Así, pues, ¿qué papel desempeñan en ese proceso las necesidades y requerimientos propios del capital? Curiosamente, Arthur ignora las especificidades de esta cuestión en su estudio, por otra parte muy perspicaz. Yo argumentaría que en la historia y la lógica del capital hay cinco imperativos tecnológicos dominantes que se solapan parcialmente. Considerémoslos brevemente:
1. La organización de la cooperación y de las divisiones del trabajo de formas que maximicen la eficiencia, la rentabilidad y la acumulación. Desde los prolegómenos en el ejemplo de la fábrica de alfileres de Adam Smith, ha crecido con el tiempo hasta abarcar gran parte de lo que ahora cubre la teoría de la gestión y la organización, así como la articulación de técnicas de gestión empresarial óptima. La creciente complejidad y fluidez de la que habla Arthur es aquí muy evidente y las tecnologías en cuestión están en perpetua evolución, con creciente énfasis en el software y las formas organizativas asumidas en los últimos tiempos por el capital. La combinación de mando y control y coordinaciones de mercado es inestable pero eficaz.
2. La necesidad de facilitar la aceleración de la circulación del capital en todas sus fases, junto con la necesidad de «aniquilar el espacio mediante el tiempo», han generado una asombrosa variedad de revoluciones tecnológicas. Acortar el ciclo de rotación del capital en la producción y en el mercado y acortar el período de vida útil de los productos de consumo (culminando en el paso de la producción de cosas duraderas a la producción de espectáculos efímeros) han sido objetivos clave en la historia del capital, impuestos en gran medida por la competencia. Es ahí donde la relación de la tecnología con la producción de la naturaleza se hace más claramente evidente cuando se sobrealimenta a los corderos o a los cerdos para que se conviertan en animales adultos en un año en lugar de tres. La creciente velocidad en el transporte y las comunicaciones reduce las fricciones y barreras de la distancia geográfica, convirtiendo la espacialidad y temporalidad del capital en un rasgo dinámico más que fijo del orden social. El capital crea literalmente su propio espacio y tiempo así como su propia naturaleza peculiar. La movilidad de las diversas formas de capital (producción, mercancías, dinero) y de la fuerza de trabajo están también perpetuamente sometidas a transformaciones revolucionarias. Volveremos más adelante sobre ese tema (véase la contradicción 12).
En los medios de comunicación se han producido transformaciones revolucionarias similares a las que tenían lugar en los transportes, y en tiempos más recientes se han acelerado increíblemente. La información y el acceso instantáneo a las noticias es ahora una potente fuerza que afecta a las decisiones y a la política. El control sobre los medios de comunicación se ha convertido en un aspecto vital para la reproducción del poder de clase capitalista y las nuevas tecnologías de los medios (en particular las redes sociales) ofrecen grandes posibilidades, aunque también trampas, para la dinámica de la lucha de clases como ha quedado en evidencia en los recientes levantamientos en El Cairo, Estambul y otras ciudades del mundo.
3. Las tecnologías de producción y difusión del conocimiento, de almacenamiento y recuperación de datos e información, son decisivas para la supervivencia y la perpetuación del capital. No sólo proporcionan señales basadas en los precios sobre la oferta y la demanda y otros tipos de información que orientan las decisiones de inversión y la actividad del mercado, sino que también preservan y promueven las necesarias concepciones mentales del mundo que facilitan la actividad productiva, orientan las opciones del consumidor y estimulan la creación de nuevas tecnologías.
Los bancos de memoria del capital son indispensables. Son ya muy vastos y su crecimiento exponencial se equipara al de las tecnologías más sofisticadas para manejarlos, procesarlos y actuar sobre ellos. La información básica contenida en los catastros, registros de contratos, sentencias legales, expedientes educativos y médicos, etc., ha sido durante mucho tiempo crucial para el funcionamiento del capital. La información de ese tipo ofrece, además, los datos brutos con los que se puede construir un modelo útil (aunque en muchos aspectos ficticio) de la economía nacional de un país. Esos datos (tasa de desempleo, déficit comercial, oscilaciones en el mercado de valores, cifras de crecimiento, actividad industrial, utilización de la capacidad, etc.) permiten evaluar la salud de la economía nacional y ofrecen una base para la toma de decisiones estratégicas (para bien o para mal) por parte de empresas, hombres de negocios o agencias estatales. Organismos como el Banco Mundial y el FMI parecen a veces a punto de ahogarse en la ingente masa de datos que producen. Aparecen enjambres de «expertos» para ayudarnos a entender las tendencias. La introducción de nuevas tecnologías de procesado de la información, tales como las transacciones informatizadas en Wall Street (y la más reciente de las nanotecnologías), tiene enormes consecuencias para el funcionamiento del capital.
4. Finanzas y dinero constituyen un dominio crucial para el funcionamiento del capital (véase la contradicción 2). Las ganancias y pérdidas sólo se pueden calcular exactamente en términos monetarios y es en esos términos en los que se toman la mayoría de las decisiones económicas. Aunque las tecnologías del dinero permanecieron prácticamente constantes durante largos periodos históricos, no cabe duda de que la innovación en este terreno aumentó notablemente desde la década de 1930 en adelante. En los últimos años las innovaciones en las finanzas y la banca han crecido exponencialmente con la llegada de la informatización, el dinero y la banca electrónicos y la proliferación de toda una variedad de vehículos de inversión. La tendencia a crear capitales ficticios que circulan libremente por todo el mundo se ha acelerado notablemente, dando lugar a todo tipo de prácticas predadoras en el sistema de crédito que han contribuido a una oleada de acumulación por desposesión y especulación en torno al valor de los activos. En ningún otro ámbito vemos tan espectacularmente la estrecha interacción entre las nuevas posibilidades del hardware, la creación de nuevas formas organizativas (private equity funds, hedge funds [fondos protegidos de alto riesgo] y una infinidad de complejas agencias reguladoras estatales), y por supuesto, una asombrosa tasa de desarrollo del software.
Las tecnologías del sistema monetario y financiero mundial son una fuente de tensión terrible y al mismo tiempo un campo de actividad capitalista insuperable en importancia y en «vitalidad desordenada».
5. Para concluir se plantea la cuestión del control del trabajo y del proceso laboral, que constituye una arena crucial para el capital y que trataré con detalle un poco más adelante.
¿Tenían que evolucionar las tecnologías tal como lo hicieron? Está claro que se tomaron decisiones que liberaron la innovación tecnológica de las constricciones que habían inhibido el desarrollo de nuevas tecnologías en otros lugares o épocas (el retraso de China en la aplicación de descubrimientos tecnológicos es quizá el ejemplo más sobresaliente). También ha habido ciertamente ejemplos de intensa resistencia a las nuevas configuraciones tecnológicas por razones morales y éticas, desde la lucha de los luditas contra la introducción de máquinas hasta la rebelión de los físicos contra la proliferación de armas nucleares. Actualmente existen intensas controversias sobre la ética y los riesgos de la ingeniería genética y los alimentos genéticamente modificados. Pero no parece que tales cuestiones desvíen o detengan la evolución del cambio tecnológico, y por eso es por lo que califico ese tipo de contradicción como «cambiante»: no es estable o permanente, sino que continuamente cambia sus rasgos. Por esta razón resulta decisivo evaluar dónde se sitúa precisamente ahora el proceso de cambio tecnológico y hacia dónde se podría desplazar en el futuro.
Arthur pregunta por ejemplo: «¿podría detenerse alguna vez este proceso de constante evolución de la tecnología y de remodelación de la economía?». Su respuesta es en principio afirmativa, pero las perspectivas actuales de una eventual detención son extremadamente remotas. La dinámica descentralizada de la evolución tecnológica es demasiado fuerte y el campo de posibles descubrimientos de novedades en la naturaleza demasiado amplio como para que en el inmediato futuro se produzca ninguna interrupción de la evolución tecnológica y económica.
La avalancha inminente de las tecnologías que aparecerán durante la próxima década es razonablemente predecible, y también lo son las vías de mejora en el futuro próximo de las actuales tecnologías; pero en general, del mismo modo que no se puede predecir el conjunto de especies biológicas de un futuro lejano a partir del actual, tampoco es predecible la evolución a largo plazo del acervo tecnológico en el futuro económico, y no sólo porque no podemos predecir qué combinaciones se producirán, sino que tampoco podemos predecir qué nichos de oportunidad se crearán. Y dado que el número de combinaciones potenciales aumenta exponencialmente, esa indeterminación se incrementa a medida que se desarrolla el conjunto. Si hace tres mil años se podía prever que las tecnologías utilizadas un siglo después se parecerían a las que se empleaban en aquel momento, ahora apenas podemos predecir el aspecto que tendrá la tecnología dentro de cincuenta años 8 .
Así, pues, ¿dónde se sitúa en ese proceso de «evolución combinatoria» la contradicción o las contradicciones que podrían amenazar la rentabilidad y la acumulación sin fin de capital? En mi opinión hay dos contradicciones de gran importancia para las perspectivas futuras del capital. La primera se refiere a la relación dinámica de la tecnología con la naturaleza, de la que nos ocuparemos en la Contradicción 16. La segunda se refiere a la relación entre el cambio tecnológico, el futuro del trabajo y el papel de los trabajadores en relación con el capital. Ésta es la contradicción que vamos a examinar ahora.
El control sobre el proceso de trabajo y el trabajador ha sido siempre decisivo para la capacidad del capital de mantener la rentabilidad y la acumulación de capital. Durante toda su historia, el capital ha inventado, innovado y adoptado formas tecnológicas cuyo principal propósito era aumentar su control sobre el trabajo, tanto en el proceso de trabajo como en el mercado laboral, no sólo en cuanto a la eficiencia física, sino también en cuanto a la autodisciplina de los trabajadores empleados, las cualidades de la mano de obra disponible en el mercado, las mentalidades y hábitos culturales de los trabajadores en relación con las tareas que se espera que realicen y los salarios que esperan recibir.
Muchos innovadores industriales se han fijado como objetivo primordial el control de los trabajadores. Un prominente industrial del Segundo Imperio francés, famoso por sus innovaciones en la industria de la máquina-herramienta, proclamó abiertamente que sus tres objetivos eran incrementar la precisión en el proceso de trabajo, aumentar la productividad y quitar poder a los trabajadores. Fue por esta razón, sin duda, por la que Marx argumentó que la innovación tecnológica era un arma crucial en la lucha de clases y que el capital había adoptado muchas innovaciones con el único propósito de obstaculizar o impedir las huelgas, interiorizando además la creencia fetichista de que la solución para hacer crecer sin cesar la rentabilidad era la innovación tecnológica permanente dirigida hacia el disciplinamiento y pérdida de poder de los trabajadores. El sistema fabril, el taylorismo (con su intento de reducción del trabajador al estatus de un «gorila entrenado»), la automatización, la robotización y la sustitución en último término del trabajo vivo por trabajo muerto responden todos ellos a ese deseo. Los robots no se quejan, no responden, no se querellan, no sabotean, no se ponen enfermos, no van lentos, no pierden la concentración, no se ponen en huelga, no exigen subidas de salarios, no se preocupan por las condiciones de trabajo, no exigen el descanso del bocadillo ni caen en el absentismo (excepto quizá en los relatos de ciencia-ficción).
La fantasía del capital de un control total sobre los trabajadores tiene sus raíces en circunstancias materiales, y muy particularmente en la dinámica de la lucha de clases en todas sus manifestaciones, tanto dentro como fuera del proceso de producción. El papel del desempleo tecnológicamente inducido en la regulación del nivel salarial, la búsqueda de bienes cada vez más baratos para el sostenimiento de la mano de obra (el fenómeno Walmart), con el fin de hacer más aceptables los bajos salarios, la condena de cualquier propuesta de salario social básico como algo que alentaría la holgazanería de los trabajadores y otras estratagemas parecidas constituyen un dominio de la lucha de clases en el que las intervenciones y mediaciones tecnológicas resultan cruciales. Eso es lo que hace tan extraña la exposición de Arthur, dado que ni una vez entran esos hechos elementales y obviamente históricos (satirizados tan sabiamente en la película Tiempos modernos de Charlie Chaplin) en su descripción de la evolución combinatoria, que efectivamente desempeña un papel tan fundamental en los detalles del cambio tecnológico.
Así, pues, ésta es la contradicción principal: si el trabajo social es la fuente última de valor y beneficio, entonces su sustitución por máquinas o trabajo robótico no tiene sentido ni política ni económicamente. Podemos verlo claramente en el mecanismo que intensifica esa contradicción hasta llevarla a la crisis. Cada empresario o corporación considera decisivas las innovaciones que ahorran trabajo para su rentabilidad frente a los competidores, pero eso socava colectivamente la posibilidad de beneficio.
En un libro reciente Martin Ford presenta una argumentación sobre ese mismo problema. A medida que la punta de lanza del dinamismo tecnológico se desplaza de los sistemas mecánicos y biológicos a la inteligencia artificial, se constata un enorme impacto sobre la disponibilidad de empleo, no sólo en la industria y la agricultura, sino también en los servicios e incluso en las profesiones. En consecuencia, la demanda agregada de bienes y servicios disminuirá al ir desapareciendo los empleos y los ingresos. Esto tendrá efectos catastróficos sobre la economía a menos que el Estado encuentre alguna forma de intervenir con pagos de estímulos redistributivos a grandes sectores de la población que desde el punto de vista de la producción son ya desechables y prescindibles.
André Gorz había expuesto hace tiempo ese mismo argumento, aunque desde una perspectiva política diferente:
La lógica microeconómica querría que esos ahorros en tiempo de trabajo se tradujeran en ahorros en salarios para las empresas que han conseguido tales economías: al producir con costes más bajos, serán más «competitivas» y capaces (en ciertas condiciones) de vender más. Pero desde el punto de vista macroeconómico, una economía que, como utiliza cada vez menos trabajo humano, distribuye cada vez menos salarios, cae inexorablemente por la pendiente deslizante del desempleo y la pauperización. Para evitar ese deslizamiento, la capacidad de compra de los hogares tendría que dejar de depender del volumen de trabajo que consume la economía. Aun dedicando mucho menos tiempo al trabajo, la población tendría que ganar lo suficiente para comprar el creciente volumen de bienes producidos: la reducción del tiempo de trabajo no debería traer consigo una reducción de la capacidad de compra 9 .
Los detalles que cita Ford para respaldar su afirmación general son impresionantes. Existen claras pruebas empíricas del inexorable crecimiento exponencial de la capacidad y velocidad de los ordenadores, que se ha duplicado aproximadamente cada dos años durante las últimas tres décadas. El aumento de esa capacidad no depende de la construcción de una tecnología en condiciones de pensar tal como lo hacemos los humanos, sino del hecho de que el ordenador es «rápido sin imaginación» y cada vez más rápido. La aceleración ha sido siempre para el capital, como hemos visto, un objetivo crucial de la innovación tecnológica, y el mundo de la informática y los ordenadores no es ninguna excepción. Como consecuencia del aumento exponencial de la capacidad de los ordenadores, «categorías enteras de empleos tradicionales están en peligro de ser automatizadas en un futuro no muy distante». La idea de que las nuevas tecnologías crearán empleo a una velocidad que compense esas pérdidas «es pura fantasía». Además, la idea de que serán sólo los empleos rutinarios con bajos salarios los que serán eliminados y no los trabajos cualificados con altos salarios (radiólogos, doctores, profesores de universidad, pilotos de líneas aéreas y cosas parecidas) es equivocada. «En el futuro, la automatización recaerá en gran medida sobre los trabajadores del conocimiento y en particular sobre los trabajadores mejor pagados». Ford concluye: «Permitir que esos empleos sean eliminados por millones, sin ningún plan concreto para resolver los problemas que aparecerán entonces, sería una condena inapelable al desastre» 10 .
¿Pero de qué tipo de desastre hablamos? Sectores cada vez mayores de la población mundial serán considerados por el capital prescindibles como trabajadores productivos y les resultará difícil sobrevivir, tanto material como psicológicamente. Carentes de cualquier perspectiva de existencia significativa en el ámbito del trabajo necesario, tal como lo define el capital, tendrán que buscar en otro lugar cómo construirse una vida dotada de sentido. Por otro lado, la producción seguirá aumentando, ¿pero de dónde vendrá el correspondiente aumento de la demanda? Eso es lo que más molesta a Ford:
¿Quién va a dar un paso adelante y comprar todo ese aumento de la producción? […] La automatización está a punto de invadirlo todo, en casi todos los sectores, en una amplia variedad de ocupaciones, y tanto entre los trabajadores con títulos universitarios como entre los que carecen de ellos. La automatización llegará a las naciones desarrolladas y a los países en vías de desarrollo. Los consumidores que impulsan nuestros mercados son prácticamente todos gente que tiene un empleo o depende de alguien que lo tiene. Cuando una fracción substancial de esa gente pierda su empleo, ¿de dónde vendrá la demanda en el mercado? 11 .
8 W. B. Arthur, The Nature of Technology, cit., p. 186.
9 André Gorz, Critique of Economic Reason, Londres, Verso, 1989, p. 200 [ed. cast.: Crítica de la razón productivista. Antología, Madrid, Libros de la Catarata, 2008].
10 Martin Ford, The Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the Future, Estados Unidos, Acculant TM Publishing, 2009, p. 62.
11 Ibid., pp. 96-97.
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