CAPÍTULO IV PERSECUCIONES, REPRESIÓN, TERROR, CRÍMENES EN EL PARTIDO

Publicado el 21 de enero de 2022, 21:34

Tal como digo en otro lugar, la casi totalidad de los miembros del Buró Político y del Comité Central que estaban en Cataluña, al pasar la frontera, en vez de volver a España, decidieron quedarse en Francia para ocuparse —decían— de los militantes del Partido. A ellos vinimos a sumarnos otros de los que estábamos o habíamos ido a la zona centro-sur, después de la pérdida de Cataluña. Pues bien, terminada la guerra de España, estos mismos dirigentes, que habían quedado en Francia para ocuparse de nuestros militantes y de los refugiados, fueron los primeros en marcharse de Francia, principalmente hacia América.

Claro que, para evitar que algún miembro del Comité Central tomase en sus manos la dirección de nuestra organización en Francia al marcharse ellos, tuvieron buen cuidado en hacerlos salir, así como a otros cuadros del Partido, teniendo que encargarse de la dirección del Partido en Francia la camarada Carmen de Pedro, que hasta ese momento había sido mecanógrafa en el Comité Central. Esta camarada, que realizó un gran trabajo, fue luego acusada calumniosamente por Carrillo de espía franquista y americana y llevada al borde del suicidio.

Verdaderamente innoble, cobarde e inhumana en esos procesos fue la conducta de Manuel Azcárate que, habiéndose pasado en Suiza todo el período de la guerra y de la ocupación nazi de Francia, acusó luego a Carmen de Pedro de todo lo que Carrillo quiso. Entre esas acusaciones había la de estar al servicio del «espía» americano Field, con el que, en realidad, el que tenía relación en Suiza era el propio Manuel Azcárate. Claro que Carrillo había de premiar el servilismo de Azcárate llevándole algunos años más tarde al CC y luego al CE de su Partido.

Carrillo no les perdonó, por ejemplo, a los camaradas que volvieron de los campos de concentración nazis el no haber muerto allí como millares de otros, y ya que no podía arrebatarles la vida a todos, se dedicó a atacarlos en su honor de revolucionarios. Y así, en esa época era corriente el oírle decir a Carrillo: «Los que se han salvado es porque han hecho de kapos».

He aquí lo que en la discusión del Buró Político de abril-mayo de 1956 decía Dolores Ibárruri, en una intervención del 12 de abril, sobre el período a que nos estamos refiriendo:

 

¿En qué condiciones hemos trabajado en Francia? ¿Cuál era el medio en que se desarrollaba nuestra actividad? ¿Por qué a pesar de las debilidades y las deficiencias que existían en la dirección del Partido la influencia de éste no disminuía y podíamos desarrollar un gran trabajo de propaganda que a veces nos hacía perder un poco la cabeza?

Nuestro trabajo en Francia estaba favorecido por la situación. Era después de la victoria sobre el hitlerismo. En Francia se vivía un ascenso impresionante de las fuerzas obreras y democráticas; el Partido Comunista francés participaba en el gobierno; teníamos libertad de acción y de movimiento y de todas partes recibíamos ayuda.

Es decir, marchábamos empujados por la ola ascendente de la lucha revolucionaria, con lo que se disimulaban nuestras flaquezas y nuestras debilidades. Y ni una sola vez —y esto fue una debilidad y un error— nos paramos a examinar hasta el fondo cuál era la verdadera situación del Partido y de nuestro trabajo, que suponíamos boyante, sólido y sin fisuras.

¿Cuándo empiezan a salir a flote nuestras debilidades? Cuando la guerra fría está en su apogeo; cuando los comunistas franceses son arrojados del Gobierno, cuando comienzan las persecuciones contra nosotros.

Entonces se ponen de manifiesto las deformaciones del Partido como resultado de la ausencia por parte de la dirección de un trabajo consecuente de educación y preparación política y teórica del Partido.

Salió a relucir lo que pudiéramos llamar de manera eufemística «nuestro comunismo de guerra», que llevó a Antón, con un criterio selectivo policiaco, que no era sólo de él, sino también de otros de la dirección del Partido, a odiosas arbitrariedades, a expulsiones en masa de los que no se consideraba fieles porque en algún momento se habían rebelado contra alguna polacada de los llamados instructores, y querer sacar de Francia, con una precipitación llena de pánico, a todos los cuadros del Partido.

Había millares de comunistas honestos que pensaban que lo que se hacía era lo normal, porque no les habíamos enseñado otra cosa. No les
habíamos enseñado más que obligaciones y les habíamos impuesto una disciplina ciega, cuartelera, compañística, sin darles a cambio lo que teníamos la obligación de darles: una formación comunista. Los habíamos acostumbrado a que se les exigiese toda clase de sacrificios, mientras los dirigentes vivíamos a cubierto de las necesidades.

 

En esa intervención, aparte de que todo quedó en palabras y los defectos que criticaba continuaron mucho más agravados, Dolores Ibárruri se quedaba muy atrás de la realidad y de la verdad. Es de un liberalismo «enternecedor» el llamar a los crímenes «polacadas» y el calificar de «vivir a cubierto de las necesidades» al lujo en que ella, Carrillo y otros cuantos vivían y continuaron viviendo.

En 1946 el Buró Político se había trasladado a París. Toulouse resultaba demasiado provinciano y demasiado indiscreto para el género de vida de grandeza que diferentes miembros del Buró Político querían seguir llevando. En unos casos se compran y en otros se alquilan espléndidas villas en los lugares elegantes de los alrededores de París.

Las guerrillas, el trabajo clandestino, las cárceles franquistas, geográficamente sólo estaban al otro lado de los Pirineos, pero mentalmente estaban muy lejos de las preocupaciones de los Dolores, Carrillo, Mitje, Antón y compañía.

A mí se me ofreció una de esas residencias. La rechacé. Preferí para mí, mi esposa y mis dos hijos, una habitación, un reducido comedor, una minúscula cocina que, al mismo tiempo, hacía de cuarto de aseo; el retrete, en la escalera, para cinco vecinos, en un quinto piso de un viejo edificio enfrente del depósito de máquinas de la estación parisina de Lyón, dado generosamente por una camarada. Y no creo que eso tuviese ningún mérito ni sea, por mi parte, ningún acto de heroísmo, pues ésas, y aún peores, eran las condiciones en las que vivían los militantes de nuestro Partido en Francia. Vivir, como vivía el Partido, creo era lo normal. Lo que resultaba injusto y hasta inmoral era vivir como grandes señores con el dinero que los militantes y simpatizantes daban para la actividad revolucionaria al Partido.

He aquí cómo se caracteriza a nuestros militantes de Francia en la Historia del Partido Comunista de España (p. 227), caracterización tomada del artículo de Carrillo aparecido en Nuestra bandera de junio de 1948:

 

La principal manifestación de oportunismo fue que, bajo la influencia de Jesús Monzón, en el MOVIMIENTO DE UNIÓN NACIONAL existente en la emigración española en Francia, la cara del Partido Comunista, su personalidad, su actividad independiente quedasen casi anuladas. Dicho movimiento era una especie de «seudopartido». El Partido Comunista, siendo la fuerza principal, se diluía en un conglomerado amorfo de grupitos y personajes que participaban en la Unión Nacional.

Hubo también otras manifestaciones de oportunismo entre los militantes del Partido a los que más arriba nos hemos referido: subestimaban las acciones reivindicativas de la clase obrera y de otras fuerzas populares, lo que equivalía a dejar libre curso a las tendencias de pasividad, despreciando, en general, el papel de las masas como fuerza decisiva en la lucha contra el fascismo.

Se manifestaba igualmente la tendencia a disminuir el papel de las fuerzas obreras y democráticas en el movimiento de unidad, a preocuparse de buscar principalmente la colaboración con fuerzas de derecha, monárquicos, militares, etc.

El oportunismo en el terreno político se combinaba con el oportunismo en las cuestiones de organización. Éste consistía en postergar a los militantes más firmes y de mayor conciencia de clase, en particular de origen obrero, y el elevar, en cambio, a cargos responsables a camaradas de escasa formación y débiles vínculos con las masas trabajadoras; a los menos capaces de resistir a la influencia de las ideas burguesas y oportunistas.

 

Al leer esos planteamientos, uno se creería que se refieren a la política impuesta por Carrillo al Partido luego, y a sus libros, lo que sería justo.

Por el contrario, son completamente injustos y falsos aplicados a nuestros camaradas que en Francia hicieron un magnífico trabajo de unidad en los años 1940-1944. Por el contrario, en los años siguientes, y bajo el reinado de Carrillo y Antón, cientos de camaradas fueron perseguidos, maltratados, expulsados del Partido bajo acusaciones infames. Muchas familias de comunistas fueron deshechas; los hijos enfrentados con los padres, y éstos, con los hijos. En Francia, los «delegados gubernativos» de Carrillo y Antón sembraron el terror en nuestras organizaciones con sus listas de camaradas a expulsar. Y cuando algún comité o camarada salía en defensa de los perseguidos, se les hacía callar dejando entender o diciendo abiertamente que había contra ellos pruebas muy graves de relaciones con el enemigo, es decir, con los servicios policíacos y de espionaje franquistas, franceses, ingleses y yanquis, que era lo que se entendía en aquella época entre nosotros bajo ese término. Una acusación muy grave era, a partir de 1948, la de agente del «fascista» Tito.

¿Cuántos camaradas han sido perseguidos o expulsados bajo estas acusaciones? ¡Muchos! Centenares y centenares en España, Francia y otros países. ¿Cuántos fueron asesinados? No pocos.

Carrillo y Antón ejercían un verdadero terror. Hubo camaradas que al pasar por los interrogatorios llegaron al borde de la locura y algunos, ante las infames acusaciones que se les hacía, al suicidio.

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