Del crimen del cura de Loscorrales (Huesca), José Pascual Duaso, contamos con un buen relato de Víctor Pardo Lancina. Estamos ante un hombre bueno al servicio de la gente. En el recuerdo del pueblo quedan detalles como que regalaba la leche de sus dos vacas o que daba clases nocturnas para enseñar a leer y a escribir a aquellos que no
disponían de otro momento a causa del trabajo. Tras el golpe la Falange lo catalogó como «independiente, pues nunca se prestó para nada». Entre julio y diciembre de 1936 fueron asesinados veintidós vecinos, el 5% de la población. José Pascual logró salvar el primer golpe contra la vida del alcalde socialista José Lasierra, al que había enseñado a leer y que había sido detenido y trasladado a Huesca, pero no pudo librarlo del segundo, que acabó con él en noviembre. En cuanto al cura Pascual, la primera denuncia contra él, enviada desde la secretaría provincial de Falange al obispado, data del 12 de noviembre de 1936. La respuesta del párroco vino unos días después con motivo de una ceremonia de bendición de una bandera. José Pascual saludó a la bandera pero «exigió a todos los presentes mesura y justicia, máxime en un pueblo que ya había sufrido de un modo tan virulento la represión desatada para imponer el nuevo orden», escribe Pardo Lancina.
Para continuar con la represión, la Falange simuló que encontraba en la casa del alcalde socialista unos listados ocultos donde el vecindario era clasificado por su ideología. Consciente de las intenciones que llevaban los que habían creado los listados, Pascual Duaso plantó cara a la Falange local y pidió un salvoconducto para desplazarse a Huesca y hablar con el gobernador militar, el cual le fue negado. Unos días después, las dos cabezas visibles de la ultraderecha de Loscorrales, Antonio Ordás (alcalde radical durante el bienio negro) y Mariano Borderías, contactaron con el comandante militar de la zona y le comentaron que contaban con documentos que probaban la vinculación del cura con el Sindicato de Trabajadores de la Tierra. El militar les firmó una orden de arresto domiciliario y ordenó que al día siguiente Pascual fuera conducido por la Guardia Civil ante su presencia. El final se acercaba.
Esa noche, 22 de diciembre, le llevaron la orden al cura. Bastó que este pusiera en duda el valor de la orden para que fuera asesinado de tres disparos. Luego solo hizo falta decirle al comandante militar que el cura, fuera de sí, intentó agredirlos. El caso dio lugar a la apertura de diligencias. Todo el pueblo supo que el asesino había sido Ordás, apodado desde entonces «Matacuras». El cura de Ayerbe, José Ciria, intentó contar por escrito lo ocurrido al Obispado, pero el telegrama fue interceptado por el comandante militar, que ordenó su ingreso en un calabozo durante unos días. La instrucción de la causa se demoró varios años, hasta que en febrero de 1942 el auditor de guerra sobreseyó el asunto y puso en libertad a los detenidos, en prisión desde diciembre de 1939. De nuevo un crimen fascista había quedado impune [200] .
EL PADRE BOMBÍN
Una vez más es el libro de Jesús Vicente Aguirre el que nos ofrece una información más completa sobre otro caso notable: el del franciscano Antonio Bombín Hortelano, natural de Castrillo de Don Juan (Palencia) y párroco de Anguciana (Logroño), asesinado el 25 de julio de 1936, cuando contaba con 43 años. Tovar Patrón se limita a decir: «Su cadáver apareció en Laguardia (Álava) misteriosamente. Como era zona controlada por los nacionales, muchos opinan que fue ejecutado por las fuerzas del Ejército. No consta» [201] .
Como antes el presbítero García Morales, el padre Bombín dejó constancia de sus ideas en el semanario de Izquierda Republicana desde una sección titulada «Con-ciencia». Así, sabemos de su preocupación por la «cuestión social» y de su compromiso con los pobres, que le llevó a participar en mítines de izquierdas o a decir misa en Casas del Pueblo. Tenemos noticia igualmente de su afán pedagógico, que le llevó a dar clases particulares a los niños que no tenían otra posibilidad de aprender. De los meses del Frente Popular son suyas frases como: «No sólo de pan vive el hombre, por eso el pueblo no pide pan solamente. Pide además justicia, ciencia y razón» o «Si los católicos fueran cristianos no habría socialistas».
EL PADRE REVILLA, MILITAR Y CAPELLÁN DEL TERCIO
El franciscano fray Emiliano García de Revilla, cuyo nombre real era Eloy Gallego Escribano, era conocido desde mucho antes de 1936. Antes de tomar los hábitos había sido oficial del Ejército y después participó como capellán del Tercio de Voluntarios en la campaña de África. La prensa de derechas jaleó mucho el caso de este hombre, mitad monje mitad soldado, en los primeros años veinte. El ABC de 23 de noviembre de 1921, por ejemplo, destacó que el comandante Franco, de quien se dice que llegó a ser confesor, había pedido para él la cruz laureada de San Fernando. Luego y hasta el golpe militar del 36 todo cambió, también para Revilla, quien para esta fecha era considerado un hombre muy sensible para con los problemas y condiciones de vida de los más desfavorecidos. Esto se ve bien en la semblanza que realiza Tovar Patrón: «Durante la República estuvo dando mítines en ambientes socialistas o de izquierdas por Extremadura, Guadalupe, Casar de Cáceres… Era hombre cándido y casi iluso. Lo mismo hablaba de cosas sociales que de la historia de su Orden. Sorprendido después del 18 de Julio (sic), en estas andanzas, (sic) fue encarcelado en Burgos y fusilado en el vecino pueblo de Estepas (sic), noticia que entristeció a Franco» [202] .
En su obra sobre Burgos Isaac Rilova lo menciona como «caso singular». En el 36 el padre Revilla, aunque vecino de Trujillo (Cáceres) según su ficha carcelaria, era cura de Revilla Vallejera (Burgos), donde nació en 1880. Y allí fue detenido el 29 de julio y entregado a milicias fascistas, tras lo cual se pierde su pista [203] . Según algunos fue asesinado en uno de los más conocidos fusiladeros de Burgos, el Monte Estepar, muy cerca de la ciudad, donde también desapareció el conocido músico y folklorista burgalés Antonio José. El ABC de Madrid de 28 de enero de 1937 recogió la noticia de su asesinato: «El padre Revilla fusilado por los facciosos. Protestó contra las crueldades fascistas y murió vitoreando a la República». En la misma noticia leemos que «solicitó, y obtuvo, que no se le vendaran los ojos y que se le permitiera morir con un crucifijo entre las manos». Según nos dice Luis Castro, en enero de 1939 la Comisión Provincial de Incautaciones de Burgos le expropió unas tierras. Recientemente, con motivo de la exhumación de la fosa de Gumiel de Izán (Burgos), aparecieron restos de una sotana y un crucifijo de plata. Rápidamente hubo quienes plantearon la posibilidad de que esos objetos y los huesos con ellos mezclados fuesen los del padre Revilla [204] .
EL CURA ANTONIO SÁEZ MORÓN ANTE QUEIPO
Según leemos en ABC de Sevilla el sacerdote Antonio Sáez Morón, cura de Herrera a comienzos del siglo XX y capellán del Hospital de San Lázaro, de Sevilla, a fines de los años veinte, era en 1931 teniente de Hermano Mayor de la Hermandad de la Macarena, solo por debajo de Ernesto Ollero Sierra, general de artillería, y por encima de gente como Eduardo Luca de Tena, José Ruiz Ternero Salvago, etc. El mismo periódico nos informa de que un año después, en 1932, Sáez Morón había pasado a otro prestigiado cargo dentro de la hermandad: mayordomo de la Virgen. También sabemos que estaba vinculado a una conocida familia sevillana, que ingresó en el seminario por decisión familiar más que por voluntad propia y, parece ser, que fue un cura muy heterodoxo y de comportamiento algo ligero, lo que le acarreó algún correctivo. No hemos encontrado más informaciones de este sacerdote porque el archivo del arzobispado sevillano dice no tener nada sobre él, por más que resulte muy extraño que la vicaría no tenga el expediente de este sacerdote al igual que de los demás. Desde luego no nos inspira confianza alguna el arzobispado. ¿Qué pasó con Antonio Sáez Morón para que no podamos encontrar de él rastro alguno?
El 14 de noviembre de 1936 el diario republicano El Popular de Málaga daba cuenta del testimonio de un huido sevillano que manifestó que «un sacerdote fue fusilado por horrorizarse al ver junto al cementerio un montón de cadáveres de individuos fusilados». Otro evadido, el ferroviario Juan Mata Toledo, cuando llegó a zona republicana y fue interrogado, declaró:
Una de las veces que fueron al cementerio con un grupo de los nuestros no se preocuparon de rematarlos, que al día siguiente el capellán del Cementerio fue a protestar ante el General Queipo de que se daba el caso de enterrarlos vivos. Al día siguiente el cura fue asesinado.
La misma versión aparece en el procedimiento que se le instruyó a otro evadido sevillano, Miguel Rodríguez Bandera. También fue muy conocida la noticia del asesinato del cura en La Algaba (de donde eran varios de los enterradores del cementerio) y así nos lo indicó en su día un vecino del pueblo y empleado del cementerio de Sevilla. Es decir, que diferentes fuentes nos apuntaban el suceso pero ninguna de ellas nos facilitaba el nombre. Fue finalmente una entrevista que le hicimos al nieto de Juan Clemente Trujillo, alcalde de Alcalá de Guadaira en 1936 que fue asesinado, la que nos indicó el nombre del sacerdote. Resulta que Sáez Morón había sido su preceptor en su pueblo natal de Herrera, donde el cura ejerció durante varios años antes de instalarse en Sevilla, por lo que mantuvo amistad con él desde entonces. Hasta ahí las averiguaciones que hemos podido realizar y que llevan a considerar a Antonio Sáez, gracias al arzobispado de Sevilla, como un desaparecido más [205] .
[200] Pardo Lancina, V., «Conjuración para matar a un cura», en Tiempo destruido, El Autor, Huesca, 2009, pp. 135-191.
[201] Tovar Patrón, J., Los curas…, p. 574.
[202] Tovar Patrón, J., Los curas…, p. 251.
[203] Rilova, I., Guerra civil, violencia y política en Burgos (1936-1943), El Autor, Burgos, 2001, p. 171.
[204] El caso de Revilla ha sido recordado recientemente por el escritor Manuel de Lope, pariente suyo, en la novela Azul sobre azul, RBA, Barcelona, 2011 (tomo la información de Ernesto Escapa, «Hábitos de tragedia», Diario de León, 16/07/2011).
[205] ATMTSS, sum. 6856/39, leg. 26-523; Archivo Díaz Escobar, «El Popular», 14/11/1936, y entrevista a Juan Pérez Trujillo.
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