12 de septiembre de 1936

Publicado el 8 de febrero de 2022, 21:22

El escritor Agustín de Foxá comunica a su hermano Jaime las últimas desventuras familiares:

Hace veinte días una radio comunista se incautó de la casa de Atocha. Llevaron a Bellas Artes las joyas de mamá y armaron una gran juerga emborrachándose con el vino de Lanciego. Subieron unas putitas a las que vistieron con los trajes de noche de mamá. Uno de ellos se puso mi uniforme de diplomático y bailó con él. Luego se acostaron con ellas en nuestras camas. Aún siguen allí.

 

Jaime de Foxá escribe a su hermano:

En la pradera de San Isidro las hijas de los chisperos y las manolas acuden a las cuatro de la mañana, rodeadas de sus críos, para presenciar los fusilamientos. Cuando el reo dice una frase arrogante lo aplauden. Gran ovación al hijo de Güell, que muere gritando Viva Cristo Rey. A los cobardes los silban como se hace en las corridas con los toros mansos.

 

A doscientos kilómetros de allí, en Valladolid, las damas de comunión diaria, rosario y ropero parroquial acuden después de la novena a presenciar los fusilamientos de los rojos en un descampado donde incluso se han instalado vendedores de churros y chocolate.

 

En un diario leemos:

 

En estos días en que la Justicia Militar cumple la triste misión de dar cumplimiento a sus fallos, de dar satisfacción a la vindicta pública, se ha podido observar una inusitada concurrencia de personas al lugar en el que se verifican estos actos, viéndose entre aquéllas niños de corta edad, muchachas jóvenes y hasta algunas señoras. Son públicos, es verdad, tales actos, pero la enorme gravedad de los mismos, el respeto que se debe a los desgraciados víctimas de sus yerros en tan supremo trance, son razones más que suficientes para que las personas que por sus ideas, de las que muchas hacen ostentación, deban abrigar en sus pechos la piedad, no asistiendo a tales actos ni mucho menos llevando a sus esposas y a sus hijos. La presencia de estas personas allí dice muy poco en su favor; y el considerar como espectáculo el suplicio de un semejante, por muy justificado que sea, da pobre idea de la cultura de un pueblo.

Por esto precisamente es de esperar de la nunca desmentida hidalga educación del pueblo de Valladolid, que se tendrán en cuenta estas observaciones [28] .

 

Un documento de 1938 señala las tres etapas de la represión derechista: 

 

Primera: fusilamientos en las calles, a las salidas de las carreteras y en las tapias de los cementerios, sin expediente ni trámite de ninguna clase (…) Eso duró hasta principios de octubre de 1936. Segunda: en la que se instruía expediente a los detenidos, sin ser oídos la mayoría de las veces. Las sentencias de muerte las firmaban las distintas autoridades encargadas de la represión, ya que ni aún para eso había unidad de criterio. Esta época duró hasta febrero del 37. Y la tercera que rige en la actualidad (1938), en la que la parodia de unos consejos de guerra, ya prejuzgados de antemano, quieren dar la sensación de justicia para acallar el rumor, cada vez más denso, que en torno a tantas vidas segadas se está levantando [29] .

 

El jurista Francisco Partaloa, fiscal del Tribunal Supremo de Madrid y amigo de Queipo de Llano, que vivió la represión en la zona roja y después en la nacional, escribe:

 

Tuve la oportunidad de ser testigo de la represión en ambas zonas. En la nacionalista, era planificada, metódica, fría. Como no se fiaban de la gente, las autoridades imponían su voluntad por medio del terror. Para ello, cometieron atrocidades. En la zona del Frente Popular también se cometieron atrocidades. En eso, ambas zonas se parecían, pero la diferencia reside en que en la zona republicana los crímenes los perpetró la gente apasionada, no las autoridades. Éstas siempre trataron de impedirlos. La ayuda que me prestaron para que escapara no es más que un caso entre muchos. No fue así en la zona nacionalista [30] .

 

 

En Sevilla, Queipo de Llano nombra delegado de Orden Público al capitán de la Legión Manuel Díaz Criado. «Criado no iba al despacho hasta las cuatro de la tarde, y esto raras veces. Su hora habitual era a las seis. En una hora, y a veces en menos tiempo, despachaba los expedientes; firmaba las sentencias de muerte (unas sesenta diarias) sin tomar declaración a los detenidos la mayoría de las veces. Para acallar su conciencia, o por lo que fuere, estaba siempre borracho. Todas las madrugadas se le veía rodeado de sus corifeos en el restaurante del pasaje del Duque, donde invariablemente cenaba. Era cliente habitual de los establecimientos nocturnos. En Las Siete Puertas y en La Sacristía se le veía rodeado de amigos aduladores, cantaores y bailaoras y mujeres tristes, en trance de parecer alegres. Él decía que, puesto en el tobogán, le daba lo mismo firmar cien sentencias que trescientas, que lo interesante era “limpiar bien a España de marxistas”. Le he oído decir: “Aquí en treinta años no hay quien se mueva.” (…) Criado no admitía visitas; sólo mujeres jóvenes eran recibidas en su
despacho. Sé de casos de mujeres que salvaron a sus deudos sometiéndose a sus exigencias. En la División me enteré del siguiente hecho: un amigo del general Mola, por el que éste se había interesado vivamente, llegando incluso a tener una conferencia telefónica con Díaz Criado, fue fusilado. Como despachaba los expedientes atropelladamente, no advirtió que entre los firmados aquel día estaba el del amigo de Mola. Su actuación llegó a tal extremo que Queipo de Llano se vio obligado a destituirlo, ordenando que quedara detenido. En la División se dijo que iba a fusilarle; más por los servicios prestados, Queipo se conformó con enviarle a la Legión, donde últimamente se encontraba.» [31]

 

 

[29] A. Bahamonde y Sánchez de Castro, Un año con Queipo de Llano. Memorias de un nacionalista, Nuestro tiempo, México D. F., 1938, p. 81.

[30] Enrique Moradiellos, 1936. Los mitos de la Guerra Civil, Ed. Península, Barcelona, 2004, p. 126.

[31] Antonio Bahamonde y Sánchez de Castro, Ibid., pp. 108-109.

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