CONTRADICCIÓN 5 CAPITAL Y TRABAJO

Publicado el 6 de febrero de 2022, 22:44

También existen algunas interpretaciones desafortunadas del complejo terreno en el que se desarrolla la contradicción entre capital y trabajo. En el pensamiento de izquierdas predomina la tendencia a privilegiar el mercado laboral y el lugar de trabajo como los dos dominios gemelos principales de la lucha de clases, por lo que son esos los lugares privilegiados para la construcción de alternativas a las formas capitalistas de organización. Ahí es donde se configura supuestamente la vanguardia proletaria para dirigir el proceso hacia una revolución socialista. Como veremos un poco más adelante, cuando examinemos la unidad contradictoria entre producción y realización en la circulación del capital, hay otros terrenos de lucha que pueden ser de la misma importancia, si no mayor.

En Estados Unidos, por ejemplo, los trabajadores suelen gastar alrededor de un tercio de sus ingresos en su vivienda. La construcción y oferta de viviendas suele estar impulsada, como hemos visto, por operaciones cada vez más especulativas de valor de cambio y es un nicho privilegiado para la extracción de rentas (sobre el suelo y sobre los inmuebles construidos), de ingresos en concepto de intereses (sobre todo bajo la forma de pagos de hipotecas) y de impuestos sobre la propiedad inmobiliaria, así como de beneficios obtenidos del capital invertido en la construcción. También es un mercado caracterizado por una gran proporción de actividad depredadora (por ejemplo, extracción de tasas y contribuciones legales). Los trabajadores, que pueden haber obtenido concesiones significativas en los salarios mediante luchas realizadas en el mercado laboral y en el punto de producción, pueden tener que sacrificar casi todas esas mejoras para procurarse viviendas como valor de uso bajo las condiciones del mercado de la vivienda impuestas especulativamente y tras inevitables enfrentamientos con prácticas depredadoras. Lo que los trabajadores ganan en el dominio de la producción se lo roban luego los caseros, los comerciantes (por ejemplo, las compañías telefónicas), los banqueros (por ejemplo, en las tarifas de las tarjetas de crédito), los abogados y agentes comisionistas, y una gran proporción de lo que queda también va a parar al recaudador de impuestos. Como en el caso de la vivienda, la privatización y las prestaciones mercantilizadas de los cuidados médicos, la educación, el agua y el alcantarillado, la recogida de basuras y otros servicios básicos, disminuyen el ingreso disponible para los trabajadores y recuperan valor para el capital.

Pero ésa no es toda la historia. Todas esas prácticas forman un nudo colectivo en el que la política de acumulación por desposesión se convierte en medio primordial para la extracción de renta y de riqueza de las poblaciones vulnerables, incluida la clase obrera (se defina ésta como se defina). La supresión de derechos duramente adquiridos (como las pensiones de jubilación, la sanidad, la educación gratuita y los servicios adecuados que forman parte de un salario social satisfactorio) se ha convertido bajo el neoliberalismo en una forma descarada de desposesión racionalizada, que ahora se ve reforzada mediante la política de austeridad administrada en nombre del equilibrio fiscal. La organización de la resistencia contra esa acumulación por desposesión (el fortalecimiento del movimiento contra la austeridad, por ejemplo) y las reivindicaciones de alojamientos más baratos y más confortables, de enseñanza, sanidad y servicios sociales son, por lo tanto, tan importantes para la lucha de clases como lo es la lucha contra la explotación en el mercado laboral y en el lugar de trabajo. Pero la izquierda, obsesionada con la figura del obrero de fábrica como portador de la conciencia de clase y avatar de la ambición socialista, vacila a la hora de incorporar a su pensamiento y sus estrategias políticas ese otro mundo de prácticas de clase.

Es también ahí donde aparecen más claramente las complejas interacciones entre las contradicciones del capital y las del capitalismo. Me ocuparé de esta cuestión con mayor detalle un poco más adelante; pero aquí sería estúpido y tácticamente imprudente concluir cualquier discusión sobre la contradicción capital-trabajo sin señalar no sólo su relación imbricada con las demás contradicciones del capital, sino también su claro enmarañamiento con las contradicciones del capitalismo, en particular con las asociadas a la discriminación racial, de género y de otros tipos. La segmentación y segregación del mercado laboral y del de la vivienda según líneas raciales, étnicas y de otro tipo, por ejemplo, son rasgos prácticamente omnipresentes en todas las formaciones sociales capitalistas.

Si bien la contradicción capital-trabajo es incuestionablemente central y fundamental, no es –ni siquiera desde el punto de vista del capital solamente– una contradicción cardinal a la que están en cierto sentido subordinadas todas las demás. Desde el punto de vista del capitalismo, esa contradicción central y fundamental en el motor económico constituido por el capital desempeña evidentemente un papel vital, pero sus manifestaciones tangibles están enmarañadas con otras categorías de distinción social, como la raza, la etnicidad, el género o la religión, convirtiendo la lucha política en el capitalismo en un asunto mucho más complicado que el que podría creerse desde el único punto de vista de la relación trabajo-capital.

No pretendo disminuir con esto la importancia de la contradicción capital-trabajo en la panoplia de las contradicciones del capital, ya que de hecho es una contradicción clave de carácter e importancia singular. Es, después de todo, en el lugar de trabajo y a través del mercado laboral como la fuerza del capital golpea directamente sobre el cuerpo del trabajador, así como sobre quienes dependen de él en cuanto a su vida y su bienestar. La naturaleza alienante y centelleante de esa experiencia –el trato con frecuencia salvaje durante el proceso de trabajo y la experiencia del hambre descarnada en los hogares de los trabajadores– es siempre una fuente primordial de alienación de masas, que se convierte a menudo en detonante de estallidos de cólera revolucionaria. Pero su sobrevaloración o tratarla como si operara autónoma e independientemente de las demás contradicciones del capital ha sido muchas veces perjudicial, a mi juicio, para la genuina búsqueda revolucionaria de una alternativa al capital y, por lo tanto, al capitalismo.

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