CONTRADICCIÓN 8 TECNOLOGÍA, TRABAJO Y DISPONIBILIDAD HUMANA

Publicado el 7 de abril de 2022, 22:06

Es una pregunta sobre gestión de la demanda de corte típicamente keynesiano frente a la amenaza de una crisis para el capital del tipo de la que sacudió la economía global en la década de 1930. ¿Qué ocurre cuando planteamos las quejas de Ford con el trasfondo de la contradictoria unidad entre producción y realización? Llama la atención que Marx se planteara una dificultad similar, aunque él lo hiciera desde la perspectiva de la producción. Cuantos más dispositivos de ahorro de trabajo se aplican, más tiende a declinar cuantitativamente el agente que produce valor –el trabajo social–, destruyendo en último término el trabajo socialmente necesario y la producción de valor, y con ellos la base del beneficio. El mismo resultado deriva de ambos lados de la contradictoria unidad entre producción y realización. La rentabilidad se erosiona y la acumulación sin fin de capital colapsa en ambos casos. Ford reconoce en un apéndice que puede haber algún tipo de semejanza general entre su argumentación y la de Marx, pero no entiende cuál es, y por supuesto se esfuerza por distanciarse de las perjudiciales consecuencias de tal asociación. Pero el alcance potencial de las fuerzas y soluciones opuestas parece muy diferente desde las dos perspectivas que ofrece esa unidad contradictoria.

Ford, por ejemplo, se muestra desesperadamente preocupado por salvar al capital del desastre potencial que le acecha. De hecho recomienda la difusión del consumismo (por insensato y alienante que sea) para absorber los productos cada vez más baratos que un capital totalmente automatizado puede producir. Trata de cuadrar el círculo de las disparidades entre oferta y demanda imaginando un sistema impositivo estatal capaz de recuperar las ganancias en productividad creadas por las nuevas tecnologías. Esos fondos serían entonces redistribuidos como estímulos de la capacidad de compra entre las masas desposeídas, esperando que a cambio la gente se comprometa en actividades sociales creativas o valiosas y contribuya al bien común. Ya existen programas de ese tipo. Las ayudas a la pobreza en Argentina y Brasil distribuyen dinero a las familias pobres con tal que
puedan demostrar que sus hijos acuden a la escuela. Estructurar tales redistribuciones incentivadas puede ser difícil en la práctica, pero en opinión de Ford es crucial para evitar la cultura de la dependencia que se asocia a menudo con las ayudas directas al bienestar o una renta mínima garantizada, se tenga empleo o no. En cualquier caso, las redistribuciones y la creación de capacidad de compra son el único medio para crear suficiente demanda para compensar la creciente oferta de bienes y servicios. Esa sería, coincide André Gorz, «la única forma de dar significado a la disminución del volumen del trabajo socialmente necesario» 12 .

Marx, en cambio, examinó varios antídotos posibles a la caída tendencial de la tasa de beneficio como consecuencia de las innovaciones que ahorran trabajo: la apertura de líneas de producción totalmente nuevas intensivas en trabajo; una pauta de innovación dedicada tanto al ahorro de capital como al ahorro de trabajo; una tasa de explotación creciente sobre la fuerza de trabajo todavía empleada; la existencia previa o la formación de una clase de consumidores que no producen nada; una tasa fenomenal de crecimiento de la fuerza de trabajo total que aumentara la masa de capital producido aunque la tasa de beneficio individual cayera. Lo que no está claro es si Marx pensaba que esas fuerzas bastarían para contrarrestar indefinidamente la caída del valor de la producción y de la tasa de beneficio.

Sendas de desarrollo de ese tipo han evitado efectivamente a veces la caída de la tasa de beneficio. La incorporación del campesinado chino, indio y de gran parte del sureste de Asia (junto con Turquía y Egipto y algunos países latinoamericanos, siendo África todavía un continente con enormes reservas de mano de obra no aprovechada) a la fuerza de trabajo asalariada global desde la década de 1980, junto con la integración de lo que era el bloque soviético, ha significado un enorme incremento (y no disminución) de la fuerza de trabajo asalariada global muy por encima de la que correspondería al aumento vegetativo de la población. También son palpables las crecientes tasas de explotación asociadas a las horribles condiciones de trabajo en China, Bangladesh, Vietnam y otros países, mientras que el problema de la demanda se ha afrontado en general mediante una vasta expansión del crédito.

Así, pues, no parece haber un motivo inmediato de pánico desde el punto de vista de la producción o de la realización; pero desde el punto de vista del futuro a largo plazo del capital, parece como si existiera una «última frontera» para la absorción de mano de obra asalariada en el capitalismo global. En los países capitalistas avanzados se ha producido una masiva incorporación de las mujeres a la fuerza de trabajo asalariada durante los últimos cincuenta años e internacionalmente quedan pocas áreas (principalmente en África y en Asia meridional y central) donde se puedan encontrar grandes reservas de mano de obra. No parece posible que vaya a producirse de nuevo nada parecido a la enorme expansión reciente de la fuerza de trabajo global. Entretanto, la gran aceleración experimentada durante los últimos años de automatización y aplicación de la inteligencia artificial a servicios rutinarios (como la expedición de billetes en las líneas aéreas y el paso por caja en los supermercados) parece, por otro lado, estar sólo en sus comienzos. Se puede detectar ahora esa tendencia en campos como la enseñanza superior y los diagnósticos médicos, y las líneas aéreas están experimentando con aviones sin piloto. La contradicción entre producción de valor, por un lado, e innovación tecnológica que ahorra trabajo a gran escala, por otro, ha entrado en un territorio cada vez más peligroso, al verse afectada no sólo una creciente proporción de la población prescindible sin previsibles oportunidades de empleo, sino también (como reconoce claramente hasta Ford) la reproducción del propio capital.

Por ejemplo, las tres últimas recesiones registradas en Estados Unidos desde principios de la década de 1990, han sido seguidas por lo que eufemísticamente se han denominado «recuperaciones sin creación de empleo». La recesión profunda más reciente ha dado lugar a la creación de desempleo a largo plazo a una escala que no se había visto en Estados Unidos desde la década de 1930. En Europa se vienen observando fenómenos similares y la capacidad de absorción de mano de obra en China –una orientación clave del Partido Comunista– parece ser limitada. Tanto las pruebas de las tendencias más recientes como la evaluación de las perspectivas para el futuro apuntan en la misma dirección: enormes excedentes de población prescindible potencialmente rebelde. 

Esto tiene algunas consecuencias muy serias, tanto teóricas como políticas, que requieren mayor elaboración. El dinero (véase la contradicción 2) es una representación del valor del trabajo social (entendiéndose este último como la cantidad de trabajo realizado para otros a través del sistema de mercado basado en el valor de cambio). Si nos estamos dirigiendo hacia un mundo en el que el trabajo social de ese tipo desaparece, entonces no habrá valor que representar. La representación histórica del valor –la forma dinero– quedará entonces enteramente liberada de su obligación de representar algo más que a sí misma. Los economistas neoclásicos argumentaban (en los raros casos en que se ocuparon de la cuestión) que la teoría expuesta por Marx del valor basado en el trabajo era irrelevante porque el capital responde únicamente a señales monetarias y no a relaciones de valor. No valía la pena pues entretenerse en la idea del valor aunque fuera un concepto plausible (la mayoría de ellos ni siquiera pensaban esto último). En mi opinión estaban muy equivocados en ese juicio; pero si la evolución esbozada más arriba tiene efectivamente lugar, entonces el argumento neoclásico contra la teoría del valor será cada vez más correcto, de modo que hasta los marxistas más ortodoxos tendrán que renunciar a la teoría del valor. Los economistas convencionales cacarearán sin duda entusiasmados con esa posibilidad, pero lo que no perciben es que eso significaría la desaparición de la única restricción que ha impedido la caída del capital en un desorden total. Las recientes pruebas de la difusión de un comportamiento depredador desenfrenado del capitalismo no son sino una señal del debilitamiento del papel regulador del trabajo social, debilitamiento que viene dándose desde hace algún tiempo. Un acontecimiento crucial fue el abandono de una base metálica para el sistema monetario mundial a principios de la década de 1970: a partir de entonces la relación del dinero mundial con el trabajo social se hizo como mucho tangencial y ahí tenemos para demostrarlo la larga cadena de crisis financieras y comerciales acaecidas en todo el mundo desde mediados de la década de 1970.

La forma dinero ha adquirido mucha autonomía durante los últimos cuarenta años. Los valores fiduciarios y ficticios creados por los bancos centrales de todo el mundo han conquistado la primacía. Esto nos devuelve a algunas reflexiones sobre la relación entre la evolución tecnológica que ya hemos descrito en general y la evolución de las tecnologías monetarias. El ascenso de las cibermonedas como el Bitcoin, concebidas al parecer en algunos casos con el fin de lavar dinero obtenido en actividades ilegales, no es más que el principio de una caída inexorable del sistema monetario en el caos.

El problema político planteado por la cuestión de la tecnología a la lucha anticapitalista es quizá el más difícil de afrontar. Por un lado, sabemos muy bien que la evolución de las tecnologías, marcada como está en gran medida por la lógica «combinatoria» autónoma que describe Arthur, es una gran área de actividad empresarial en la que la lucha de clases y la competencia intercapitalista e interestatal han desempeñado papeles determinantes en el «propósito humano» de mantener el dominio militar, el poder de clase y la acumulación sin fin de capital. También vemos que las iniciativas del capital se acercan cada vez más al abismo de la desaparición del trabajo social como principio regulador subyacente que impide la caída del capital en la anarquía. Por otro lado, sabemos también que cualquier combate contra la degradación medioambiental a escala mundial, el empobrecimiento y las desigualdades sociales, las dinámicas de población perversas, los déficits globales en sanidad, educación y nutrición, y las tensiones militares y geopolíticas, conllevarán la utilización de muchas de las tecnologías actualmente disponibles para alcanzar fines sociales, ecológicos y políticos no capitalistas, por saturadas que estén de las mentalidades y prácticas del capital en su aspiración a la dominación de clase. Se tratará, por lo tanto, de discernir atentamente sus potencialidades emancipatorias rechazando las más alienantes y discriminatorias.

A corto plazo la izquierda está obligada evidentemente a defender los empleos y cualificaciones bajo amenaza; pero como demuestra la miserable historia de las nobles acciones defensivas contra la desindustrialización durante las décadas de 1970 y 1980, será probablemente una batalla perdida desde el principio frente a una configuración tecnológica nueva. En la coyuntura actual, un movimiento anticapitalista tiene que reorganizar su pensamiento en torno a la idea de que el trabajo social se está haciendo cada vez menos significativo como motor económico de las funciones del capitalismo. Muchos de los empleos en el sector servicios, administrativos y profesionales que la izquierda trata actualmente de defender son realmente prescindibles. Gran parte de la población mundial se está convirtiendo en desechable e irrelevante desde el punto de vista del capital, lo que aumentará la dependencia de la circulación de formas ficticias de capital y construcciones fetichistas de valor centradas en la forma dinero y en el sistema de crédito. Como cabía esperar, algunos sectores de la población se considerarán más prescindibles que otros, de modo que las mujeres y la gente de color tendrán que apechugar con la mayor parte de la carga actual y probablemente cada vez más en el futuro previsible 13 .

Martín Ford plantea correctamente la pregunta: ¿cómo vivirá (y proporcionará un mercado) en esas condiciones la población prescindible resultante? Los movimientos anticapitalistas deben elaborar una respuesta imaginativa a largo plazo a esta pregunta. Hay que pensar y poner en práctica gradualmente acciones organizadas proporcionadas y planificadas para responder a las nuevas circunstancias y asegurar la provisión de valores de uso suficientes. La izquierda tiene también que organizar, al mismo tiempo, acciones defensivas contra las tecnologías de las prácticas cada vez más depredadoras de acumulación por desposesión, las nuevas oleadas de descualificación, la consolidación del desempleo permanente, la desigualdad social cada vez mayor y una aceleración de la degradación del medio ambiente. La contradicción que afronta el capital se metamorfosea en una contradicción que necesariamente se introyectaen la política anticapitalista.

12 A. Gorz, Critique of Economic Reason, cit., p. 92.

13 Melissa Wright, Disposable Women and Other Myths of Global Capitalism, Nueva York, Routledge, 2006.

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