SEGUNDA PARTE LAS CONTRADICCIONES CAMBIANTES / CONTRADICCIÓN 8 TECNOLOGÍA, TRABAJO Y DISPONIBILIDAD HUMANA

Publicado el 9 de marzo de 2022, 21:51

Las contradicciones fundamentales del capital no están aisladas unas de otras, sino que se entrelazan de diversas formas para proporcionar una arquitectura básica a la acumulación de capital. La contradicción entre valor de uso y valor de cambio (1) depende de la existencia del dinero, que mantiene una relación contradictoria con el valor como trabajo social (2). El valor de cambio y su medida, el dinero, presuponen cierta relación jurídico-legal entre los que participan en el intercambio: de ahí la existencia de los derechos de propiedad privada atribuidos a los individuos y de un marco legal o consuetudinario para proteger esos derechos. Esto fundamenta una contradicción entre la propiedad privada individual y la colectividad del Estado capitalista (3). El Estado goza del monopolio sobre el uso legítimo de la violencia así como sobre la emisión del dinero fiduciario, el medio primordial de intercambio. Existe una estrecha relación entre la perpetuidad de la forma dinero y la perpetuidad de los derechos de propiedad privada (una implica a la otra). Los individuos privados pueden apropiarse legal y libremente de los frutos del trabajo social (la riqueza común) mediante el intercambio (4). Esto constituye la base monetaria para la formación del poder de clase capitalista. Pero el capital sólo puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo, que resuelve el problema de cómo producir la desigualdad del beneficio en un sistema de intercambio de mercado basado en la igualdad. Esta solución implica convertir el trabajo social –el trabajo que hacemos para otros– en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. El resultado es una contradicción fundamental entre capital y trabajo (5). Esas contradicciones, puestas en movimiento, definen un proceso continuo de circulación del capital que pasa por diversas formas materiales, lo que a su vez implica una tensión cada vez más tirante entre inmovilidad y movimiento en el paisaje del capital (6). En el seno de la circulación del capital existe necesariamente una unidad contradictoria entre producción y realización del capital (7).

Esas contradicciones delimitan un campo político en el que se puede definir una alternativa al mundo creado por el capital. La orientación política debe dirigirse hacia los valores de uso y no los valores de cambio, hacia una forma dinero que inhiba la acumulación privada de riqueza y poder y promueva la disolución del nexo Estado-propiedad privada en múltiples regímenes imbricados de derechos comunes de propiedad colectivamente gestionados. Hay que contrarrestar la capacidad de las personas privadas de apropiarse la riqueza común y hay que socavar la base monetaria del poder de clase. La contradicción entre capital y trabajo debe desplazarse fortaleciendo el poder de los trabajadores asociados para emprender un trabajo no alienado, para determinar su propio proceso de trabajo al tiempo que producen los valores de uso necesarios para otros. La relación entre inmovilidad y movimiento (que no se puede abolir nunca ya que es una condición universal de la existencia humana) debe gestionarse de forma que contrarreste los poderes del rentista y que facilite la satisfacción continua y segura de las necesidades básicas de todos. Finalmente, en lugar de que la producción por la producción lleve al mundo a un consumismo maníaco y alienado, la producción debe organizarse racionalmente a fin de suministrar los valores de uso necesarios para ofrecer un nivel material de vida adecuado para todos. La realización debe convertirse en una demanda basada en carencias y necesidades, a la que responde la producción.

Ésas son orientaciones generales para el pensamiento político a largo plazo y sobre cómo se podría construir una alternativa al capital. Las estrategias y propuestas específicas deben evaluarse sobre el trasfondo de esas orientaciones.

Las contradicciones fundamentales son características permanentes del capital en cualquier momento y lugar, mientras que lo único constante en las contradicciones que consideraremos a continuación es que son inestables y se mantienen en cambio evolutivo permanente. Esto apunta a una comprensión de la economía política que se aparta radicalmente del modelo de las ciencias naturales, donde se puede asumir en general que los principios enunciados son verdaderos para cualquier momento y lugar. Como dice Brian Arthur en su perspicaz e instructivo libro The Nature of Technology, los medios con los que se expresan las «leyes básicas» (o con mi terminología «las contradicciones fundamentales») «cambian con el tiempo y las pautas que siguen también cambian y se reconfiguran con el tiempo. Cada nueva pauta, cada nuevo conjunt de dispositivos, proporciona entonces una nueva estructura para la economía y la antigua se desvanece, pero los componentes subyacentes que la forman –las leyes básicas– siguen siendo siempre los mismos» 1 .

En el caso de las contradicciones cambiantes hay que describir primero su naturaleza básica, antes de entrar a una evaluación general de la forma que asume en cada momento. Al entender siquiera parcialmente su trayectoria evolutiva, podremos decir algo sobre sus posibilidades y perspectivas de futuro. Su evolución no está predeterminada, ni tampoco es aleatoria o accidental; pero dado que la velocidad del cambio evolutivo suele ser relativamente lenta –cuestión de décadas más que de años, aunque hay pruebas de que se está acelerando– cabe entonces decir algo sobre sus perspectivas de futuro así como sobre los dilemas actuales.

Captar el sentido del movimiento es políticamente vital, porque la inestabilidad y el cambio ofrecen oportunidades políticas al mismo tiempo que plantean problemas críticos. Las ideas y estrategias políticas que tienen sentido en un lugar y momento determinados no lo tienen necesariamente en otros. Muchos movimientos políticos han fracasado porque trataban de aplicar ideas y proyectos periclitados cuya fecha de caducidad había pasado hacía mucho. No podemos configurar nuestras estrategias políticas actuales y forjar nuestros proyectos políticos presentes siguiendo ad pedem litterae las ideas difuntas de algún teórico político muerto hace mucho tiempo. Eso no significa que no haya nada que aprender de un estudio del pasado, ni que no se puede sacar ninguna lección de sus tradiciones y memorias para inspirarse en el presente. Lo que sí implica es la obligación de escribir la poesía de nuestro propio futuro sobre el trasfondo de las contradicciones en rápida evolución del presente del capital.

 

CONTRADICCIÓN 8
TECNOLOGÍA, TRABAJO Y DISPONIBILIDAD HUMANA

 

 

LA CONTRADICCIÓN PRINCIPAL que la concepción marxista tradicional del socialismo/comunismo pretende resolver es la que existe entre el increíble incremento de las fuerzas productivas (genéricamente entendidas como capacidades y potencialidades tecnológicas) y la incapacidad del capital de aprovechar esa productividad para el bienestar común, debido a su compromiso con las relaciones de clase prevalecientes y sus mecanismos asociados de reproducción, poder y dominación de clase. Abandonado a sí mismo –prosigue el argumento–, el capital está obligado a producir una estructura de clase oligárquica y plutocrática, cada vez más vulnerable, bajo la que la gran mayoría de la población mundial sólo puede degradarse para ganarse la vida o morirse de hambre. De entre las masas, frustradas e indignadas por la desigualdad cada vez mayor en medio de la abundancia, surgirá un movimiento anticapitalista revolucionario, organizado y consciente (dirigido, en términos leninistas, por un partido de vanguardia) capaz de desmantelar la dominación de clase y a continuación reorganizar la economía global para repartir entre todos los habitantes del planeta los beneficios prometidos por la asombrosa productividad del capital.

Aunque en ese esbozo hay algo más que un grano de verdad –en estos tiempos parece clara la tendencia a generar una plutocracia global, por ejemplo–, acompañado de un fervor revolucionario esperanzado con respecto al mecanismo de transición, siempre me ha parecido que su formulación es demasiado simplista e incluso fundamentalmente deficiente; pero lo que está claro es que el espectacular aumento de productividad alcanzado por el capital sólo constituye un polo de una dinámica contradictoria que está siempre a punto de estallar en forma de crisis. Lo que no lo está tanto, sin embargo, es cuál podría ser su antítesis y a esa cuestión vamos a dedicar nuestra atención ahora.

La tecnología se puede definir como el uso de procesos y objetos naturales para obtener productos que satisfagan las necesidades o los proyectos humanos. En su base, la tecnología define una relación determinada con la naturaleza, que es dinámica y contradictoria. Volveremos más tarde en profundidad a esta importantísima contradicción (véase la contradicción 16); pero lo que importa aquí es reconocer su existencia y su fluidez y dinamismo. El objetivo inmediato y característico del capital (a diferencia, digamos, del ejército, el aparato estatal y muchas otras instituciones de la sociedad civil) es el beneficio, lo que se traduce socialmente en la perpetua acumulación de capital y la reproducción del poder de clase capitalista. En eso se resume su esencia. Con ese fin primordial, los capitalistas adaptan y reconfiguran el hardware de la tecnología (máquinas y ordenadores), el software (la programación de los usos de las máquinas) y sus formas organizativas (estructuras de mando y control, en particular sobre el uso de la mano de obra). El propósito inmediato del capital es aumentar la productividad, la eficiencia y la tasa de beneficio, y crear nuevas líneas de producción, si es posible cada vez más rentables.

Cuando se considera la trayectoria del cambio tecnológico, es vital recordar que el software y las formas organizativas son tan importantes como el hardware. Las formas organizativas, como las estructuras de control de la corporación moderna, el sistema de crédito, los sistemas de entrega justo a tiempo, junto con el software incorporado en la robótica, la gestión de datos, la inteligencia artificial y la banca electrónica son tan decisivos para la rentabilidad como el hardware encarnado en las máquinas. Por presentar un ejemplo actual, la «computación en la nube» es la forma organizativa, Word es el software y este Mac en el que escribo, el hardware. Los tres elementos –hardware, software y forma organizativa– se combinan en la tecnología informática. Con esta definición, el dinero, la banca, el sistema de crédito y el mercado son todos ellos tecnologías. Esta definición puede parecer excesivamente genérica, pero creo que es absolutamente esencial mantenerla así.

La tecnología del capital estaba inicialmente sometida a transformaciones internas derivadas de la competencia entre productores individuales (al menos, ésa era la teoría). Las empresas capitalistas, en competición mutua, trataban de elevar su eficiencia y productividad individuales, así como de obtener beneficios mayores que los de sus competidores. Los que lo conseguían prosperaban, mientras que los demás se quedaban atrás. Pero las ventajas competitivas (mayores beneficios) de mejores formas organizativas, máquinas, o por ejemplo, un control más ajustado de las existencias, solían ser normalmente efímeras. Las empresas competidoras podían adoptar rápidamente los nuevos métodos (a menos, por supuesto, que las tecnologías fueran patentadas o quedaran protegidas por un poder monopolístico). El resultado serían innovaciones a saltos en las tecnologías de distintos sectores.

Digo esto con un deje de escepticismo porque la historia del capital muestra su preferencia por el monopolio más que por la competencia, y este no es tan partidario de la innovación. Por el contrario, encontramos una fuerte preferencia colectiva –se podría quizá hablar de una cultura– de los capitalistas por aumentar la eficiencia y la productividad en todas las empresas, con o sin la fuerza impulsora de la competencia. Las innovaciones en un punto de la cadena de producción –por ejemplo, telares movidos mediante máquinas de vapor en la producción de tejidos de algodón– requerían innovaciones en otro –por ejemplo, en las desmotadoras de algodón– si se quería mejorar la productividad total de los factores. Pero a veces la reorganización de todo un campo de la actividad económica sobre una nueva base tecnológica llevaba un tiempo, y sigue todavía llevándolo. Por último, pero no menos importante, los capitalistas individuales y las grandes empresas acabaron reconociendo la importancia de la innovación en el producto como forma de obtener, aunque sólo fuera durante un periodo, ganancias monopolísticas, y cuando funcionaba la protección mediante una ley de patentes, una renta del mismo tipo.

1 W. Brian Arthur, The Nature of Technology. What It Is and How It Evolves, Nueva York, Free Press, 2009, p. 202.

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