EN SU FLUJO, el capital pasa por dos puntos críticos importantes en los que se registra y verifica su rendimiento para alcanzar el incremento cuantitativo, que constituye el fundamento del beneficio. En el proceso de trabajo o su equivalente, el valor se añade mediante el trabajo, pero ese valor añadido permanece latente hasta que se realiza mediante la venta en el mercado. La continua circulación de capital depende del paso con éxito (expresado como tasa de beneficio) por dos momentos: primero la producción en el proceso de trabajo y, segundo, la realización en el mercado. La unidad que necesariamente prevalece entre esos dos momentos del proceso de circulación del capital es, no obstante, contradictoria. ¿Y cuál es la forma principal que adopta esa contradicción?
En el volumen I de su épico análisis del capital, Marx deja fuera todos los problemas de realización en el mercado a fin de estudiar cómo se produce el plusvalor que subyace al beneficio. Cabría esperar que, caeteris paribus (lo que nunca sucede exactamente), el capital tenga un fuerte incentivo para pagar a los trabajadores lo menos posible, para hacerles trabajar el mayor número de horas y tan intensamente como sea posible, para obligarles a asumir la mayor proporción posible de su propia reproducción
(mediante las actividades en el hogar) y para mantenerlos tan dóciles y disciplinados como sea posible en el proceso de trabajo (mediante la coerción si es necesario). Con ese fin, es muy conveniente (aunque no esencial) que el capital disponga de una vasta reserva de mano de obra formada pero sin utilizar –lo que Marx llamaba «ejército industrial de reserva»–, a fin de contrarrestar las aspiraciones de los trabajadores empleados. Si no existiera ese excedente de mano de obra, el capital tendría que crearlo (de ahí la importancia de las fuerzas gemelas del desempleo inducido tecnológicamente y del acceso a nuevos yacimientos de mano de obra, como los de China durante los últimos treinta años). También sería importante para el capital evitar en la medida de lo posible cualquier forma de organización colectiva de los trabajadores y controlar por cualquier medio a su alcance todo intento de ejercer una influencia política sobre el aparato del Estado.
Tal como expuso Marx en el volumen I de El capital, el resultado en último término de tales prácticas sería la producción de una riqueza cada vez mayor para el capital en un polo de la sociedad y un creciente empobrecimiento, degradación y pérdida de dignidad y poder de las clases obreras que son las que producen la riqueza, en el otro polo.
En el volumen II de El capital, –que se lee muy poco, incluso entre estudiosos de izquierdas muy formados– Marx estudia las condiciones de la realización del valor, suponiendo ahora que no hay problemas en el terreno de la producción. Llega a cierto número de conclusiones teóricas incómodas, aunque sólo esbozadas (nunca concluyó la redacción del volumen de forma definitiva). Si el capital hace todo lo que debe hacer según el análisis del volumen I para asegurar la producción y apropiación de plusvalor, entonces la demanda agregada de la mano de obra en el mercado tenderá a restringirse, cuando no a disminuir sistemáticamente. Además, si se descargan sobre las espaldas del trabajador y su familia los costes de su reproducción social, entonces los trabajadores no comprarán bienes y servicios en el mercado. Lo más paradójico es que cuanto más asumen los trabajadores el coste de reproducirse a sí mismos, menos incentivos tendrán para trabajar para el capital. Por otra parte, un gran ejército de reserva de desempleados no es precisamente una fuente pujante de demanda agregada (a menos que disponga de generosos subsidios pagados por el Estado), del mismo modo que unos salarios decrecientes (o una disminución de las contribuciones estatales al salario social) no facilitan la expansión del mercado.
Constatamos ahí una seria contradicción:
Los obreros son importantes para el mercado como compradores de mercancías. Mas como vendedores de su mercancía –la fuerza de trabajo–, la sociedad capitalista tiende a reducirla a su mínimo precio. Otra contradicción: las épocas en que la producción capitalista pone en tensión todas sus fuerzas se revelan en general como épocas de sobreproducción; porque las potencias de producción no pueden emplearse nunca hasta el punto de que no sólo se produzca más valor, sino que además pueda realizarse; pero la venta de las mercancías, la realización del capital mercantil, y por lo tanto también del plusvalor, está limitada no sólo por las necesidades de consumo de la sociedad en general, sino por las necesidades de consumo de una sociedad cuya inmensa mayoría es siempre pobre y siempre tiene que serlo 1 .
La escasez de demanda agregada efectiva en el mercado (a diferencia de la demanda social de valores de uso por parte de una población necesitada) crea un serio obstáculo para la continuidad de la acumulación de capital, que provoca una caída de los beneficios. La capacidad de consumo de la clase obrera es un componente significativo de esa demanda efectiva.
El capitalismo, como formación social, se ve perpetuamente atrapado en esa contradicción. Puede tratar de maximizar las condiciones para la producción de plusvalor, pero con ello amenaza la capacidad para realizar ese plusvalor en el mercado, o mantener una demanda efectiva alta en el mismo dando poder a los trabajadores, pero con ello amenaza la posibilidad de crear plusvalor en el lugar de producción. Con otras palabras, si a la economía le va bien de acuerdo con las prescripciones del volumen I de El capital, es probable que tropiece con problemas y dificultades desde el punto de vista del volumen II, y viceversa. En los países capitalistas avanzados el capital pretendió desde 1945 hasta mediados de la década de 1970 una gestión de la demanda coherente con las prescripciones del volumen II (mejorando las condiciones para la realización del valor), pero aparecieron otro tipo de problemas en la producción de plusvalor (en particular los derivados de la existencia de movimientos obreros bien organizados y políticamente poderosos). Desde mediados de la década de 1970 y tras una feroz batalla con estos últimos, el capital se desplazó hacia una estrategia concebida por el lado de la oferta más coherente con el volumen I, tratando de mejorar las condiciones para la producción de plusvalor (reduciendo los salarios reales, aplastando las organizaciones obreras y restando poder a los trabajadores). La contrarrevolución neoliberal, como la llamamos ahora, resolvió desde mediados de la década de 1970 los problemas de la producción de plusvalor, a expensas empero de crear nuevos problemas de realización en el mercado.
Esta exposición general es, por supuesto, una gran simplificación, pero ofrece una clara ilustración de cómo se ha manifestado históricamente la contradictoria unidad entre producción y realización. En ese ejemplo queda también claro que los procesos de generación y resolución de las crisis están ligados entre sí por la forma en que estas pasan de la producción a la realización y de ésta vuelven a aquélla. En la política y la teoría económica ha habido, lo que resulta interesante, desplazamientos paralelos. Por ejemplo, la gestión keynesiana de la demanda (coherente en general con el análisis del volumen II de El capital) dominó el pensamiento económico durante la década de 1960, mientras que las teorías monetaristas por el lado de la oferta (coherentes en general con el análisis del volumen I) comenzaron a dominar a partir de 1980 aproximadamente. Creo que es importante situar esas historias de las ideas y de la acción política en el contexto de la unidad contradictoria entre la producción y la realización, tal como queda representada por los dos primeros volúmenes de El capital.
La contradicción entre producción y realización puede, sin embargo, mitigarse de diversas formas. Para empezar, se puede incrementar la demanda frente a la caída de los salarios mediante la expansión de la magnitud total de la mano de obra (como sucedió cuando China comenzó a movilizar su excedente latente de trabajadores a partir de 1980, por poner una fecha), mediante la expansión del consumo de lujo por parte de la burguesía o por la existencia y expansión de capas de la población que no están dedicadas a la producción pero que tienen una considerable capacidad de compra (funcionarios del Estado, militares, abogados, doctores, educadores, etc.). Existe incluso una forma aún más relevante para contrarrestar esa contradicción: el recurso al crédito. No hay nada en principio que impida que se concedan créditos para mantener tanto la producción como la realización del valor y el plusvalor. El ejemplo más claro de esto acontece cuando los financieros prestan a los promotores inmobiliarios para que construyan especulativamente bloques de apartamentos, al tiempo que conceden financiación a los consumidores para que compren esos apartamentos hipotecándose. El problema, por supuesto, es que esa práctica también genera fácilmente burbujas especulativas del tipo de la que llevó al crac de 2007-2009, principalmente en el mercado de la vivienda en Estados Unidos, pero también en España e Irlanda. La larga historia de expansiones, burbujas y desplomes en la construcción atestigua la importancia de los fenómenos de ese tipo en la historia del capital.
Pero las intervenciones del sistema de crédito también han sido constructivas en ciertos aspectos y han desempeñado un papel positivo en el mantenimiento de la acumulación de capital en tiempos difíciles. Como consecuencia, la contradicción entre producción y realización se ha desplazado hacia atrás, a la contradicción entre el dinero y las formas de valor. La contradicción entre producción y realización se interioriza dentro del sistema de crédito, que por una parte emprende actividades especulativas insanas (del tipo de las que generaron la burbuja inmobiliaria) mientras que por otra parte contribuye a superar muchas de las dificultades para mantener un flujo continuo de capital salvando la unidad contradictoria entre producción y realización. Las restricciones al sistema de crédito exacerban la contradicción latente entre producción y realización, mientras que el desencadenamiento y desregulación del sistema de crédito fomenta actividades especulativas incontroladas, en particular con respecto a los valores de los activos. El problema subyacente nunca desaparecerá del todo mientras permanezcan las contradicciones entre valor de uso y valor de cambio y entre el dinero y el trabajo social que representa. De las interconexiones entre esas diferentes contradicciones surgen frecuentemente crisis financieras y comerciales.
Ligadas a la contradicción producción-realización existen varias secundarias. Aunque es incuestionable que el valor añadido surge en el acto de la producción y que la cantidad de valor añadido depende decisivamente de la explotación del trabajo humano en el proceso de trabajo, la continuidad del flujo permite que la realización del valor y el plusvalor tenga lugar en distintos puntos del proceso de circulación. El productor capitalista que organiza la producción de valor y plusvalor no es necesariamente el que realiza ese valor. Si introducimos las figuras del capitalista mercantil, de los banqueros y financieros, de los propietarios y promotores inmobiliarios, de los recaudadores de impuestos, etc., vemos que hay distintos puntos donde se pueden realizar el valor y el plusvalor. La realización puede adoptar además dos formas básicas. Ejerciendo una intensa presión sobre los productores capitalistas, los comerciantes y financieros, pongamos por caso, pueden reducir el beneficio de los primeros a un margen muy pequeño mientras ellos se quedan con la mayor parte de los beneficios. Así es como funcionan, por ejemplo, Walmart y Apple en China. En este caso la realización no sólo ocurre en un sector diferente, sino también en otro país al otro lado del océano (creando una transferencia geográfica de riqueza de considerable importancia).
La otra vía para salvar la contradicción producción-realización consiste en sustraer a los trabajadores cualquier participación en el excedente que puedan haber adquirido para sí mismos, exigiendo precios exagerados o imponiendo tasas, rentas o impuestos a las clases trabajadoras para disminuir sus ingresos discrecionales y su nivel de vida. Esta práctica puede tener lugar también mediante la manipulación del salario social, de manera que las ganancias obtenidas en derechos de pensiones, educación, sanidad y servicios básicos puedan ser recuperadas por los capitalistas como parte de un programa político de acumulación por desposesión. Eso es lo que pretende lograr la actual promoción generalizada de una política de austeridad por parte del Estado. El capital puede ceder a las demandas de los trabajadores en el punto de producción, pero volver a recuperar lo cedido o perdido mediante extracciones abusivas en el espacio de vida. Los alquileres elevados y el alto coste de las viviendas, las comisiones excesivas pagadas por el uso de las tarjetas de crédito, el cuantioso coste de los servicios bancarios y telefónicos, la privatización de la sanidad y la enseñanza y la imposición de tasas al usuario y de multas, todo esto inflige cargas financieras a las poblaciones vulnerables, aun cuando esos costes no se vean inflados por un sinfín de prácticas depredadoras, de impuestos regresivos y arbitrarios, de tasas legales excesivas, etc.
Esas prácticas son, además, activas y no pasivas. La expulsión acabada o intentada de las poblaciones vulnerables de bajos ingresos de territorios y zonas muy cotizadas mediante la gentrificación, el desplazamiento y a veces las «limpiezas» violentas es una práctica con una larga historia en el capitalismo, que afecta ahora particularmente a los BRIC pero no sólo a ellos. Cabe mencionar a los residentes de las favelas de Río de Janeiro sometidos a expulsiones, los antiguos ocupantes de las chabolas autoconstruidas en Seúl, los desplazados mediante procedimientos de expropiación en Estados Unidos y los habitantes de chamizos en la periferia urbana en Sudáfrica. Producción significa en este campo producción de espacio y la realización cobra la forma de ganancias del capital en concepto de renta de la tierra y valores inmobiliarios, con lo que los promotores y rentistas aumentan su cuota de poder frente a otras facciones del capital.
La unidad contradictoria entre producción y realización se aplica, entonces, tanto al destino vital de los trabajadores como al capital. La conclusión lógica, que la izquierda ha solido en general dejar de lado, cuando no ignorar supinamente, es que existe necesariamente una unidad contradictoria en el conflicto y la lucha de clases entre las esferas del trabajo y la vida.
El proyecto político que debería derivar de esta contradicción sería el de invertir la relación entre producción y realización. La realización debería ser sustituida por el descubrimiento y reafirmación de los valores de uso que la población en general necesita y la producción debería organizarse para satisfacer esas necesidades sociales. Tal inversión podría ser difícil de alcanzar de la noche a la mañana, pero la gradual desmercantilización de la satisfacción de necesidades básicas es un proyecto realizable a largo plazo, que se adecúa claramente a la idea de que el impulso básico de la actividad económica debería ser el disfrute de los valores de uso, y no la perpetua pretensión de aumentar los valores de cambio. Si esto parece un objetivo demasiado ambicioso, sería útil recordar que los gobiernos socialdemócratas en Europa (en particular en Escandinavia) reorientaron su economía hacia la gestión por el lado de la demanda desde la década de 1960, como forma de estabilizar el capitalismo. Al hacerlo acometieron en parte –aunque quizá a regañadientes– esa inversión de la relación producción-realización imprescindible si se pretende pasar a una economía no capitalista.
1 Karl Marx, Capital, Volumen 2, Harmondsworth, Pelican Books, 1978, p. 391. El texto paralelo del Volumen 1 se encuentra en la p. 799 de la edición de Penguin [ed. alemana: Das Kapital, Band II (Karl Marx / Friedrich Engels - Werke, Band 24, Kap. 16, Art. 3), Berlín, Dietz Verlag, 12ª ed., 2010, p. 318, nota; ed. cast.: El capital, II-I, cit., pp. 414-415].
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