El «caso» Quiñones / El «caso» Trilla / Luis Montero

Publicado el 25 de febrero de 2022, 22:14

Otro caso que prueba con toda claridad que las acusaciones que se le han hecho por Carrillo son del mismo estilo que las hechas a Monzón, es el de Quiñones.

«Al terminar la guerra —escribe Carrillo— Quiñones queda en España con un plan preconcebido. Pasa por la cárcel. Ante los miembros del Partido presos con él en Valencia, Quiñones aparece como un hombre que ha sido bárbaramente torturado pero que se ha mantenido entero. Se crea una verdadera leyenda sobre la “firmeza” y el “heroísmo” de Quiñones».

¿Qué crimen había cometido Quiñones contra el Partido? Mientras no se demuestre lo contrario, el de haberse quedado en España y haber dedicado todos sus esfuerzos a organizar el Partido y la lucha contra el franquismo. Quiñones, condenado a muerte, tuvo que ser llevado por dos soldados al lugar de ejecución, pues debido a las torturas recibidas ya no podía andar. A pesar de su estado físico, murió valientemente.

Yo he hablado con no pocos camaradas que conocieron a Quiñones en aquella época, lo mismo de su actividad en la calle que en la prisión, y no he escuchado de ellos más que elogios para Quiñones. Todos me han repetido lo mismo: «Si la dirección del Partido dice que fue un provocador, ésta tendrá las pruebas, pero a mí me es difícil creerlo».

¿Dónde están estas pruebas? Y que Carrillo no nos venga con el cuento de que las pruebas sólo las tendremos cuando tengamos en nuestro poder los archivos de la policía franquista. Yo no tengo dudas de que los archivos de la policía franquista, y de otras, contienen secretos no sólo interesantes, sino sorprendentes; pero aquí se trata de un hombre que cayó bajo las balas de un piquete de ejecución franquista y al que se le acusa de ser un provocador al servicio de la policía. Y la acusación es clara y concreta, las pruebas no deben serlo menos. Así lo exige el honor de los comunistas y el de ese hombre, si se demostrase que las acusaciones son falsas, como yo hoy no dudo que así será.

 

El «caso» Trilla

 

¿Dónde están las pruebas de que Gabriel León Trilla fuese ese «viejo provocador» que decía Carrillo en 1950? Gabriel León Trilla era un viejo dirigente del Partido Comunista de España, del que había sido representante en la Internacional Comunista. En 1932 fue expulsado del Partido por sectarismo, junto con otros miembros de la dirección. De ese grupo sectario formaba parte Dolores Ibárruri, que no fue expulsada porque se separó del grupo. Trilla y Etelvino Vega, otro de los cuatro expulsados, volvieron de nuevo al Partido, y durante nuestra guerra tuvieron un comportamiento ejemplar. Vega fue uno de nuestros mejores jefes militares salidos del pueblo, llegando al mando de un cuerpo de ejército. Sublevados casadistas le detuvieron en Alicante, entregándolo a Franco, que lo hizo fusilar. En cuanto a Trilla, después de haber cumplido durante la guerra las misiones que el Partido le encomendó, al acabarse ésta continuó la lucha en la clandestinidad, hasta que en 1945 apareció muerto a puñaladas en Madrid en el Campo de las Calaveras.

Con el tiempo, Carrillo ha ido «perfeccionando» el sumario de Trilla sirviéndose para ello de plumíferos sin escrúpulos. Hace unos años que la editorial carrillista Ebro publicó un libro de uno de esos plumíferos a sueldo de Carrillo, libro que constituye un verdadero insulto a la lucha heroica de los guerrilleros españoles contra el franquismo y el papel positivo que esa lucha desempeñó. He aquí lo que en ese libro se dice sobre Trilla:

 

Por aquellos días se ajusticia a Trilla. Gabriel León Trilla había sido un viejo militante antes de la guerra. Estuvo en el 30 en la dirección del Partido, junto con Adae y Bullejos. Pero luego fue expulsado. Actuaba por su cuenta, como un auténtico bandolero, representando además su labor un peligro para la organización clandestina y la «seguridad» de muchos comunistas. Por eso lo ajustició el grupo de Cristino García.

 

Así, con el cinismo y la perfidia que le son propios, va fabricando Carrillo la historia, cargando sobre otros la responsabilidad de hechos que él ha ordenado. En este caso, le cargó el muerto y la responsabilidad a Cristino García, auténtico héroe de la lucha política y armada en España antes y durante la guerra; en Francia, contra los ocupantes nazis y después, de nuevo en España, en las guerrillas. Cristino García había entrado en España en abril de 1945; mandó la Agrupación Centro de Guerrilleros, realizando diferentes acciones en las provincias de Ávila y Madrid; luego, en la capital misma hasta su detención a últimos de 1945. Fue condenado a muerte el 22 de enero de 1946 y ejecutado el 21 de febrero. Durante el juicio, como su defensor quiso presentarlo como un engañado, Cristino García le interrumpió diciendo que estaba orgulloso de su actuación y que lo que sentía era el no haber podido hacer más.

La decisión de eliminar a Trilla no fue de Cristino García, sino de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri.

En 1971, en Sofía, Antonio Núñez Balsera (exmiembro del CC del PCE) me explicó cómo en junio de 1945 recibió en Toulouse, de boca de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, la orden que debía ser transmitida en Madrid a Cristino García de eliminar a Gabriel León Trilla. Dolores dijo a Núñez que Trilla era un viejo provocador. Me contó Núñez cómo había cumplido la misión y también la negativa de Cristino García a ejecutarla él personalmente, como era la orden, diciendo que él era un revolucionario y no un asesino. Después de muchos forcejeos, Cristino designó a dos miembros de su destacamento para llevar a cabo la eliminación.

También en 1971, Antonio González me explicó en París, con toda clase de detalles, cómo la sentencia a muerte fue ejecutada —relatada a él en la cárcel por los ejecutores—, y cómo luego esos dos mismos ejecutores fueron a su vez asesinados a garrote vil por los franquistas, por su actividad de guerrilleros.

 

Luis Montero


Vicente Uribe me había hablado también de la ejecución de Luis Montero. Su relato lo incluí en el manuscrito de la primera edición de ¡Basta! Pero Eduardo García puso muchos reparos a que publicara este caso. Tanto insistió que, no queriendo hacer de ello un problema, decidí sacarlo del libro. Pesquisas posteriores me dieron la clave de su oposición a publicar hechos que, sin embargo, no negaba. La ejecución de Montero tuvo lugar en el sector de pasos dirigido por E. García. Y éste fue uno de los «méritos» (no el único, pues había otros de la misma índole, a los que vendrían a sumarse los posteriores) por los que Carrillo le llevó a su Comité Central y luego a su Comité Ejecutivo y a la Secretaría de organización.

Luis Montero fue un ferroviario asturiano que se portó como un héroe durante la guerra, en el Norte. Y así se portó en la resistencia francesa, y después, en el campo de exterminio de Mathausen. De él, escribe su compañero de deportación Jáuregui:

 

El camarada Montero… era un hombre de acción, incansable, verdadera alma del AMI (Aparato Militar Internacional), cuya capacidad de organización, valentía y firmeza fueron ejemplares… Trabajando en la armería, ese admirable Montero, a pesar del minucioso y severo control de los SS, se las ingenió para sustraer algunas granadas, pistolas y municiones que introdujo en el campo… 6 de mayo de 1945. Amanece. Algunos responsables del PCE van a visitar nuestras posiciones, sobre el Danubio, punto neurálgico de defensa del campo. El auto es ametrallado con numerosas ráfagas… Sólo Montero queda indemne, y su presencia en la aldea, donde permanece hasta el final, refuerza la solidez de nuestro dispositivo… Valiente e infatigable, da instrucciones sobre el mejor emplazamiento de las armas automáticas… Junto con Espí, el joven jefe del destacamento que contuvo los primeros ataques, se encuentra siempre en los sitios especialmente amenazados, dirigiendo el tiro de las armas y exaltando con su prestigio y valentía la moral y el entusiasmo de nuestros combatientes [2] .

 

Regresó Montero de la deportación con la salud quebrantada, como todos los que pasaron por aquel infierno. Pero Carrillo empezó a mandarle a Asturias con misiones para el Partido y los guerrilleros. En los años 1945 − 1948, cuando el movimiento guerrillero y el terror contra éste conocían momentos álgidos, Carrillo le envió una y otra vez, precisamente a Asturias, donde era conocido por su pasado de lucha. Y un buen día, Santiago Carrillo anunció a sus compinches de Secretariado que Montero había capitulado ante la Guardia Civil. Lo mandó a buscar y unos kilómetros antes de la frontera francesa pereció.

Manuel Razóla y Mariano Constante hablan en un libro repetida y elogiosamente de Montero en el campo de exterminio nazi: «Cuando fue creado el aparato internacional (1944), el grupo español que tenía ya su organización militar, bien desarrollada y mandada por jefes militares, se puso a su disposición. En la organización de los grupos de combate españoles, el camarada Montero jugó un rol primordial… Montero, entrado en Francia en 1945, ha desaparecido trágicamente durante una misión clandestina en España» [3] . ¿Qué conocen de las condiciones en que tuvo lugar esa desaparición trágica? ¿Por quién se han enterado de ella?

Pero ¿qué camaradas habían sido detenidos por culpa de Montero? ¿Quién le interrogó en el Partido y qué posibilidad le dieron de refutar las acusaciones de Carrillo? Incluso en el supuesto de que hubiese tenido un momento de debilidad ante la Guardia Civil, ¿quién era culpable? La respuesta es una: los que le enviaban una y otra vez a España, recién salido del infierno nazi, mientras ellos llevaban —primero en Toulouse y luego en París— una vida de ricachones, con chóferes, criadas, escoltas, «secretarias» y todo lo demás. Ninguno de ellos tendrá la osadía de decir que miento. Puedo dar los nombres de esos chóferes, de esas criadas, de esas escoltas, de esas «secretarias». Y de los hotelitos a orillas del Marne, en Saint-Germain-en-Laye o en las alturas de Champigny, donde Dolores Ibárruri se bronceaba al sol mientras los militantes del Partido pasaban las calamidades de aquella época.

Carrillo no podía perdonar a Luis Montero —como no se lo perdonó a otros— que no hubiese muerto en los campos de exterminio nazis. Y le arrebató también el honor.

¿Qué piensan de esto compañeros de cautiverio de Montero, españoles y de otros países, hoy defensores incondicionales de Carrillo, Ibárruri y sus secuaces?

[2] M. Jáuregui, Le maquis de l’enfer, marzo de 1946, pp. 5, 10, 25.

[3] Triangle Bleu, 1969, p. 142.

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