16 de agosto de 1936

Publicado el 17 de febrero de 2022, 0:18

En Granada, la Falange y la CEDA andan a la gresca. Varios milicianos de la CEDA detienen al poeta Federico García Lorca, refugiado en la casa de los Rosales, sus amigos falangistas. Al día siguiente lo fusilan en el barranco de Víznar, a unos kilómetros de Granada, junto con dos banderilleros, el Gandalí y el Cabezas, «pistoleros peligrosísimos del Frente Popular» (Nestares) y dos rateros. García Lorca, cuando comprende que lo van a matar, ensaya un inútil gesto conciliatorio: «No me matéis, que creo en la Virgen».

La muerte del poeta desencadena una campaña de desprestigio y denuncia contra los rebeldes.

 

 

Capítulo 12

Las columnas

 

23 de julio

 

Burgos aparece engalanada con banderas y colgantes. El general Mola constituye la Junta de Defensa Nacional, órgano supremo de los rebeldes, presidida por el decano de los generales, Miguel Cabanellas, e integrada por los generales Dávila, Gil Yuste, Saliquet, Ponte y el propio Mola. Es significativo que Franco no figure. Todavía es solamente jefe del ejército de África y del sur. Tras la oportuna muerte de Sanjurjo ha corrido el escalafón y le toca a Mola, el Director, capitanear el Alzamiento.

Mola se ha propuesto conquistar Madrid y liquidar la guerra en pocos días. Para ello envía columnas armadas desde Valladolid, Burgos, Pamplona y Zaragoza. Mientras las columnas llegan, encomienda a los derechistas madrileños que ocupen los estratégicos puertos de montaña del Alto del León, de Guadarrama y de Navacerrada (por donde pasa la carretera de La Coruña) y el de Somosierra (por donde pasa la carretera de Irún).

El enemigo, que no es tonto, conoce, o adivina, los planes de Mola: unas horas después del Alzamiento parten de Madrid coches y camiones repletos de milicianos con destino a los puertos.

La consigna es conquistar los puertos y retenerlos antes de que lleguen los fascistas.

Las columnas rebeldes marchan contra reloj. La de Valladolid alcanza el Alto del León en un día; la de Navarra avanza doscientos treinta kilómetros en cuarenta y ocho horas, pero cuando llega a Guadarrama encuentra los puertos ocupados por milicianos y guardias leales a la República.

El plan de Mola ha fracasado. Rebeldes y leales ocupan posiciones y cavan trincheras en el duro espinazo de la sierra. El frente se estabiliza en los puertos de montaña. La toma de Madrid se va a retrasar y, con ella, la resolución de la guerra.

El miliciano Remigio Lodones, de la agrupación sindical «Los Leopardos de la Libertad», recuerda con nostalgia aquellos días: «En cuanto amanecía empezaban los tiros de una trinchera a otra, los de enfrente menos porque andaban escasos de cartuchos, y así el día, vigilando para que no avanzaran, con mucha camaradería. Algunos nos juntábamos en las vaguadas a jugar a las cartas y a charlar y, como había muchas milicianas deseosas de servir a la causa y de alegrar a los soldaditos de la República, pues, je, je… en mi vida he chingado tanto. No lo hacían por vicio, ¿eh?, sino por ideología, porque eran las sacerdotisas del amor libre y hay que predicar con el ejemplo. Las más feíllas no tenían mucha demanda, pero había una rubita aprendiza de modista en un taller de Serrano que terminaba el día escocida. Lo malo es que también había muchas putas y las purgaciones y las sífilis nos causaban más bajas que las balas fascistas. Total, cuando caía la tarde cerrábamos el quiosco y nos volvíamos en coches o en camiones a Madrid y, de anochecida, iba a la terraza del café La Estrella de Oro, en Carabanchel, y me pedía una zarzaparrilla fresquita, el fusil entre las piernas, la gente nos miraba con mucho respeto, y luego a casita. Me había agenciado una cama muy buena en el saqueo de la casa de un fascista en el barrio de Salamanca y dormía estupendamente hasta las seis o así de la mañana, cuando venía a recogerme la camioneta del Comité para echar otra jornada en la sierra».

En ocasiones, la gratificación sexual es la recompensa que los jefes de las milicias conceden a sus hombres distinguidos en una acción guerrera, una especie de sustituto de las condecoraciones del bando contrario. Un miliciano apresado por los rebeldes cerca de Toledo llevaba en la cartera una nota sellada: «Vale por una novia para esta noche. Santa Cruz, 9IX-936. El Comité». En Sigüenza, en el cuartel instalado en el convento de las Ursulinas, se encontró un: «Vale por dormir una noche con la camarada Rosario». José María Gironella cita otro—«Vale por una dormida con una mujer fascista»—, extendido a un miliciano de la columna Durruti en Aragón. El beneficiario sólo tenía que ir a la cárcel y escogerla.

Los milicianos se organizan en sus propias agrupaciones ayunas de disciplina, pero henchidas de entusiasmo revolucionario: «Exterminio», «Venganza», «Las Águilas Libertarias», «Los Linces de la República», «Las Hienas Antifascistas», «Los que no Corren», «La Rehostia», «Los Tigres de la República», «Los Leones de Carabanchel», «Los Vengadores de Cuatro Caminos», «Los Caballeros de la Muerte», «Los Desesperados», «Los Aguiluchos Feroces», «El Batallón de Hierro».

Algunas son tan pintorescas como la de Teodoro Mora, dirigente de la construcción de la CNT madrileña, que constituye una unidad de navajeros en la creencia de que los moros que ha traído Franco temen el arma blanca. Teodoro Mora desaparecerá en la defensa de Toledo sin haberse acercado lo suficiente a un moro como para probar su aserto.

En el bando de los rebeldes, que se van titulando «nacionales», se observa el mismo fervor. Muchos jóvenes de familias derechistas se alistan masivamente a los únicos partidos que van a prevalecer, el Requeté y la Falange, pero también surgen docenas de agrupaciones que se ofrecen al Ejército para desempeñar servicios auxiliares: los Guardias Cívicos, la Defensa Armada, los Caballeros de Santiago, los Caballeros de La Coruña, los Voluntarios de España… En su conjunto los denominan irónicamente «las amas secas», pues, por su edad, no están en condiciones de «dar el pecho» en el combate.

Muchas «amas secas» reciben fusiles sin balas.

—¿Cómo vamos a hacer la guerra sin munición? —se queja Edelmiro Arruza.

—Es que no le han llegado a Intendencia los permisos de reparto. Ya llegarán.

Lo que el brigada Pérez-Alonso cree un despiste de Intendencia oculta una preocupante realidad. El ejército de Mola sólo dispone de veintisiete mil cartuchos de fusil. Si el enemigo lo supiera, atacaría con denuedo y lo rendiría en un par de días, en cuanto hubiera agotado la munición.

Mola cursa angustiosas peticiones de cartuchos a Franco y a Portugal, pero las cosas de palacio van despacio.

Las paredes se llenan de carteles y avisos patrióticos. De un lado: «¡Alístate a la Falange!», «El Requeté te espera»; del otro, «Afíliate al Partido Comunista», «¡Trabajador!, tu mejor defensa es la FAI».

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