CONTRADICCIÓN 8 TECNOLOGÍA, TRABAJO Y DISPONIBILIDAD HUMANA

Publicado el 15 de marzo de 2022, 7:54

El capital ni era ni es el único agente involucrado en la búsqueda de ventajas tecnológicas. Distintas ramas del aparato estatal lo han estado siempre profundamente. El más destacado, por supuesto, ha sido el ejército en busca de mejores armas y formas organizativas. La guerra y las amenazas de ella (carreras de armamentos) han estado estrechamente asociadas con las oleadas de innovación tecnológica. En la historia del capitalismo más temprano, esta fuente de innovación probablemente desempeñaba un papel dominante; pero también lo han estado otras áreas de la Administración estatal relacionadas con la recaudación de impuestos, la definición de los derechos de propiedad inmobiliaria en general y de las formas legales de contrato, junto con la elaboración de las tecnologías de la gobernanza, la gestión del dinero, la cartografía, la vigilancia, la policía y otros procedimientos para el control de poblaciones enteras, implicadas en gran medida, si no más, que las empresas y corporaciones capitalistas, en el desarrollo de nuevas formas tecnológicas. La colaboración en investigación y desarrollo entre el Estado y los sectores privados, con respecto a tecnologías militares, médicas, sanitarias y energéticas han sido muchas y variadas. Los beneficios de la difusión de las innovaciones nacidas en la esfera pública a las prácticas del capital y viceversa han sido innumerables.

Los cambios tecnológicos en el capitalismo, a los que el capital contribuye y de los que el capital se alimenta vorazmente, derivan, en resumen, de las actividades de diversos agentes e instituciones. Para el capital, esas innovaciones crean un vasto dominio de posibilidades siempre cambiantes para mantener o aumentar la rentabilidad.

Los procesos de cambio tecnológico han alterado su carácter con el tiempo. La tecnología se convirtió en un campo especial de actividad empresarial. Esto sucedió por primera vez claramente en el siglo XIX con el ascenso del sector de la máquina-herramienta. Tecnologías genéricas, como la máquina de vapor y sus derivados, se desarrollaron de forma que pudieran aplicarse en distintas industrias. Lo más notable era la rentabilidad obtenida por los fabricantes de máquinas de vapor y no tanto la de los distintos sectores que las utilizaban (por ejemplo transporte, fábricas de algodón y minería), aunque evidentemente la rentabilidad de los primeros no podía obtenerse sin la de los segundos. La búsqueda de formas siempre nuevas y mejores, no sólo de la máquina de vapor sino también de otro tipo de artilugios motrices cobró así gran impulso.

Se intensificó la búsqueda de tecnologías genéricas que pudieran aplicarse casi en cualquier campo, como sucede durante los últimos años con los ordenadores, los sistemas de entrega justo a tiempo y las teorías organizativas. Ha surgido un vasto territorio empresarial en torno a la invención y la innovación, que suministra por doquier nuevas tecnologías de consumo, producción, circulación, gobernanza, poder militar, vigilancia y administración. La innovación tecnológica se convirtió en una gran área de actividad empresarial, no necesariamente «grande» en el sentido de empresas gigantescas (aunque ahora abundan ejemplos de ese tipo en sectores como el agroindustrial, el energético y el farmacéutico) sino «grande» en el sentido de una amplia variedad de empresas, muchas de ellas recién nacidas y a pequeña escala, que exploran la innovación en sí misma. La cultura capitalista se obsesionó por el poder de la innovación tecnológica, convertida en objeto fetiche de deseo para el capitalista.

Desde mediados del siglo XIX, ese impulso fetichista en busca de nuevas formas tecnológicas a toda costa promovió también la fusión entre ciencia y tecnología, que se desarrollaron desde entonces en un abrazo dialéctico. La comprensión científica había dependido siempre de nuevas tecnologías como el telescopio y el microscopio, pero la incorporación de los conocimientos científicos a las nuevas tecnologías se ha insertado en el núcleo de la actividad empresarial de la innovación tecnológica.

Este gran sector empresarial se mostró cada vez más eficaz para imponer innovaciones tecnológicas a veces muy costosas a clientes reacios, ayudándose a menudo de la regulación estatal que tendía a favorecer a las grandes empresas más que a las pequeñas, ya que los costes de cumplirla suelen disminuir con la escala de operaciones. Por poner un ejemplo, las regulaciones de la Unión Europea han obligado a los pequeños comerciantes y restaurantes a instalar máquinas electrónicas para efectuar sus transacciones, a fin de mantener registros que facilitan la contabilidad y las obligaciones fiscales, lo que los sitúa en desventaja en cuanto a costes frente a las grandes cadenas. La difusión de nuevas tecnologías se produce mediante una combinación de consentimiento y coerción. El desarrollo de tecnologías militares, por otra parte, se ha convertido en poco más que un fraude escandaloso, en el que un vasto complejo militar-industrial se alimenta indefinidamente en el abrevadero de las finanzas públicas al tiempo que promueve la innovación por la innovación.

La trayectoria seguida por la evolución tecnológica no ha sido aleatoria o accidental. Como señala Brian Arthur en The Nature of Technology, las nuevas tecnologías se convirtieron en mampuestos «para la construcción de nuevas tecnologías, algunas de las cuales servían a su vez para la creación de otras tecnologías aún más nuevas. De esta forma, lentamente, se formaron muchas tecnologías a partir de unas pocas, y se tornaron más complejas utilizando las más simples como componentes. La colección general de tecnologías se retroalimenta de pocas a muchas y de lo simple a lo complejo. Podemos decir que la tecnología se crea a partir de ella misma». Arthur califica este proceso de «evolución combinatoria» y creo que es una buena denominación. Ahora bien, las nuevas tecnologías se crean «mentalmente antes de ser elaboradas físicamente» y cuando observamos los procesos mentales y conceptuales implicados en ellas, vemos la evolución tecnológica como resolución mental de problemas puesta en práctica. Surge un problema, se identifica el mismo, se reclama una solución y ésta siempre combina soluciones anteriores a otros problemas en una nueva configuración, que a su vez suele propagarse a otros terrenos al crear lo que Arthur llama «nichos de oportunidad», esto es, la posibilidad de que la innovación aparecida en un lugar pueda ser aplicada significativamente en otro 1 .

A veces se produce un desarrollo espontáneo de centros de innovación (regiones o ciudades con una concentración notable de tales sucesos) porque, como observaron hace tiempo analistas como Jane Jacobs, es más probable que la coincidencia fortuita de diferentes habilidades y conocimientos del tipo de los que Arthur considera necesarios para la innovación se dé en una economía aparentemente caótica caracterizada por una multiplicidad de pequeñas empresas y divisiones del trabajo 2. Históricamente ha sido mucho más probable que las nuevas combinaciones tecnológicas surgieran en tales entornos que en una única ciudad o empresa unidimensional. Más recientemente, no obstante, la organización deliberada de universidades, institutos, grupos de reflexión y debate y unidades militares de investigación y desarrollo en determinada área se ha convertido en un modelo básico mediante el que el Estado y las empresas capitalistas fomentan la innovación en busca de ventajas competitivas.

Pero lo más extraño en la exposición de Arthur, que por otra parte ofrece mucha información sobre la lógica de la evolución tecnológica, es su elusión de cualquier discusión crítica del conjunto de necesidades o deseos humanos que satisfacen supuestamente esas tecnologías. Se entusiasma, por ejemplo, con el sofisticado diseño del avión de combate F-35 Lightning II, sin mencionar para nada su relación con la guerra y el «propósito humano» del dominio geopolítico. Para Arthur ese avión supone simplemente un conjunto particular de difíciles desafíos técnicos que había que resolver.

De forma parecida, tampoco ofrece ninguna crítica de la forma capitalista específica que adopta la economía ni cuestiona en absoluto el resuelto impulso del capital para maximizar los beneficios, facilitar la acumulación sin fin de este y reproducir el poder de clase capitalista. Aun así, la teoría de Arthur de la evolución tecnológica relativamente autónoma contiene interesantes pautas para entender cómo funciona el motor económico del capital y arroja considerable luz sobre las contradicciones que exacerba el cambio tecnológico amenazando la perpetuación y reproducción del capital. Mencionemos algunas importantes transiciones en curso.

El paso de un modelo maquínico de la economía a otro orgánico tiene consecuencias para la teoría económica: «el orden, el aislamiento y el equilibrio como formas de organizar las explicaciones están dando paso a la apertura, indeterminación y surgimiento incesante de novedades» 3. Arthur se hacía aquí eco de la aguda observación de Alfred North Whitehead de que la propia naturaleza (y la naturaleza humana no es una excepción) está siempre en búsqueda perpetua de novedad 4. Como consecuencia, prosigue Arthur, «las tecnologías están adquiriendo propiedades que asociamos con los organismos vivos. Cuando sienten y reaccionan a su entorno, cuando se autoensamblan, se autoconfiguran, se restablecen y devienen «cognitivas», se parecen cada vez más a organismos vivos. Cuanto más sofisticadas y de «alta tecnología» se hacen las tecnologías, más biológicas devienen. Estamos comenzando a apreciar que la tecnología es tanto metabolismo como mecanismo».

Este paso de una metáfora mecánica a otra orgánica (o química) es significativo. La «nueva economía» percibida por Arthur parece más natural que la racionalidad mecánica superimpuesta al mundo desde la época de la Ilustración. Cabría hablar de una reversión (quizá «recuperación» sería mejor expresión) a formas más antiguas de entender la relación entre tecnología y naturaleza, pero no es reaccionaria ni nostálgica y elude el sentimentalismo y misticismo del pensamiento cultural llamado new age. Los «nuevos principios» que deben penetrar la ciencia económica, deduce Arthur, son formas de pensamiento y teorización orgánicas y basadas en procesos. Paradójicamente (y Arthur se sentiría sin duda sorprendido al oír esto), ¡ése era el tipo de economía política que Marx propugnó tiempo atrás en los Grundrisse! Sólo de esa forma, sugiere Arthur, podremos captar «las cualidades de la tecnología moderna, su conectividad, su adaptabilidad, su tendencia a evolucionar, su cualidad orgánica, su vitalidad desordenada» 5 .

Las consecuencias de esta concepción de la tecnología para nuestra comprensión del carácter evolutivo del capital como motor económico son considerables:

La aparición de nuevas tecnologías no sólo trastorna el statu quo presentando nuevas combinaciones que son mejores versiones de los bienes y métodos que usamos. Pone en marcha una cadena de adaptaciones tecnológicas y de nuevos problemas, y al hacerlo crea nuevos nichos de oportunidad que exigen nuevas combinaciones, que a su vez inducen nuevas tecnologías y nuevos problemas […] La economía se mantiene, por lo tanto, en perpetua apertura al cambio, en perpetua novedad. Se halla perpetuamente en un proceso de autocreación. Está siempre insatisfecha […] La economía se está construyendo a sí misma perpetuamente 6 .

Nuevas configuraciones tecnológicas desplazan a las más antiguas, y al hacerlo inician fases de lo que el economista Joseph Schumpeter denominó célebremente «vendavales de destrucción creativa» 7 . Todo un modo de vida, de ser y de pensar, tiene que alterarse drásticamente para interiorizar lo nuevo a expensas de lo antiguo. La reciente historia de la desindustrialización y su asociación con espectaculares reconfiguraciones tecnológicas es un caso obvio. El cambio tecnológico nunca es gratuito ni indoloro y su coste y el dolor que produce no se reparten por igual, por lo que siempre hay que preguntarse quién sale favorecido de la creación y quién carga con el peso de la destrucción.

1 W. Brian Arthur, The Nature of Technology: What It Is and How It Evolves, cit., pp. 22 y ss.

2 Jane Jacobs, The Economy of Cities, Nueva York, Vintage, 1969 [ed. cast.: La economía de las ciudades, Barcelona, Edicions 62, 1975].

3 W. B. Arthur, The Nature of Technology, cit., p. 211.

4 Alfred North Whitehead, Process and Reality, Nueva York, Free Press, 1969, p. 33.

5 W. B. Arthur, The Nature of Technology, cit., p. 213; Karl Marx, Grundrisse, cit. [ed. alemana: Grundrisse, cit.; ed cast.: Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, cit.].

6 Ibid., p 191.

7 Joseph Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, Londres, Routledge, 1942, pp. 82-83 [ed. cast.: Capitalismo, socialismo y democracia, Barcelona, Folio, 1984].

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