“La telebasura es la manifestación moral del terrorismo”
A.G.Trevijano (El Faro de Alejandría, Canal9, 2006)
La importancia que tienen hoy en día los medios de comunicación, en especial la televisión, está fuera de toda duda. Es tal su importancia, que un análisis de las realidades social, política y económica tiene que incluir forzosamente este factor. La funcionalidad de este factor, la utilidad que se le dé, nos indicará de manera clara y demostrable científicamente en qué sistema de realidad estamos inmersos.
En primer lugar, conviene recordar una característica que es principal en los medios de comunicación actuales, salvo en el caso de Internet, y es su unidireccionalidad. Los medios de comunicación, y en especial la televisión, difunden la información desde la altura que otorga dicha característica unidireccional. Así pues, los medios de comunicación vierten la información sobre nosotros.
Una vez aclarada la posición espacial de los medios de comunicación, conviene centrarse ahora en lo que derraman sobre la sociedad civil, conviene analizar la composición de la información e identificar las distintas fuentes. Una gran parte de ese flujo descendente es publicidad, que proviene de la gran banca o de grandes empresas, destacando entre los anuncios publicitarios, precisamente, los de entidades bancarias y los de productos susceptibles de una financiación, como los coches. Es decir, una gran parte de esa publicidad es publicidad financiera en última instancia.
Esto es lógico, ya que la economía mundial, debido al proceso de globalización, ha externalizado a otros países gran parte del proceso productivo, para ahorrarse costes laborales y medio ambientales, y se ha concentrado en los países ricos en el sector financiero. La globalización ha permitido pues, un auge espectacular de las finanzas, un incremento del capitalismo especulativo muy por encima del productivo.
Este gran capital financiero es el que controla los medios de comunicación en una mayoría de países del mundo y España no es una excepción. Invierten en los medios por dos razones fundamentales: por la alta rentabilidad que aportan este tipo de negocios y por los elevados beneficios indirectos obtenidos de imponer una determinada visión de la realidad económica, social y política beneficiosa para sus intereses.
Así pues, los medios de comunicación constituyen la comunicación unidireccional entre el sistema financiero y la sociedad civil. En tal grado de penetración e importancia de esta comunicación descendente en la población, que se le puede aplicar un símil religioso y elevarlo a la categoría de divinidad. Frases como, si no sales en televisión no existes, están a la orden del día.
Conviene incidir un poco más entre esta vinculación entre lo mediático y lo religioso, y para eso España constituye un caso paradigmático. La dictadura del general Franco era iluminada desde las alturas por la Iglesia Católica, y el Caudillo lo era por la Gracia de Dios. Así, Franco, pequeño de estatura, proyectaba sobre la sociedad civil una sombra gigantesca gracias al foco luminoso que le llegaba desde el cielo romano.
Sin embargo, Estados Unidos y la propia lógica del capitalismo internacional, pasarían finalmente factura a la Iglesia Católica y al franquismo por su colaboracionismo durante la II Guerra Mundial, exigiendo y presionando por la apertura del mercado español al que querían exportar el consumo de masas. Pero eso tenía una consecuencia: el final del monopolio católico sobre la divinidad.
En 1951, España y Estados Unidos normalizan sus relaciones, y dos años después, en 1953, se firma el Concordato entre España y la Santa Sede. En 1957 inicia RTVE sus emisiones regulares, dando lugar al nacimiento de la nueva divinidad. A partir de ese momento, todo lo existente será aquello iluminado por la televisión, centrándose ésta en el rápido aumento del consumo interno, preparando a la sociedad española para su inserción en el gran mercado internacional.
La regencia de la nueva divinidad en sus inicios es tan deslumbrante que provoca algunas alteraciones, corrigiéndose éstas con el Plan de Estabilización de 1959, apoyada políticamente con la visita del presidente Eisenhower ese mismo año para tranquilizar a los hombres del Régimen.
El dios con sede social en Roma, celoso de los nuevos atributos del dios mediático, decide no quedarse atrás en el empleo del rayo de Zeus y en 1960 se produce la unificación de más de 200 emisoras parroquiales, dando lugar a la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE).
El régimen político, que ya no lo es por la Gracia de Dios, sino por obra y gracia de la televisión pública, concede a su modelo informativo la máxima importancia, situando a sus mejores hombres en dirigir esta tarea. En 1962 es ministro de Información Manuel Fraga Iribarne.
Aunque es la televisión la reina de los medios de comunicación, otros medios como la radio y la prensa no son ignorados por el Régimen, usados también para darse divina legitimidad. Los mecanismos de legitimidad basados en el formidable flujo descendente de información, se verían ligeramente alterados a mediados de la década de los 60, cuando la presión de grupos por influir en la política, basada en su incipiente poderío económico y sobre todo financiero, hacen que en 1965 Fraga promueva la Ley de Prensa, que elimina la censura previa, con lo que el antaño fino e intenso rayo legitimador se abre ahora abarcando un radio más amplio y dando carta de existencia a otros grupos. Estamos ante la formación de las condiciones para el paso de la dictadura a un sistema político oligárquico, por la Gracia de los Medios.
Las bondades del nuevo dios acogerían en su seno, finalmente, a todos los actores que entrarían a formar parte en el club de la oligarquía a partir de las directrices del ministro de Información de principios de los 70, Pío Cabanillas. La iluminación mediática daría realidad sólo a aquellos grupos que aceptaran las condiciones inherentes a todo sistema oligárquico, que incluían la figura del rey Juan Carlos de Borbón, que sería promocionado de manera creciente desde los medios. El franquismo quedaría todo atado y bien atado gracias a la amplia aceptación de la sociedad civil de la divinidad mediática, que concedía rango de autonomía política, dentro de un sistema de consumo, a la oligarquía de partidos.
La falsa democracia formada por el sistema de partidos, es en realidad la casta sacerdotal del dios mediático. Constituyen un fenómeno cíclico menor dentro del gran ciclo del consumo.
Este ciclo mayor consumista se inicia con la emisión descendente de los flujos de información y de conformación de realidades. Por eso la información que desciende es básicamente publicidad e información del sistema de partidos, siendo la función de esta última la de simular una supuesta unión con la sociedad civil que los ha elegido. Sin embargo, una verdadera unión conllevaría que el flujo de información fuese ascendente, de la sociedad civil al sistema de partidos.
El ciclo mayor se cierra con la compra del consumidor, llamado falsamente ciudadano por la casta sacerdotal que hace figuras chinescas frente a la gran luz del dios. Esta compra continua, según los intereses del sistema financiero propietario del dios, es la que mantiene estable y en el aire a la oligarquía de partidos, que se habrá ganado el sueldo si promueven leyes y protegen política y jurídicamente los intereses de los grandes monopolios, tanto en territorio nacional como en el extranjero. Estos intereses, completamente privados, serán llamados “de interés nacional” por las carnalizaciones del dios en la tierra, una gran mayoría de jefes de redacción y por el político sacerdotal. Ejemplo de esto han sido las reacciones de las principales cadenas ante las dificultades de las grandes empresas españolas en Latinoamérica como consecuencia de decisiones políticas de aquellos países.
El gran ciclo económico, iniciado por el descenso intenso de información y acabado por la compra compulsiva de determinados bienes y servicios, promueve también la promoción social mediante dos formas fundamentalmente. En primer lugar permite al consumidor común la posibilidad, difícil, de acceder a la casta sacerdotal del ciclo menor, el de la oligarquía de partidos. Para ello debe la persona despojarse de toda dignidad y de criterio propio, debe acatar en todo momento la orden de su jefe de filas y debe defender el funcionamiento de dicha casta mediante el consenso con los otros sacerdotes y la demagogia hacia la sociedad civil. Esta moderna demagogia es ejercida con mucha naturalidad por la clase política, que sólo tiene que asomarse al gran flujo descendente de información que le proporciona el ciclo mayor y hablar en el lenguaje estándar de dicho flujo: la publicidad. He aquí uno de los principales motivos de la alta degradación del lenguaje en todos los ámbitos, ya que el lenguaje que predomina es el publicitario.
Esta forma de promoción es de una dificultad extrema, favoreciendo la aparición y desarrollo de aberraciones morales como el terrorismo, que ante la imposibilidad de acceder a la casta de sacerdotes iluminados por las televisiones, usarán el asesinato y el espectáculo callejero como forma de ser noticia y de reclamo de luz divina. El terrorismo llama a las puertas del cielo de la oligarquía bajo la amenaza de crear espectáculos no reconocidos y programados por el dios ortodoxo: el dios mediático no es un dios sangriento, no le interesa eliminar a un consumidor, le interesa que su dinero siga un determinado camino.
La otra forma de promoción social, de elevación, es subirse directamente en el flujo ascendente de la compra de la mercancía, esto es, vender el alma al diablo, en este caso dios mediático. Por ese sistema se logra ascender rápidamente hasta el mismo sol, logrando unos segundos de efímera fama, antes de ser devorado por la lógica de novedad del ciclo económico, de la novedad y la moda, cayendo la sangre del sacrificado sobre la sociedad civil que la verá como una oportunidad de ocupar el limitado trono de la fama. Es la vía de la telebasura, la unión con dios mediante el abandono de toda moralidad y dignidad.
No podemos dejar de recordar, por otra parte, la relación de la figura del rey en particular y de la familia real en general con los medios de comunicación, ya que no deja de ser paradigmático y revelador el pacto de silencio informativo en todo aquello que pudiese ser negativo para la imagen de la monarquía en España. Este aparente alejamiento de los medios de la información relativa a la familia real, se rompe tradicionalmente con el mensaje navideño del rey, que ejerciendo de Sumo Sacerdote y de jefe de la casta oligárquica y sacerdotal, recuerda el nacimiento de la divinidad, hablando ante ella, ante la cámara, y recordando con la figura de un belén, la fuente de legitimidad del actual sistema político español: el régimen católico-franquista.
La elección del Sumo Sacerdote e investidura pública, esto es, televisiva, se produjo el 23 de Febrero de 1981, cuando demostró la realización de un milagro: abortar un golpe de estado con unas llamadas telefónicas, apareciendo posteriormente como Salvador por la Gracia de los Medios.
También merece mención especial el papel que en los últimos años está jugando Internet, auténtico ángel caído de la organización militar estadounidense, Satanás para muchos por la hasta ahora imposibilidad de control efectivo. Internet, es ahora mismo el único medio de comunicación donde existen islas que permiten a la sociedad civil una reflexión alternativa de los procesos en los que estamos inmersos. Por este motivo, Internet, que no tiene el carácter unidireccional y tiránico del tradicional dios mediático, puede favorecer la aparición de corrientes de pensamiento crítico y la organización de movimientos sociales como el MCRC.
De todo lo dicho anteriormente, podemos deducir que la principal función de los medios de comunicación tradicionales es la de incitar al consumo de determinados bienes y servicios ofrecidos por los dueños financieros de los medios y crear una realidad virtual democrática mediante el apoyo mediático a una oligarquía de partidos, regida por un rey, que está en última instancia al servicio de esos mismos intereses.
Nos hallamos pues dentro de un gran Estado Publicitario, en cuyo interior se sitúa el actual Estado de Derecho y el llamado Estado del Bienestar, que velan por el mantenimiento de las condiciones mínimas para que el ciclo de consumo siga funcionando.
Amén.
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