear mercados en torno a los derechos de usufructo o la contaminación de la atmósfera y los océanos, o derechos exclusivos de arrendamiento para pescar en ciertas zonas (por ejemplo, sólo los arrastreros españoles pescan en la parte del océano Atlántico meridional reclamada como aguas jurisdiccionales por Argentina).

Los cercamientos y la parcelación de la tierra, del trabajo (mediante extensiones de su división social y según tareas) y del poder del dinero (en particular mediante el dinero ficticio y el capital-dinero crediticio) como mercancías fueron cruciales en esa transición al sistema de derechos de propiedad privada que ofrece una base legal para las operaciones del capital. La contradicción Estado propiedad privada desplaza así una concepción fluida y viva de la relación con la naturaleza, que acaba siendo imaginada, tal como se quejó en una ocasión Heidegger, como «una vasta gasolinera» 5 . Desplazó igualmente todos los supuestos culturales vinculados a los regímenes de propiedad común y los derechos consuetudinarios característicos de los modos de producción anteriores (quiero insistir en que esto no significa una nostalgia con respecto al orden social en el que estaban insertos tales derechos y prácticas). Pone en lugar de toda esa variedad de existencias y vidas en el mundo una doctrina de los «derechos humanos» universales, evidentes e individualizados, subordinados a la producción de valor, que de hecho enmascara bajo una doctrina legal universalista y naturalizada el espeluznante rastro de violencia que acompañó a la desposesión de las poblaciones indígenas. Hasta hoy día, no obstante, es más probable que los adversarios y disidentes de todo esto –considerados cada vez más como terroristas– sean encarcelados en prisiones que hallarlos viviendo en la miniutopía de la urbanización periférica burguesa.

En ese mundo construido sobresalen ciertas verdades como pretendidamente evidentes, la principal de las cuales es que todo lo que existe sobre la tierra debe ser en principio sometido, siempre que sea técnicamente posible, a la mercantilización, monetización y privatización. Ya hemos comentado cómo la vivienda, la educación, la sanidad y los servicios públicos han evolucionado en esa dirección y ahora podemos añadir también las actividades bélicas e incluso las gubernamentales, subcontratándose una proporción cada vez mayor de esos sectores a empresas privadas. Los bendecidos con suficiente poder dinerario pueden entonces comprar (o robar) casi cualquier cosa, excluyendo a la gran mayoría de la población que carece de suficiente poder dinerario, astucia subversiva o influencia político-militar para competir. Pero el hecho de que sea ya posible comprar derechos de propiedad sobre las secuencias genéticas, cuotas de contaminación y derivados climáticos debería hacer que nos detuviéramos a pensar sobre las advertencias de Polanyi. El problema es, no obstante, que todo eso parece estar tan inserto en el orden «natural» e inconmovible creado por la burguesía que parece no sólo comprensible sino inevitable que las empresas puedan dominar la vida social en esferas de la actividad social y cultural donde no tendría por qué ser así. El valor de cambio es en todas partes el amo y el valor de uso el esclavo, y esa situación hace imprescindible una rebelión popular de las masas en nombre del acceso para todos a los valores de uso fundamentales.

Esa urgencia va acompañada además de una crítica y rebelión sistemáticas frente a la política de apropiación y acumulación por desposesión, asentada en una relación desconcertante y contradictoria con doctrinas legales universales sobre los derechos de propiedad privada que supuestamente regulan las relaciones entre Estado e individuo de tal modo que debería excluir las desposesiones, el robo y los engaños. La constitucionalidad y legalidad capitalistas están basadas al parecer en una mentira o como mucho en ficciones confusas, si es que cabe deducir algo de lo acontecido en los mercados financieros y de la vivienda durante los últimos años. Sin embargo, carecemos de una percepción común de cuál podría ser la naturaleza exacta de esa mentira. Como consecuencia, solemos reducir el problema de la acumulación por desposesión a la incapacidad para aplicar, poner en práctica y regular satisfactoriamente el comportamiento de los mercados.

De esa formulación hay que deducir otras dos percepciones. Ante todo, ¿qué es lo que garantiza que los individuos que saquean de esa forma la riqueza común actúen colectivamente de forma que aseguran la reproducción de esa riqueza común? Los individuos o corporaciones privadas que actúan únicamente por su propio interés a corto plazo suelen socavar, si no destruir, las condiciones para su propia reproducción. Los granjeros agotan la fertilidad de su tierra y los patronos extenúan a veces a sus trabajadores hasta la muerte por karoshi o hasta tal agotamiento que trabajan ineficazmente. Esta dificultad es particularmente severa en el terreno de los daños y la degradación medioambientales, como muestra el ejemplo de British Petroleum en la marea negra en el Golfo de México en 2010. En segundo lugar, ¿qué incentivo tienen los individuos para obedecer las reglas del buen comportamiento de mercado cuando los beneficios derivados de hacerlo son bajos y el rendimiento de la ilegalidad, la depredación, el robo y el engaño es muy alto aun teniendo en cuenta las enormes multas que podrían caer sobre ellos por ese mal comportamiento? Las sanciones dictadas contra instituciones financieras como HSBC, Wells Fargo, CitiBank, JPMorgan y otras parecidas en los últimos años y las pruebas de que siguen dándose los mismos malos comportamientos en el terreno de las finanzas sugieren que esto también es un problema para la reproducción de la riqueza común.

Hasta que no se entienda claramente que las mediaciones «objetivas» pero totalmente ficticias de la monetización, la mercantilización y la privatización de no mercancías como la tierra, el trabajo y el capital (todas ellas iniciadas y a menudo sostenidas por medios extralegales y coercitivos) están en la raíz de la hipocresía de la constitucionalidad capitalista, no podremos comprender cómo esta (y sus códigos legales) puede incorporar la ilegalidad en su propio fundamento. El hecho de que esas ficciones y fetichismos beneficien sistemáticamente a algunos individuos más que a otros, constituyendo la base para la construcción del poder de clase capitalista, no es puramente casual: es la razón de ser fundamental de todo el edificio político y económico construido por el capital. La relación interna entre el poder de clase capitalista y esas ficciones y fetichismos es más evidente que en ningún otro campo en la decisiva mercantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo, y a ello debemos atender ahora.

 

2 Karl Polanyi, The Great Transformation. The Political and Economic Origins of Our Time, Boston, Beacon Press, 1957, p. 72 [ed. cast.: La gran transformación, Madrid, La Piqueta, 1989, pp. 127-128].

Ibid., p. 73 [p. 129].

Ibid., p. 178 [pp. 289, 267].

5 Martin Heidegger, Discourse on Thinking, Nueva York, Harper Press, 1966, p. 50 [ed. cast.: Serenidad, Barcelona, Serbal, 2002].

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