CONTRADICCIÓN 6 ¿EL CAPITAL ES UNA COSA O UN PROCESO?

Publicado el 15 de febrero de 2022, 0:00

EN UN TIEMPO pretérito los físicos discutían interminablemente sobre si la luz debía concebirse y estudiarse como partículas o como ondas. En el último cuarto del siglo XVII Isaac Newton desarrolló una teoría corpuscular de la luz mientras que casi al mismo tiempo Christiaan Huygens presentaba y defendía su teoría ondulatoria. A partir de entonces las opiniones variaban entre una y otra teoría hasta que el danés Niels Bohr y el alemán Werner Heisenberg, padres de la mecánica cuántica, resolvieron el dilema formulando un principio de complementariedad que permitía aceptar la «dualidad onda-partícula» sin renunciar a ninguno de los dos aspectos. Según esa interpretación, la luz tiene características corpusculares y ondulatorias, o como se suele decir, es «tanto una partícula como una onda». Se necesitan ambos aspectos «complementarios» para entender distintos fenómenos, sólo que no debemos emplear simultáneamente ambas concepciones en la descripción de uno determinado. Sin embargo, algunos físicos seguían entendiendo la dualidad como simultaneidad más que como complementariedad, por lo que siguió debatiéndose si se trataba de algo intrínseco o si sólo respondía a las limitaciones del observador. Al final acabaron aceptándose tales dualidades como elemento fundamental de las teorías en uso en muchas de las ciencias naturales. Por poner otro ejemplo, en la neurociencia contemporánea se asume como punto de partida la dualidad mente-cerebro, sin tratar de reducir uno de esos aspectos al otro. Por eso no se puede decir que las ciencias naturales sean intrínsecamente hostiles al razonamiento dialéctico ni inmunes a la idea de contradicción (aunque tengo que apresurarme a añadir que la naturaleza de ese razonamiento dialéctico difiere notablemente de la versión un tanto simplista promovida por Engels y más tarde por Stalin). ¡Qué pena que la economía convencional, que aspira al estatus de ciencia, no haya seguido su ejemplo!

¿Debe pues considerarse el capital como un proceso o como una cosa? En mi opinión ambos aspectos son ciertos y en mi exposición seguiré una interpretación de cómo funciona esa dualidad quizá más simultánea que complementaria, por más que, para facilitar la comprensión, a veces haga prevalecer un punto de vista sobre el otro. La unidad entre el capital que circula continuamente como un proceso y un flujo, por un lado, y las diferentes formas materiales que asume (primordialmente dinero, actividades de producción y mercancías), por otro, es contradictoria, induciendo tanto creatividad y cambio como inestabilidades y crisis, por lo que el foco de nuestra investigación será la naturaleza de esa contradicción.

Consideremos, en un modelo de flujo simple, cómo podría actuar un capitalista honrado y bien intencionado, respetando todas las leyes que puede imponer al comportamiento del mercado un Estado capitalista adecuadamente regulado. El capitalista comienza con cierta cantidad de dinero (no importa aquí que sea de su propiedad o lo haya pedido prestado), utiliza ese dinero para comprar medios de producción (el uso de la tierra y de todos los recursos que provienen de ella, así como insumos parcialmente acabados, energía, maquinaria, etcétera). También buscará trabajadores en el mercado laboral que se encuentra a su disposición y los contratará para determinado periodo de trabajo (digamos, ocho horas al día durante una semana laboral de cinco días por un salario semanal). La adquisición de esos medios de producción y de la fuerza de trabajo precede el momento de la producción; pero la fuerza de trabajo se remunera habitualmente después de que ésta haya tenido lugar, mientras que los medios de producción se pagan habitualmente antes (a menos que se compren a crédito). Dicho simplemente, la productividad de los trabajadores depende de la tecnología (por ejemplo, máquinas), de la forma organizativa (por ejemplo, la división del trabajo dentro del proceso laboral y las formas de cooperación) y de la intensidad/eficiencia del proceso de trabajo tal como ha sido diseñado por el capitalista. El resultado de ese proceso de producción es una nueva mercancía (en su mayoría cosas, pero también a veces procesos, como transporte o servicios) que se lleva al mercado y se vende a los consumidores a un precio que proporciona al capitalista una cantidad de dinero equivalente a la que invirtió inicialmente, más una suma adicional que constituye su beneficio.

El beneficio obtenido al final del ciclo es la motivación para pasar por todas las preocupaciones y dificultades que entraña el proceso. A continuación el capitalista lo repite de nuevo para seguir ganándose la vida, pero también utiliza parte de los beneficios para ampliar la producción, y lo hace por distintas razones; además de la codicia y el deseo de obtener mayor poder dinerario, está el temor a que sus competidores lo puedan dejar fuera del negocio si no reinvierte parte de los beneficios para expandirlo.

Hay versiones ilegales de ese proceso. El dinero inicialmente invertido puede haberse obtenido mediante el robo y la violencia. El acceso a la tierra y los recursos puede alcanzarse también de esa forma y los insumos necesarios pueden ser robados en lugar de comprarlos legalmente en un mercado abierto. Las condiciones del contrato laboral impuesto pueden violar normas legalmente establecidas, y también puede haber transgresiones de todo tipo: incumplimiento del pago de los salarios, ampliación forzada de la jornada laboral, multas por supuestas faltas. Las condiciones del proceso de trabajo pueden hacerse intolerables o muy peligrosas (exposición a sustancias tóxicas, incremento forzado de la intensidad del trabajo más allá de las capacidades humanas razonables). En el mercado se dan artimañas de todo tipo, tales como fraudes, precios de monopolio y venta de mercancías defectuosas o incluso peligrosas. Se puede eliminar a los competidores e imponer precios de monopolio. El reconocimiento de que pueden suceder todas esas cosas lleva a intervenciones reguladoras y normativas por parte del Estado como, por ejemplo, la aprobación de leyes sobre la seguridad y la salud en el trabajo, la protección de los consumidores y muchas otras (tales medidas protectoras se debilitaron notablemente bajo los regímenes neoliberales inaugurados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher que prevalecen desde hace más de treinta años).

En casi todos los países del mundo capitalista vemos pruebas evidentes de ilegalidad. La definición de lo que es normal en la circulación legal del capital se ve al parecer muy influida, si no definida, por el campo de los comportamientos ilegales. Esa dualidad legal-ilegal desempeña pues también un papel en el funcionamiento del capital. Dicho simplemente, se hace necesaria la intromisión del poder estatal para restringir los comportamientos individuales inconvenientes. Un capitalismo sin Estado es impensable (véase la Contradicción 3); pero el alcance de la intervención estatal depende de controles de clase y de la influencia sobre el aparato estatal. Las ilegalidades practicadas por Wall Street en tiempos recientes no se podrían haber producido sin cierta combinación de negligencia y complicidad por parte del aparato estatal.

Pero lo principal a este respecto es la definición del capital como proceso, como un flujo continuo de valor que atraviesa diversos momentos y transiciones de una forma material a otra. En determinado momento, el capital asume la forma dinero, en otro es un conjunto de medios de producción (incluida la tierra y ciertos recursos) o una masa de trabajadores que entra en la fábrica. Dentro de ésta, el capital organiza labores concretas para la confección de una mercancía en la que se coagula un valor latente pero todavía no realizado (trabajo social), así como cierta proporción de plusvalor. Cuando se vende la mercancía, el capital vuelve de nuevo a su forma dinero. En ese flujo continuo, entre el proceso y las cosas existe una dependencia mutua.

La dualidad proceso-cosa no es exclusiva del capital, sino que en mi opinión es una condición universal de la existencia en la naturaleza, y dado que los seres humanos forman parte de ésta, es una condición universal de la actividad y de la vida social en todos los modos de producción. Vivo mi vida como proceso aunque tenga cualidades de cosa por las que el Estado define quién soy (¡nombre y número!). Pero el capital afronta y moviliza esa dualidad de una forma particular que es la que requiere nuestra atención. El capital existe como un flujo continuo de valor a través de los diferentes estados físicos que hemos señalado (junto con otros que serán considerados más adelante). La continuidad del flujo es una condición primordial de la existencia del capital, que debe circular continuamente o fenecer. La velocidad de su circulación es también importante. Si alguien puede hacer circular su capital más rápidamente que otro, entonces disfrutará de cierta ventaja competitiva. Existe, por lo tanto, una considerable presión competitiva por acelerar el tiempo de rotación del capital. Esa tendencia a la aceleración es fácilmente observable a lo largo de su historia. La lista de innovaciones tecnológicas y organizativas destinadas a acelerar los procesos y a reducir las barreras planteadas por la distancia física es muy larga.

Pero todo esto presupone que las transiciones de una fase a otra trans- curren sin problemas, y no es así. Si tengo dinero y quiero fabricar acero, debo disponer cuanto antes de todos los ingredientes (fuerza de trabajo y medios de producción) para fabricarlo; pero el mineral de hierro y el carbón están todavía enterrados en el suelo y lleva mucho tiempo extraerlos. No hay suficientes trabajadores cerca dispuestos a vender su fuerza de trabajo. Tengo que construir un alto horno y eso también lleva tiempo. Mientras tanto, mi capital-dinero destinado a la producción de acero está parado y no produce ningún valor. La transición del dinero a las mercancías requeridas para la producción está obstruida por todo tipo de barreras potenciales como ésas y el tiempo perdido es capital devaluado o incluso capital perdido. Hasta que no se superan todas esas barreras, el capital no puede afluir finalmente a la producción real.

En el propio proceso de producción también aparecen todo tipo de problemas y barreras potenciales. Lleva tiempo producir el acero y la intensidad del proceso de trabajo afecta a la cantidad de tiempo necesaria para realizar esa producción. Aunque se pueden buscar distintas innovaciones organizativas y tecnológicas para reducir el tiempo de trabajo, existen barreras físicas a su anulación completa. Los trabajadores, además, no son autómatas. Pueden dejar caer sus instrumentos o entorpecer y frenar deliberadamente el proceso de trabajo. Para mantener la continuidad se necesita establecer un control y lograr la colaboración de la mano de obra.

Una vez que se ha fabricado el acero, hay que venderlo, y de nuevo la mercancía puede permanecer en el mercado cierto tiempo antes  de que aparezca un comprador. Si todos disponen de suficiente acero para un par de años, entonces no habrá compradores durante ese tiempo y el capital-mercancía se convierte en capital muerto porque ha dejado de circular. El productor estará interesado en asegurar y acelerar el ciclo de consumo. Una de las formas de hacerlo es producir acero que se deteriore tan rápidamente que necesite una pronta sustitución. Disminuir la duración del ciclo de vida útil del producto es mucho más fácil, en cambio, en el caso de los teléfonos móviles y los dispositivos electrónicos. La obsolescencia programada, la innovación, las modas y factores parecidos están profundamente enraizados en la cultura capitalista.

En la búsqueda por el capital de formas de trascender o eludir las barreras a la circulación y de suavizar y acelerar su tiempo de rotación surgen todo tipo de estrategias y atajos. Los productores, por ejemplo, pueden no querer esperar a vender sus mercancías. Para ellos es más fácil vendérselas a comerciantes con un descuento sobre su valor total (lo que proporciona a éstos una oportunidad para ganarse una parte del plusvalor). Los comerciantes (mayoristas y minoristas) asumen los costes y riesgos de vender el producto a los consumidores finales. Al buscar eficiencias y economías de escala (al tiempo que explotan a los trabajadores que emplean) pueden conectar a los productores con los consumidores finales con un coste más bajo que el que tendrían que pagar los productores directos si se encargaran ellos mismos de la comercialización. Esto lubrica los conductos, facilita el flujo y ofrece a los productores un mercado más seguro. Pero, como contrapartida, los comerciantes pueden acabar ejerciendo una considerable presión sobre los productores directos y obligarles a asumir tasas de retorno más bajas (ésta es por ejemplo la estrategia de Walmart). Alternativamente, los productores pueden buscar créditos sobre los productos no vendidos, con lo que entra en juego de nuevo el poder autónomo de los banqueros, financieros y comisionistas como factor activo en la circulación y acumulación del capital. Las estrategias sociales para mantener la continuidad del flujo de capital constituyen una espada de doble filo: aunque consigan su propósito inmediato de lubricar el proceso de circulación, también pueden favorecer la consolidación de bloques de poder autónomos entre los comerciantes (por ejemplo, Walmart) y los financieros (por ejemplo, Goldman Sachs), que pueden perseguir sus propios intereses específicos, además de servir a los intereses del capital en general.

Existen muchos otros problemas, puramente físicos, que exacerban la tensión entre inmovilidad y movimiento en la circulación del capital, sobre todo en la categoría de las inversiones a largo plazo en capital fijo. A fin de que el capital circule libremente en el espacio y en el tiempo se deben crear infraestructuras físicas y entornos construidos que quedan fijados en el espacio (anclados en la tierra en forma de carreteras, vías férreas, torres de comunicación, cables de fibra óptica, aeropuertos y puertos, edificios fabriles, oficinas, casas, escuelas, hospitales, etc.). Otras formas más móviles de capital fijo (los barcos, camiones, aeroplanos y locomotoras, así como la maquinaria y equipo de oficina, llegando hasta los cuchillos y tenedores, las bandejas y utensilios de cocina que utilizamos diariamente) tienen una vida bastante larga. El volumen de todo eso –pensemos en paisajes urbanos como los de São Paulo, Shanghai o Manhattan– es simplemente enorme, en gran parte inmóvil, y la parte que es móvil no se puede sustituir durante el período de vida del artículo sin sufrir una pérdida de valor. Ésta es una de las paradojas de la acumulación del capital: con el tiempo la pura masa de ese capital de larga duración, destinado tanto a la producción como al consumo, y a menudo físicamente inmóvil, aumenta en relación con el capital que fluye continuamente. El capital está siempre en peligro de esclerotizarse y osificarse con el tiempo debido a la cantidad cada vez mayor de capital fijo que requiere.

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