EN SU OBRA sobre los «curas de la Cruzada», el capellán castrense Jaime Tovar Patrón escribe todo un apartado sobre los sacerdotes «fusilados por el ejército nacional», dedicado casi íntegramente a los dieciséis curas vascos. Comienza por estos, localizados en Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, sigue por el mallorquín Jeroni Alomar Poquet, se detiene luego en el capuchino padre Revilla y cierra con Blanco Gaztambide, ya citado. Esto es todo.
Los curas vascos y algún caso como el de Jeroni Alomar, cura de Llubí (Mallorca) asesinado en junio de 1937 por protestar por el encarcelamiento de su hermano Francesc —la excusa fue que facilitó la huida a Argelia de algunos republicanos buscados por los golpistas—, o el de Andrés Ares Díaz, párroco de Val de Xestoso (Coruña), una víctima más de la «ley de fugas» en octubre del 36 por negarse a colaborar con los sublevados, han sido estudiados sobradamente por la investigación histórica. Del último se ha ocupado Henrique Sanfiz, quien ha contado cómo se negó a entregar a los sublevados lo que tenía recaudado para la fiesta local conocida como «Peras de Xestoso», por lo cual fue acusado de colaborar con el Socorro Rojo. Antes de asesinarlo en el cementerio de Barallobre le permitieron ver, para que lo confesara, al párroco de este lugar, Antonio Casas, acusado de republicanismo, con la idea de amedrentarlo [192] . También en Galicia tenemos al ferrolano Martín Usero Torrente, licenciado en Derecho y sacerdote salesiano. A causa de su activismo político y su compromiso social, fue obligado por la Iglesia a abandonar parte de sus funciones sacerdotales, tras lo cual ingresó primero en el PSOE y posteriormente en Izquierda Republicana. Fue asesinado el 20 de agosto de 1936 por el procedimiento de la llamada «ley de fugas»; también quemaron sus libros y la autobiografía que se hallaba realizando a sus sesenta y un años y tras haber recorrido varios continentes como capuchino [193] . Unos días después, el 3 de septiembre, en el Monte da Reborica, de Aranga (Coruña), apareció el cadáver de Fernando Arias Rodríguez, antiguo oficial de cámara del obispo de Lugo, secularizado en 1931 y que ocupó diversos cargos de responsabilidad en el Partido Socialista de Rábade [194] . Convivía con Cecilia Parga y tenía dos hijos.
Otra historia significativa es la de Gregorio Tobajas Blasco (Sigüenza, 1907 - Guadalajara, 1940). Tobajas fue ordenado sacerdote y cursó estudios de Teología en Roma. Llegó a ser cura de Cubillas del Pinar, un pueblo cercano al suyo, pero en 1932 colgó los hábitos y se casó por lo civil en el Ayuntamiento de Guadalajara con Francisca Redondo, la maestra del pueblo, con la que tuvo dos hijos. Se afilió al PSOE y la UGT, escribió en periódicos de izquierdas y participó activamente en la campaña de las elecciones generales de febrero de 1936. Ya en guerra, Tobajas fundó la Federación de Trabajadores de la Tierra de Guadalajara y fue vicepresidente de los Jurados Mixtos. En 1938 fue presidente de la Diputación y llegó a ejercer de manera interina el cargo de gobernador civil. En abril de 1939 intentó infructuosamente salir de España por Alicante. En enero de 1940 fue condenado a muerte en consejo de guerra. Antes de que el fallo se ejecutara fue torturado y le ofrecieron rebajarle la pena si repudiaba a la esposa y a los hijos y volvía a la religión. Rechazó la oferta y fue asesinado con otros diecinueve el 3 de mayo de ese mismo año [195] . Haber sido sacerdote, como en otros casos ser propietario, abogado o médico, constituía un agravante para los franquistas [196] .
Navarra, como ya se ha dicho, está bien estudiada. Se sabe de tres casos, dos más de los mencionados por Tovar Patrón, que solo tiene en cuenta el de su homólogo Santiago Lucus. Eladio Celaya, párroco de Caseda (Navarra), medió ante la junta local de guerra a favor de los vecinos y como no obtuviera resultado alguno informó al obispado de lo que ocurría. El 14 de agosto de 1936 el presidente de dicha junta le informó de que se había decidido su ejecución y que le convenía alejarse del pueblo. El párroco partió con otros en un autobús hacia Zaragoza pero nunca llegó a su destino, ya que a poco de salir fue obligado a bajar y fue decapitado. El cadáver fue entregado a la familia en féretro cerrado un mes después. Más conocido es el caso del abogado y sacerdote Santiago Lucus Aramendia, capellán castrense que simpatizaba con la izquierda y se había mostrado favorable al reparto de tierras. Tras el 18 de julio quiso pasar desapercibido en Vitoria pero fue descubierto y obligado a regresar a Navarra, donde fue asesinado el 3 de septiembre de 1936 en término de Unidiano. Tenía 38 años. El tercer cura asesinado en Navarra fue José Otano Mikeleiz, asesinado el 12 de octubre en Hernani tras una saca de la cárcel de Ondarreta [197] .
Menos conocidos son otros como el de Leopoldo Vicente Urraza, de 59 años, párroco de Pereña de la Ribera (Salamanca), asesinado junto con el juez municipal José Guerra Herrero el 11 de junio de 1938 por Salvador Rodríguez Conde, jefe de Falange ejecutado más tarde por sentencia de consejo de guerra. También el del teniente vicario general castrense de la 1.ª Región Militar Pablo Sarroca Tomás, de 50 años, de origen francés y vecino de la Ciudad Lineal, de quien la página web «Quiénes eran las víctimas de la represión franquista en Madrid» nos dice que fue ejecutado el 13 de noviembre de 1940 en Alcalá de Henares. La web www.todoslosnombres.es de Asturias menciona también a Mauricio Santaliestra Palacín, maestro exescolapio y miembro del comité asturiano de Grado, de 30 años, natural de Barbastro pero vecino de Avilés, donde según parece fue ejecutado el 12 de diciembre de 1937. Contamos también con cierta información un tanto confusa de otros dos casos: Alfredo Santirso Álvarez, sacerdote asesinado en Gijón, y Pedro Julve Hernández, párroco de Las Cuerlas (Zaragoza), igualmente asesinado.
Un caso bien conocido es el de José Pérez Hernández, más conocido por «Hermano Pérez». Nos los cuenta José María Lama en su obra sobre la República y la represión en Zafra (Badajoz). Este albañil de 40 años, de familia muy humilde, había sido amparado desde niño por los frailes de El Rosario, que lo alimentaron y educaron, y, aunque sin llegar a profesar, llegó a vestir los hábitos de hermano claretiano. El «Hermano Pérez», que llegó a ocupar cargos de responsabilidad en la Casa del Pueblo de Zafra, nunca perdió sus buenas relaciones con el mundo religioso en que se había formado, lo que lo convirtió en ocasiones en un mediador especialmente bien situado para templar ánimos. Como tantos otros salió de Zafra antes de la llegada de las fuerzas de Castejón, pero, confiado en que nada le pasaría, volvió al pueblo unos días después, el 12 o el 13 de agosto. Fue detenido de inmediato y asesinado el día 14 antes de que los familiares y amigos pudieran controlar la situación. Según parece, su muerte fue causa de roce entre algunos sacerdotes y las autoridades militares. Algunos fascistas locales no podían asimilar las dos facetas del personaje [198] .
Pendiente de documentar quedan la historia del padre Ignacio Muiño, capellán del hospital de Toledo, del que se dice que fue asesinado a machetazos por los regulares cuando intentaba evitar que estos acabaran con la vida de los milicianos heridos, o los dos casos comentados por Antonio Bahamonde Sánchez de Castro en Un año con Queipo: el del sacerdote de Carmona asesinado por protestar «de los crímenes cometidos por Falange, que mataba a sus víctimas dejándolas abandonadas en la carretera», y el de los padres del Corazón de María sancionados por protestar ante tanto crimen [199] .
Ya sabemos la forma velada con que Bahamonde narró estos hechos, como también sabemos que la investigación ha confirmado muchos de ellos. Esta historia nos recuerda el caso del cura Antonio Sáez Morón que se cuenta más adelante. Naturalmente los neofranquistas, siempre maquinando para que la realidad represiva del fascismo español ofrecida por la historiografía seria no siga agrandándose, niegan por sistema la existencia de estos casos. Fieles a su táctica habitual, si se llegara a demostrar que fueron reales, harán como si siempre los hubiesen aceptado.
[192] Véase http://www.radiofusion.eu/manager.php?p=FichaNova&ID=7410.
[193] Lo menciona Casanova en La Iglesia…, p. 168, y, más extensamente, Rodríguez Lago, José Ramón, Cruzados…, pp. 64-66.
[194] Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, pp. 146-147.
[195] Supimos de este caso por el Foro de la Memoria de Guadalajara y por la entrada que en Wikipedia informa de la historia de Gregorio Tobajas.
[196] Aunque no numerosos, fueron varios los curas que abandonaron los hábitos para iniciar una vida en pareja con una mujer. Y decimos que no fueron muchos porque la mayoría lo hacía sin necesidad de dejar el ejercicio sacerdotal. En Almadén de la Plata (Sevilla), el cura Carmelo Díaz Sousa dejó la parroquia en 1932 para vivir con Crescelia Barragán Pérez, con quién tuvo un hijo. Ambos siguieron viviendo en el pueblo y él consiguió un pequeño ingreso económico dando clases. En agosto de 1936, Carmelo, al igual que otros cuarenta vecinos, decidió huir hacia zona leal ante la represión que se venía produciendo desde que el día 5 el pueblo fuera ocupado por los golpistas. Quedó claro entonces que a un cura le podían permitir incluso el haber abandonado los hábitos pero, en ningún caso, marcharse a zona republicana con los «rojos». Eso no se lo iban a perdonar y la forma de demostrarlo consistió en asesinar a su compañera Crescelia. Un crimen más del fanatismo integrista que se adueñó de la vida en la retaguardia rebelde (testimonios de Jesús Ruíz Carnal, que fue párroco de Almadén de la Plata, y de Antonio Rodríguez Cepeda).
[197] Equiza, J., Los sacerdotes…, pp. 25 y ss.
[198] Lama, José María, La amargura de la memoria. Segunda República y guerra en Zafra, Diputación Provincial, Badajoz, 2004, pp. 366-367.
[199] Sobre la existencia del padre Ignacio Muiño contamos con el testimonio de Juan Simeón Vidarte, quien en el capítulo XX de su Todos fuimos culpables (FCE, Tezontle, México, 1973, pp. 433 y ss) lo menciona y lo relaciona con el hospital de Toledo. Para los casos sevillanos véase Bahamonde, A., 1 Año…, p. 79 (hay una edición reciente de 2005 en Espuela de Plata/Renacimiento).
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