CONTRADICCIÓN 6 ¿EL CAPITAL ES UNA COSA O UN PROCESO?

Publicado el 25 de febrero de 2022, 21:10

El capital fijo y el circulante están en contradicción mutua pero ninguno de los dos puede existir sin el otro. El flujo de la parte del capital que facilita la circulación debe frenarse para que el movimiento del capital circulante se acelere; pero el valor del capital fijo inmovilizado (como una terminal de contenedores en un puerto) solamente se puede realizar mediante su uso. Una instalación de contenedores a la que no llegan barcos es inútil y el capital invertido en ella se pierde. Por otro lado, las mercancías no pueden llegar hasta el mercado sin los buques y terminales de contenedores. El capital fijo constituye un mundo de cosas que sostiene el proceso de circulación del capital, mientras que el proceso de circulación proporciona los medios por los que se recupera el valor invertido en capital fijo.

De esa contradicción subyacente entre inmovilidad y movimiento surge entonces otro estrato de dificultad. Cuando las maniobras sociales destinadas a lubricar el flujo de capital (por ejemplo, las actividades de los comerciantes capitalistas y más aún las de los financieros) se combinan con los problemas físicos de la fijeza en el terreno, se abre un espacio para que la propiedad terrateniente capte una parte del plusvalor. Esa facción específica del capital extrae rentas y configura las inversiones en la tierra incluso cuando especula sin piedad con la misma, los recursos naturales y los valores de los activos inmobiliarios.

Durante la década de 1930 Keynes creyó felizmente atisbar en el futuro lo que denominó «la eutanasia del rentista» 1 . Esa aspiración política, que Keynes aplicaba a todos los propietarios de capital, no se ha realizado, evidentemente. La tierra, por ejemplo, ha cobrado aún más importancia como forma de capital ficticio cuyos títulos de propiedad (o participaciones en futuros ingresos en concepto de rentas) se pueden comercializar internacionalmente. El concepto de «tierra» incluye ahora, por supuesto, todas las infraestructuras y modificaciones humanas acumuladas desde tiempos remotos (por ejemplo, los túneles del metro en Londres y Nueva York abiertos hace más de un siglo), así como inversiones recientes todavía no amortizadas. El férreo control potencial de la actividad económica por los rentistas y los intereses terratenientes es ahora una amenaza aún mayor, en particular porque está respaldado hoy día por el poder de instituciones financieras que disfrutan del rendimiento que pueden extraer de la tierra y los edificios aumentando los arrendamientos y los precios. Las escandalosas subidas y caídas del precio de la vivienda que ya hemos comentado han sido ejemplos típicos de ello. Lo que merece atención es que esas prácticas no han desaparecido, sino que se han transformado ahora en los asombrosos «acaparamientos de tierras» que se están produciendo en todo el mundo (desde las regiones ricas en recursos del nordeste de India hasta África y gran parte de América Latina) a medida que instituciones e individuos tratan de asegurar su futuro financiero mediante la propiedad de tierras y de todos los recursos (tanto «naturales» como humanamente creados) insertos en ellas. Esto sugiere la llegada de un nuevo periodo de escasez de tierra y de recursos (en una profecía en gran medida autocumplida basada en monopolios y poderes especulativos como los que han ejercido durante mucho tiempo las compañías petrolíferas).

El poder de la clase rentista descansa en su control sobre la inmovilidad, si bien utiliza el poder financiero del movimiento para promocionar sus bienes internacionalmente; un caso paradigmático es lo que sucedió recientemente en el mercado de la vivienda. Los derechos de propiedad sobre casas en Nevada fueron comercializados por todo el mundo y vendidos a inversores incautos a los que finalmente se estafaron millones de dólares mientras Wall Street y otros depredadores financieros disfrutaban de sus bonos y sus ganancias tramposamente obtenidas. Las cuestiones planteadas son entonces: ¿cuándo y por qué esa tensión entre inmovilidad y movimiento y entre proceso y cosa se agudiza hasta convertirse en una contradicción absoluta, en particular en lo que respecta al poder excesivo de la clase rentista, para dar lugar a una crisis? Dicho sencillamente, esa contradicción puede ser foco de tensiones y crisis locales. Si las mercancías dejan de fluir, entonces las cosas que facilitan los flujos se hacen inútiles y tienen que ser abandonadas, mientras colapsa el cobro de las rentas correspondientes. La larga y dolorosa historia de la desindustrialización ha dejado ciudades enteras, como Detroit, privadas de actividad y convertidas en sumideros de valores perdidos, mientras que otras ciudades, como Shenzhen o Dhaka, se convertían en centros de actividad que atraían enormes inversiones en capital fijo junto con colosales extracciones de rentas y booms del mercado inmobiliario como condición para consolidarse. La historia del capital está llena de booms y cracs locales en los que la contradicción entre el capital fijo y el circulante, entre la inmovilidad y la movimiento, cobra una importancia decisiva. Es en ese mundo en el que se hace más visible, en el paisaje físico que habitamos, el capital como fuerza de destrucción creativa. A menudo es difícil discernir el equilibrio entre creatividad y destrucción, pero los costes impuestos a poblaciones enteras como consecuencia de la desindustrialización, las grandes oscilaciones en los valores inmobiliarios y la renta de la tierra, la desinversión y la construcción especulativa, emanan todos ellos de la tensión subyacente y perpetua entre inmovilidad y movimiento, la cual periódicamente y en determinados lugares específicos se incrementa hasta convertirse en una contradicción absoluta, dando lugar entonces a graves crisis.

Así, pues, ¿qué tipo de proyecto político se puede derivar de este análisis? Un objetivo inmediato y obvio es la abolición del poder de la propiedad inmobiliaria para extraer rentas de la inmovilidad que controla. Hay que poner freno a la capacidad de los rentistas de negociar títulos legales sobre la tierra y otros bienes inmuebles de un rincón a otro del planeta, como ocurrió recientemente cuando se empaquetaron hipotecas en obligaciones de deuda garantizadas (CDO) vendidas en todo el mundo. La tierra, los recursos y el entorno construido ya amortizado deben ser registrados y gestionados como propiedades comunes de las poblaciones que los usan y dependen de ellos. La gente en general no gana nada del aumento de los precios de la tierra y los bienes inmuebles que ha caracterizado los últimos tiempos. La conexión entre la especulación financiera y la inversión en infraestructuras físicas y otras formas de capital fijo debe igualmente abolirse, de forma que las consideraciones financieras no sigan dictando la producción y uso de las infraestructuras físicas. Finalmente, deben ponerse en primer plano los aspectos del valor de uso de la provisión de infraestructuras. Esto no deja otra opción al orden social que explorar el campo de las prácticas de planificación racional por parte de las colectividades políticas para asegurar que se puedan producir y mantener los valores de uso físicos necesarios. De esta forma, las relaciones siempre por supuesto complejas entre procesos y cosas y entre inmovilidad y movimiento pueden organizarse para el bien común en lugar de movilizarse para la acumulación sin fin de capital.

1 John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest and Money, Nueva York, Harcourt Brace, 1964, p. 376 [ed. cast.: Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, cap. 24, Barcelona, RBA, 2004; Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 331].

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