Preparación del asesinato de Modesto y Líster

Publicado el 15 de marzo de 2022, 13:10

El relato de Uribe se refería a hechos ocurridos fundamentalmente en los años del terror franquista en que se asesinaba diariamente a antifascistas españoles y en que los servicios policíacos de la dictadura enviaban sus espías a las organizaciones antifascistas. Luchar contra ellos era un deber; aplastarlos cuando eran descubiertos era una necesidad. Pero Carrillo y Antón se aprovechaban de esa lucha justa para deshacerse de auténticos comunistas; de hombres que no habían cometido más delito que el de tener entre sus camaradas un prestigio ganado en la lucha o que sabían demasiado sobre las actividades de los dos compadres, que no se doblaban ante las exigencias de ellos o a causas aún más inconfesables.

Al final del relato, Uribe me dijo: «Todo lo que te he contado explica por qué a Carrillo le fue posible mi liquidación política. Yo era el responsable de la dirección del trabajo, en parte, de los años en que se cometieron esas fechorías y esos crímenes, y aunque muchas veces no estaba de acuerdo me faltaba el valor para oponerme a ellas, y así me fui comprometiendo y hundiéndome cada día más. Carrillo me ha acusado de no estudiar, y de ir abandonando el trabajo. Es cierto. Carrillo sabía todo eso y lo fomentaba, porque ésa era la forma de irme liquidando. Cuando me di cuenta era demasiado tarde, había perdido toda confianza en mí mismo y todo hábito de trabajo sistemático y organizado. Así es como Carrillo me pudo golpear a mansalva; porque sabía que yo no me defendería. Y lo mismo le pasaba a Dolores. Ella ha aprobado en unos casos y tolerado en otros muchas de las injusticias y crímenes que se han cometido. Carrillo la tiene agarrada por ese pasado y cada vez la aislará más de los camaradas más sinceros y la irá rodeando de sus propios incondicionales. Irene Falcón es un ejemplo de ello. Dolores odia ferozmente a Carrillo, pero después de 1956 le ha cogido miedo y no está dispuesta a enfrentarse con él. Prefiere ir tirando y figurando en el grado que Carrillo la deje, que cada vez será menos».

Me explicó Uribe las causas de la tirantez permanente que existía entre Dolores y él. Dolores no había perdonado nunca a José Díaz, a Pedro Checa y a él las severas críticas que le habían hecho durante la guerra por su vida familiar. Uribe agregó: «Esto es conocido por Carrillo, que lo aprovechó para envenenar aún más las relaciones entre Dolores y yo, acusándome de querer ocupar la Secretaría General, mientras quien iba a por ella era el propio Carrillo».

En el editorial de Nuestra Bandera a que me he referido anteriormente escribía Carrillo algunas otras cosas que nos deben hacer pensar sobre el propio Carrillo, pues, según ellas, parece como si se estuviese retratando a sí mismo.

Pero el enemigo no utiliza sólo a estos elementos —escribe Carrillo al referirse a Monzón y otros—. Los servicios de provocación del enemigo se esfuerzan también especialmente en introducir sus agentes en nuestro Partido. Estos intentos criminales del enemigo no son nuevos. Analizando casos como el de Jesús Hernández y Enrique Castro, no es posible contentarse con la explicación de que han degenerado y se han podrido en estos últimos años. Un grado tal de maldad, de hipocresía, de bajeza, no puede ser producto de una evolución tan rápida hacia el mal. Un verdadero revolucionario no se convierte en perro policíaco de la noche a la mañana.

Hay que llegar a la conclusión —continúa Carrillo—, quizá algún día con los archivos en la mano, como ha sucedido en el caso de Raj y Kostov, lo podremos comprobar, que hombres como Jesús Hernández y Enrique Castro fueron enviados a las filas del Partido por el enemigo, que, trabajando con perspectivas, los mantuvo camuflados hasta que consideró llegado el momento de que se arrancaran el antifaz. Y lo que en otro tiempo fue considerado en ellos como máculas, faltas más o menos graves, que no entrañaron sanción decisiva, eran actos conscientes de lucha para desacreditar y desprestigiar al Partido.

Es evidente que al principio de nuestra guerra de liberación contra el fascismo, los falangistas se esforzaron por enviar a nuestras filas a sus agentes. Y a pesar de la vigilancia revolucionaria es indudable que algunos consiguieron introducirse. No importa que fuesen casos aislados, por contraste con las organizaciones sindicales y anarquistas, que les abrieron y les abren hoy de par en par las puertas. Un caso aislado, uno sólo de esos elementos, en un partido revolucionario como el nuestro, puede hacer mucho daño [5].

¡Y tanto! Y cuando Carrillo lo afirmaba con tanta seguridad no hacía más que retratarse a sí mismo.

Hasta 1970 era mi firme propósito de que muchas de las cosas, sino todas, que me dijo Uribe, como otras que fui conociendo más tarde, fueran conmigo a la tumba. Pero en esa fecha y ante la situación a que Carrillo y sus seguidores estaban llevando al Partido, tomé la decisión de plantearlas ante el pleno del CC que tuvo lugar en agosto de ese año. Carrillo y sus incondicionales no me lo permitieron. Simón Sánchez Montero, que presidía, acató sumisamente la orden de Carrillo de no dejarme hablar y, entonces, no me dejaron más camino que el de callarme cobardemente o hacer públicas las cosas que allí no pude exponer. Escogí este último camino por considerarlo el del deber, y publiqué el libro ¡Basta!

A lo largo de los años, Carrillo se ha ido deshaciendo hábilmente de camaradas que más tarde podrían oponerse a su política cuando ésta apareciese con más claridad. A unos los echó, a otros los domesticó y los alineó, a otros les fue dando de lado, disminuyendo su papel. Y a no pocos los hizo asesinar o los envió a una muerte segura.

En el Comité Central y otros órganos del Partido hay no pocos miembros que después de haber sido echados del Comité Central y puestos de rodillas por Carrillo, fueron recuperados luego gracias a la «magnanimidad» de éste.

En vez de examinar en cada ocasión franca y abiertamente, y empleando el método de la crítica y la autocrítica, las fallas, los errores, lo criticable de la conducta y la actividad de este u otro dirigente, Carrillo ha practicado el método del escamoteo. Con ello perseguía y consiguió un doble objetivo: ocultar sus propias faltas, sus propios errores, todo lo que hay de criticable en su propia conducta y en sus métodos y tener en sus manos a otros camaradas que también tienen cosas criticables. Así se ha ido creando una identidad de intereses y así ha ido forjando Carrillo contra cada uno el arma de chantaje que empleará en cada ocasión concreta contra el camarada que no marche derecho por la línea que le señala.

Con ese método, Carrillo tiene agarrado por el cuello a más de uno de los que más chillan en su defensa; de los que están siempre dispuestos a aprobar o condenar, con el mismo entusiasmo y sin pedir ninguna explicación, todo lo que Carrillo quiera que se apruebe o se condene.

En cuanto a Dolores misma, a partir de Toulouse en 1945, Carrillo la fue sometiendo, alineando, con un trabajo paciente. Con el método jesuítico que le es propio, al mismo tiempo que le iba comprometiendo en sus propias fechorías y empujándola en sus debilidades, la separaba de todos los camaradas que eran sinceros y leales con ella e imponiéndole a la vez las relaciones con sus propios incondicionales. Lo único que Carrillo dejó al lado de Dolores es ese ser funesto que se hace llamar Irene Falcón, que informa a Carrillo de todo lo que hace y dice Dolores. ¿Es que Dolores no se da cuenta de todo eso? Claro que se da cuenta, pero en vez de decir «¡Basta!», se lamenta, llora, repite una y otra vez que se va a tirar por una ventana, etc. Y mientras tanto, Carrillo ha continuado su trabajo de liquidación del Partido.

Estos defensores del llamado «socialismo humano» y de la democracia en otros partidos, en el suyo son verdaderos Torquemadas en la aplicación de condenaciones y excomuniones a diestra y siniestra contra todo el que no dice «Amén» sin rechistar a cuanto sale de la boca o de la pluma del jefe y de algunos privilegiados que con él comparten el secreto de la verdad absoluta.

Lo que yo he venido pidiendo en el CE es que se formase una Comisión de Investigación que examinara la conducta política y moral de todos los que hemos sido miembros del CC y del BP o del CE, desde 1936 acá.

Otra cosa que yo he pedido es que esa Comisión investigara toda una serie de casos de camaradas acusados, sancionados, perseguidos, «desaparecidos», detenidos y muchos fusilados en España, etc.

He pedido también que esa Comisión investigara cómo se aplicó la decisión de disolver las guerrillas, qué medidas se han empleado, etc.

¿Por qué ese miedo de Carrillo y otros miembros del CE carrillista a una tal investigación? Porque sabían que les sería fatal.

Carrillo y sus incondicionales necesitaban tiempo para llevar hasta el fin su plan de transformar un partido revolucionario en un conglomerado capaz de practicar la colaboración de clases, como partido de la clase obrera, en representación de la clase obrera y traicionando a la clase obrera.

No puede haber duda que Carrillo y sus compañeros de tinglado han logrado ganar tiempo con la trampa, la persecución, el chantaje, las expulsiones, la corrupción y el asesinato dentro del Partido. Es claro también que con la compra de plumíferos en periódicos y revistas y con la compra en ciertos casos de gruesos paquetes de acciones de determinadas revistas y periódicos españoles, que presumen de independientes, el carrillismo goza de una abundante propaganda. A todo ello deben agregarse los medios puestos a disposición del carrillismo en el plano internacional por los capitalistas y determinados Estados llamados socialistas. El carrillismo no tiene nada de común con la lucha del pueblo español por sus derechos, es una empresa netamente al servicio de los peores enemigos de la clase obrera y del pueblo español.

Y para terminar con este triste capítulo, quiero llamar la atención de aquellos a los que puedan parecerles dudosos los datos que doy recogidos de Uribe, por tratarse de un desaparecido, que no olviden que los camaradas ejecutados o enviados a la muerte de los que habló Uribe tienen un nombre y que en vida están otros camaradas que los conocían. Entre estos camaradas los hay que conocen las circunstancias de la muerte de más de uno y que están dispuestos a decir todo lo que saben ante una Comisión de Investigación.

[5] Los subrayados son míos. E. L.

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