LOS CURAS, PIEZA CLAVE EN LA PURGA DE MAESTROS

Publicado el 1 de febrero de 2022, 22:56

En cada pueblo hay una luz que ilumina, el maestro, y un soplo que la apaga, el cura.

VICTOR HUGO

 

Los militares son los únicos capaces de salvar a España en estos momentos, porque los sacerdotes y los maestros ven fructificar la semilla que siembran más lentamente.

MANUEL SIUROT en el casino Militar de Sevilla, abril de 1936 [146] .

 

Si algo especialmente había sacado a la Iglesia y a los curas de quicio durante la República, fue la clara conciencia de haber perdido buena parte del control de la educación desde la infancia, una de las claves de su poder. La creación de miles de escuelas públicas por todo el país y la salida de promociones de enseñantes que escapaban a su control creó en los curas una sensación de agravio y un odio cerval que encontró su salida natural en el momento en que el golpe militar los elevó de nuevo al rango de poder fáctico y los convirtió en informantes cualificados. La vida de miles de hombres y mujeres, la vida profesional y la vida privada, pasaba a depender de la ideología de los miembros de uno de los sectores más reaccionarios de la sociedad española. Las comisiones depuradoras provinciales creadas en todo el territorio ocupado se encargarán de llevar la purga a sus últimos extremos.

Santiago de Compostela, diciembre de 1938. Carmen Polo, el dictador y el obispo Muniz haciendo el saludo fascista en la puerta de la catedral.

Por otra parte, las autoridades eclesiásticas fueron desde el principio sumamente rigurosas con todo lo relativo a certificados y avales, terreno en el que se anticipó el arzobispo de Santiago, Tomás Muniz de Pablos, cuyas normas
ejercieron considerable influencia en los demás. En ellas recogió las críticas de las «personas escandalizadas» por la facilidad con que los párrocos extendían «certificados de catolicismo y religión» a gente relacionada con el marxismo. Según Muniz los párrocos debían esperar a que las autoridades civiles o militares se los pidieran de palabra o por escrito y entonces

certificarán en conciencia, sin miramiento alguno, sin atender a consideraciones humanas de ninguna clase [147] .

Balanzá, Muniz y Aranda.

Luego será el obispo de Lugo, Rafael Balanzá Navarro, el que perfeccionará las normas, estableciendo una validez temporal para los certificados «porque se dan casos de personas que cumplieron sus deberes religiosos en años ya lejanos, y dejaron de cumplirlos durante el nuevo régimen, o que en los últimos años no recibieron los sacramentos, ni ayudaron al sostenimiento del culto y clero, y desde hace unos meses se portan como si fueran católicos fervorosos» [148] . He aquí dos de las normas:

 

1.º No se darán certificaciones de buena conducta religiosa a los que han pertenecido a sociedades marxistas y anticristianas …

4.º Siempre y en todo caso digan todo y solo lo que deban decir, sin que les muevan perjuicios ni les detengan consideraciones humanas, y sin escudarse en pretendida ignorancia de los hechos [149] .

 

Es ya copiosa la bibliografía sobre la depuración de la enseñanza y está sobradamente demostrada la responsabilidad directa de la Iglesia en el apartamiento de la enseñanza de miles de enseñantes, hombres y mujeres que
vieron truncadas sus vidas a causa de la inquina clerical por el mero hecho de no ser de su agrado. Entre los trabajos que podrían citarse destaca el de Olegario Negrín Fajardo sobre la depuración del magisterio en Canarias, que detalla el papel jugado por párrocos difamadores como Pedro Hernández, de San Juan de
Telde; Abrahán González Arencibia, de San Lorenzo; José Rodríguez, de Tejeda; Elías Verona Hernández, de Santa Brígida; Antonio Socorro Lantigua, de Teror, o José Cárdenes, de Agüimes, y los avatares de sus pobres víctimas: Enrique Caro Aguilar, Juana González Monzón, Petra Hernández Rodríguez, José Carlos Pérez Lacave, José Quevedo Lorenzo, José María Quinteiro Malvar, Antonio Sánchez Sánchez o Arturo Soriano García, expulsados de su profesión y privados de su medio de vida [150] .

La lectura de sus expedientes resulta terrible: ¿cuántos maestros fueron acusados en España de obligar a los niños a cantar La Internacional, de negar a Dios o de pisotear el crucifijo?, ¿cuántos de tener simpatías por partidos de izquierdas o sindicatos profesionales perfectamente legales?, ¿de cuántos maestros se contó la patraña de que obligaban a los niños a pedir algo a Dios, sin resultado alguno, para a renglón seguido decirles que ahora se lo pidieran al maestro para así demostrarles que, al contrario que él, Dios no existía?, [151] ¿cuántos hubieron de negar en sus escritos de descargo, sin resultado alguno, que no sabían La Internacional, que jamás habían tratado de influir en las ideas religiosas de los niños o que en la vida se les había pasado por la cabeza pisotear crucifijo alguno ni obligar a los niños a que hicieran semejante estupidez? Daba igual. Estaba la palabra del cura y para las comisiones depuradoras esta era sagrada, dijera lo que dijera. ¿Cómo si no se explica que la comisión de Huelva aceptara un informe del párroco de Santa Olalla, Juan Otero, en el que decía del maestro Manuel Fernández Marín que «se hizo de Izquierda Republicana, que daba lo mismo que si fuera de Unión Republicana o del Socialista o del Comunista, porque todos eran uno, diferenciándose sólo en el nombre» [152] ?

Santiago Vega dice, con razón, que los informes de los párrocos son sin duda lo más interesante de los expedientes de depuración. Además los curas, en el momento de elaborar los informes, conocían perfectamente la realidad represiva y el modo en que esta había afectado a todos los vecinos. Informaban sobre sus actividades políticas, sobre sus actitudes en las diferentes etapas de la República, sobre lo que fue de cada uno a partir del 18 de julio, sobre las relaciones con la religión y la Iglesia, sobre la vida privada de unos y otros, sobre sus amistades o sobre la prensa que leían y los locales que frecuentaban. Ningún aspecto de la vida quedaba fuera del ojo inquisidor del cura, un verdadero espía de la reacción en cada pueblo. Vega reproduce el informe del cura de Nieva (Segovia) sobre el maestro Mariano Domínguez, asesinado en agosto de 1936:

 

Nunca cumplió con sus deberes cristianos, en la labor en la escuela antirreligiosa y antipatriótica en grado supremo, poseía ideas avanzadas y pertenecía a partidos políticos de extrema izquierda, todo ello comprobadísimo y desgraciadamente palpable en el pueblo y en los niños, y por documentos escritos de su puño y letra, algunos de ellos obran en mi poder, era suscriptor de El Liberal y en su biblioteca y en la de la escuela había gran número de libros perversos contra la moralidad y contra la Patria.

 

La biblioteca le fue expropiada por la Comisión Provincial de Incautación de Bienes. Aunque el cura no aclara cómo consiguió documentos privados del maestro lo podemos imaginar [153] .

De la maldad que los curas derrocharon en sus informes puede ser buena muestra el caso del párroco de Los Marines (Huelva), Eduardo Mateos del Moral, quien en una carta que se utilizaría contra el maestro José Gil Villegas escribió:

 

… en los primeros días del Movimiento Redentor, el actual alcalde de esta y el médico de esta [se refiere a Aracena], ambos ejerciendo en la actualidad, en una lista de cuatro individuos, entre los que constaba el Sr. Villegas, el Juez dijo: «Se les fusilará donde quiera que se les coja». Uno ha desaparecido, otro fue confeso por mí y luego fusilado; el otro, como el desaparecido, está seguramente recibiendo lo que le corresponda. Sólo el Sr. Villegas dicen que vive como si tal cosa.

 

El cura, que subrayó la última frase, justificó la delación «mirando la dignidad y gloria de nuestra Patria, tal vilmente tratada y mirada por sus malos hijos». Los cuatro de la lista, aparte de Gil Villegas, eran Luis Esquiliche Bustamante, José Melo Antón y Evaristo Borrero Bayo, todos maestros. Salvo el primero, que logró escapar, los otros dos fueron asesinados, Melo tras confesar con el cura Mateos y Borrero después de pasar por igual trámite con el cura Pablo Rodríguez, el ya aludido «Don Litro», quien poco después comentaría a Luisa, hija de Borrero, que su padre había resultado «muy difícil de confesar». Gil Villegas salvó la vida, pero gracias al cura, entre otros, nunca más pudo ejercer la profesión [154] .

El odio no tenía límites. El ya mencionado cura falangista zamorano Miguel Franco Olivares consiguió con uno de sus informes que se detuviera a José Matas, director de la Escuela Universitaria de Magisterio. Sin embargo, la hija movió ciertos hilos y consiguió que lo liberaran. Entonces el cura envió este escrito al gobernador civil:

 

No se puede permitir que se pasee por las calles de Zamora este señor comunista, cuando yo al confesar a muchos maestros me han dicho que él es el responsable de que la educación esté en la situación en que está [155] .

[146] La cita procede de Reyes Santana, Manuel, y Paz Sánchez, Manuel de, La represión del Magisterio republicano en Huelva, Diputación Provincial, 2009, p. 55.

[147] Álvarez Bolado, A., Para ganar…, p. 56. Muniz fue otro de los que en fecha tan temprana como el 30 de agosto de 1936 caracterizó el golpe militar como cruzada y cerró su aguerrido sermón —en Santiago y en compañía de los obispos de Lugo y Mondoñedo— con un «¡Dios lo quiere!, ¡Santiago y cierra España!» (Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, 2010, p. 121).

[148] Álvarez Bolado, Para ganar…, p. 79.

[149] Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, pp. 151-152.

[150] Negrín Fajardo, O., Memoria histórica y educación en Canarias ( 1936-1942). Depuración y represión del Magisterio en la provincia de Las Palmas, Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas, 2010, pp. 185 y ss.

[151] De un repaso no exhaustivo a algunas investigaciones cabe señalar tres casos en los que se contó esta misma historia: Timoteo Domínguez, maestro de Palazuelos, recogido por Santiago Vega en el apartado dedicado a Segovia en Berzal de la Rosa, E., y Rodríguez González, J., Muerte y represión en el magisterio de Castilla y León, Fundación 27 de Marzo, León, 2010, p. 339; Juana Valcárcel Terrón, maestra de Losar de la Vera, mencionada en Vázquez Calvo, Juan Carlos, y García Jiménez, Santiago, La depuración de la Enseñanza Primaria en la Provincia de Cáceres, 1936-1944, Diputación Provincial de Cáceres, 2008, p. 133, y Catalina Rivera Recio, de Villafranca de los Barros (Badajoz), a cuya historia se dedica un capítulo en Espinosa Maestre, F., Masacre. La represión franquista en Villafranca de los Barros (1936-1945), Aconcagua, Sevilla, 2011.

[152] Reyes Santana, Manuel, y Paz Sánchez, Manuel de, La represión del Magisterio republicano en Huelva, Diputación Provincial, 2009, p. 411.

[153] Berzal de la Rosa, E., y Rodríguez González, J., Muerte y represión en el magisterio de Castilla y León, Fundación 27 de Marzo, León, 2010, pp. 340-341.

[154] Procede esta historia de Reyes Santana, Manuel, y Paz Sánchez, Manuel de, La represión…, p. 383.

[155] De Dios Vicente, Laura, «Control y represión en Zamora (1936-1939). La violencia vengadora ejecutada sobre el terreno», en Historia y Comunicación Social, vol. 7, 2002, p. 61.

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