Desde unos días antes de comenzar el XX Congreso del PCUS y durante el desarrollo del mismo hemos aprovechado el tiempo que teníamos libre para llevar a cabo una discusión entre nosotros sobre los desacuerdos en la dirección de nuestro Partido en relación con la entrada de España en la ONU.
La discusión entre los miembros del BP sobre cuál debía ser la línea política del Partido en relación con esta cuestión duraba ya varios meses.
Una declaración del CC sobre este problema había sido preparada en Bucarest en diciembre de 1955. Con ella estábamos de acuerdo y habíamos participado en su elaboración: Dolores, Mije, Uribe, Gallego y yo. Estaban en contra: Carrillo, Delicado, Claudín y Cristóbal. Aunque los que habíamos elaborado la declaración constituíamos la mayoría con el secretario general a la cabeza, decidimos dejar en suspenso la aplicación de la declaración y continuamos discutiendo y confrontando los puntos de vista en presencia. Así estaban las cosas cuando nos llega a Moscú el número 15 de Nuestra Bandera, con un artículo de Carrillo en el que, bajo el título «Sobre el ingreso de España en la ONU», exponía sus propias opiniones totalmente contrarias a la declaración de la mayoría del BP, colocando a éste ante el hecho consumado. Ante ello decidimos dar por terminadas las discusiones en Moscú y reunir el BP en su conjunto. Yo fui encargado de preparar la reunión, que tuvo lugar del 5 de abril al 12 de mayo de 1956 en Bucarest.
En esa larga reunión, de más de un mes, la discusión llegó hasta donde Carrillo quiso. En ella hizo condenar la declaración presentada en nombre del CC sobre la entrada de España en la ONU y aprobar su artículo como la posición oficial del Partido. Gallego se había pasado a su lado, con lo cual Carrillo tenía la mayoría en el BP; cinco contra cuatro. En esa reunión, en relación con esa cuestión, yo dije:
—Quiero volver a referirme a algunas cuestiones que ya traté en Moscú. En relación con la publicación del artículo de Santiago, continúo considerando que se han empleado métodos no correctos. Y el hecho de que los planteamientos que se hacen en el artículo pueden llegar a ser considerados justos no pueden justificar lo incorrecto de esos métodos, yo estuve de acuerdo con la propuesta de Dolores de suspender «por ahora» la publicación del documento que habíamos preparado la mayoría del BP, porque esa cuestión era de cajón ante las discrepancias surgidas. Pero no podía estar de acuerdo con la publicación de otro documento, artículo de Santiago, sin antes confrontar esas discrepancias. Y repito que el hecho de que los planteamientos hechos por Carrillo en su artículo pueden demostrarse justos no disminuye, según mi opinión, lo incorrecto del método y el peligroso precedente que sienta en la dirección del Partido.
Defendiéndose de las acusaciones de trabajo fraccional que significaba la publicación de su artículo y las reuniones tenidas por él en París con miembros del BP y del CC y las opiniones que en ellas había dado, Carrillo dijo que se trataba de opiniones personales. Sobre ello dije:
«Repito, asimismo, que eso de las opiniones personales tampoco me convence. Son opiniones personales dadas en una reunión colectiva, como son todas las opiniones que damos en todas nuestras reuniones, donde cada uno damos la nuestra. Pero, además, yo no comprendo el porqué de esa insistencia en negar, pues considero la cosa más natural del mundo que si una parte del Buró Político recibe un documento elaborado por otra parte del Buró Político, se reúna, lo examine y de su opinión. Lo que ya no me parece correcto es que a esa reunión asistan camaradas que no son del BP y rechazo el argumento de que eso puede hacerse porque “se trata de un camarada del Comité Central de mucha confianza, con condiciones para ser del Buró Político”. No es eso lo que está en discusión: lo que se discute es, si cuando surgen discrepancias en el Buró Político sobre una o unas determinadas cuestiones, una parte del Buró Político tiene derecho a hacer conocer sus discrepancias a camaradas que no son del Buró Político».
Claro que esa participación de un miembro del Comité Central en dicha reunión tiene una explicación. Con ella, Carrillo igualaba las fuerzas: cinco contra cinco.
Eso sí que fue un verdadero trabajo fraccional. Carrillo organizó un verdadero grupo y lo levantó contra el Secretariado General del Partido, enfrentándose con éste en las publicaciones del Partido.
¿Qué pensaba Carrillo en aquella época sobre esas cuestiones en discusión? He aquí algunos extractos de una de sus intervenciones en las discusiones de abril-mayo de 1956, en el Buró Político, a que ya me he referido.
En las críticas hechas por Carrillo al camarada Uribe, podrá encontrarse el lector todo lo que Carrillo ha hecho luego y que por criticársele se ha acusado a miles de camaradas de trabajo fraccional.
Este cuadro que Carrillo da de Uribe y de sus métodos, es su propio retrato y son sus propios métodos, aumentados hasta lo inimaginable. Por cierto que de las 167 páginas del acta de la reunión, 59 pertenecen a una sola intervención de Carrillo, y de ellas, 30 están dedicadas a demoler a Uribe y enfrentar a Dolores con él y darle jabón a ésta.
Sobre el papel del Secretariado del Comité Central, la dirección colectiva, el caciquismo, etc., decía Carrillo:
«No es casual que en Moscú, en octubre del año pasado, cuando estábamos reunidos con Dolores, Líster hiciera ciertas advertencias al reconstituir el Secretariado, para no caer en los vicios del período anterior, temiendo que se repitiera de nuevo el hecho de que el Secretariado suplantara en la práctica el papel del BP.
»Cuando vino el golpe del 7 de septiembre en Francia, y nuestra ilegalidad, coincidiendo con la estancia fuera de Francia de una parte de los miembros del BP, Antón y yo seguimos la práctica establecida y de hecho resolvíamos nosotros dos todas las cuestiones fundamentales.
»Estamos aquí para decir nuestra opinión. La mía, expresada con toda sinceridad, es que dentro del BP, el hombre que, a pesar de otras virtudes, encarnaba y encarna esos defectos, es el camarada Uribe. El camarada Uribe, aunque él crea otra cosa, ha demostrado ser muy poco permeable a los hechos y a las opiniones; muy poco permeable a las lecciones que nos da el desarrollo mismo del Partido».
Leyendo las acusaciones de egolatría, autoculto, etc., de Carrillo hacia Uribe en 1956, uno está viendo retratado de cuerpo entero al propio Carrillo, pues ha rebasado todo lo conocido en cuanto a esas cuestiones.
«El camarada Uribe, sobre todo en los últimos años, se caracteriza por un enfatuamiento, por una egolatría que le ha llevado a establecer un verdadero culto a la personalidad. No pierde ocasión de realzar su propio papel, la importancia decisiva de su actividad, el papel de sus ideas en la dirección del Partido. Esto lo hace entre nosotros, en todas las reuniones, con una inmodestia y una falta del sentido del ridículo verdaderamente lamentables. Cuando Uribe realza su papel, rebaja el del BP y el del Secretario General del Partido sin ningún respeto para ellos».
En lo que se refiere a defender el derecho a la crítica, Carrillo lo empleó ferozmente contra Uribe. Y su cinismo no tiene límites cuando se refiere a los malos métodos. Hipócritamente se coloca en el plan de pobre víctima, de perseguido, de calumniado, cuando él es el autor número uno de esas fechorías que critica y, cuando, además, está liquidando a Uribe, alineando a Mije y Gallego y dando un paso decisivo en el asalto a la Secretaría General del Partido. Este trabajo de enfrentar a Dolores con Uribe es una de las actividades más pérfidas de Carrillo. Por lo que yo he presenciado a lo largo de los años, la conducta de Uribe hacia Dolores ha sido siempre de lealtad y sinceridad. Es claro que en la conducta y métodos de Dolores había cosas con las que Uribe no estaba de acuerdo; pero se lo decía directa y lealmente y, al mismo tiempo, le daba todo su apoyo y ayuda, lo que no hizo nunca Carrillo. Pero veamos por sus propias palabras hasta dónde es capaz de llegar Carrillo en su hipocresía.
«¿Por qué planteo estas cuestiones? ¿Por abrumar a Uribe? No. Porque es preciso liquidar entre nosotros los elementos del culto a la personalidad, de vanidad, de enfautamiento».
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