El BP acordó reunir al Comité Central en el mes de julio, quedando yo encargado de preparar la reunión. Tenía que resolver el problema de dónde celebrarla. Fui a ver a la dirección del Partido de la República Democrática Alemana y quedó resuelto el problema.
Recibí, asimismo, el encargo de reproducir las actas de las reuniones en el BP de abril-mayo, dividiéndolas en dos partes: discusión política y cuestiones de organización del Partido. Así lo hice, pero, antes de comenzar la reunión del Comité Central, Carrillo hizo aprobar por el BP la decisión de no dar a los miembros del CC nada más que la primera parte de las actas. En cuanto a la segunda, los miembros del CC tuvieron que conformarse con la versión que les dio Carrillo en su informe.
Esta reunión del Comité Central marchó por los cauces establecidos por Carrillo.
De esas discusiones en el BP y CC Uribe salió totalmente liquidado, Mije y Gallego alineados a Carrillo; Dolores, más solitaria de lo que estaba, y yo conservando mis opiniones y defendiéndolas en el BP. Aunque no servían más que para poner nervioso a Carrillo, pues él contaba con la mayoría para imponer su política, y de esas dos reuniones salió siendo —en la práctica— el jefe del Partido. Como digo más arriba, la discusión había sido provocada por Carrillo y se cortó en los límites en que Carrillo quiso. A partir de ahí, eso había de convertirse en una norma en el funcionamiento del Comité Ejecutivo. Carrillo provocaba las discusiones que le convenían y las cortaba al llegar al límite que servía sus objetivos.
Después de esas discusiones de 1956, la situación de Dolores es cada día más triste. Está en Moscú, lejos del país y del centro de dirección; recibe las informaciones que Carrillo quiere mandarle y, además, de tarde en tarde. Cada vez que hay un pleno del Comité Central causa verdadera pena ver cómo el proyecto de informe preparado por ella es echado abajo y se nombra una comisión para preparar un nuevo informe que ella leerá. Y eso, una y otra vez. El nerviosismo de Dolores aumenta de día en día. Habla frecuentemente de tirarse por la ventana. En el verano de 1958 la visitamos, en Sochi (URSS), Carrillo, Semprún y yo. Carrillo aprovechó la entrevista para ejercer una gran presión sobre Dolores en el sentido de que se dedicase a escribir una historia de la guerra. Dolores, que se daba perfectamente cuenta —como todos nosotros— que lo que quería Carrillo era la Secretaría General, expresó la opinión de crear el puesto de secretario general adjunto y que lo ocupara Carrillo. Pero no era eso lo que éste quería. Carrillo quería ser el secretario general plenamente y la entrevista se terminó sin ningún acuerdo. Carrillo salió de la reunión furioso contra Dolores, y contra Semprún y contra mí por no haberle apoyado en sus planteamientos. Incluso llevó la cuestión de nuestra falta de apoyo a una reunión del Buró Político al llegar a París.
Ante este fracaso, Carrillo se dedicó a preparar mejor su ofensiva hacia la Secretaría General. Aprovechándose de la preparación del VI Congreso, propuso ante el núcleo del Buró Político, que trabajaba con él, modificar las estructuras de la dirección del Partido, cambiando la denominación de Buró Político por la de Comité Ejecutivo, y creando el puesto de presidente del Partido (que en este caso había de convertirse en un puesto completamente honorífico). La maniobra de Carrillo triunfó, y en 1959, en Moscú, cuando varios camaradas del Buró Político visitamos a Dolores para examinar con ella la celebración del VI Congreso, ésta dio su acuerdo a los cambios. Lo que representaba su abandono de la Secretaría General.
VI Congreso (diciembre de 1959)
Del 25 al 31 de diciembre de 1959 tiene lugar en Praga el VI Congreso del Partido. En él se continuó el mismo método del escamoteo. Las cuestiones planteadas más elaboradas, más redondeadas que en el V Congreso, pero el escamoteo de cuestiones fundamentales continuó, lo que no había de tardar en tener sus repercusiones en los órganos de dirección del Partido.
En ese Congreso se cambió el nombre de Buró Político por el de Comité Ejecutivo y se estableció el puesto de presidente del Partido, que pasó a ocupar Dolores Ibárruri, pasando Carrillo al de secretario general. Se hicieron también algunas modificaciones en los Estatutos.
Pero lo más sobresaliente de ese Congreso, aparte de que Carrillo ya veía cumplida su aspiración de ser el secretario general, fue que la casi totalidad de los delegados venidos del país fueron detenidos a su regreso. La policía franquista, con gran habilidad (pero ¿sólo «habilidad»?), fue deteniendo a los delegados uno a uno, según iban llegando, sin decir una palabra sobre las detenciones.
Yo había alargado mi estancia en Praga, después del Congreso, para resolver diferentes cuestiones de Partido. Entre esas cuestiones, las había relacionadas con el trabajo de la delegación de nuestro Partido en Praga, compuesta por Santiago Álvarez, José Moix, A. Cordón, J. Bonifaci, S. Zapiraín y J. Modesto. Me reuní con ellos inmediatamente después del Congreso. Entre las cuestiones que planteé estaba la que yo consideraba fallos muy serios cometidos durante el Congreso. Sobre todo por Santiago Álvarez y que tenían relación con la seguridad del Partido. Vulnerando la decisión de la dirección, toda una serie de delegados desfilaron por casa de Álvarez, donde se encontraron con miembros no sólo de nuestra emigración en Praga, sino con representantes de otros partidos que trabajaban en la Revista Internacional y que vivían en la misma casa que Álvarez.
Poco después de estas primeras discusiones comienzan a llegar las noticias de las primeras detenciones de los delegados que regresaban al país. Recibí también la noticia de que había sido creada en la dirección del Partido en París una comisión de investigación. Me reúno de nuevo con los mismos camaradas y les planteé la necesidad de ayudar al esclarecimiento de todo lo relacionado con estas detenciones. Informé a Carrillo de estas reuniones, dándole mi opinión sobre toda una serie de debilidades que habían tenido lugar en Praga mismo durante el Congreso y de la necesidad de examinarlas. ¿Qué resultó de todas las investigaciones? ¿Dónde están las conclusiones de la comisión? Misterio… ¿Por qué? ¿Es que no se confirmaban mis denuncias de 1947 y las de Abad un poco después de que la policía franquista estaba incrustada en el aparato carrillista? En tal caso, la actitud de Carrillo, ante hechos de tal gravedad con la seguridad del Partido, fue no la de examinar con seriedad las posibles vías de fuga de los secretos del Partido, sino la de enterrar el asunto, cosa que le encargó al propio Álvarez.
Comisión de historia
Entre otros acuerdos del VI Congreso estaba el de publicar una historia de la guerra nacional revolucionaria del pueblo español (1936 − 1939). Para elaborar esa historia el Congreso eligió una comisión presidida por Dolores Ibárruri e integrada por M. Azcárate, L. Balaguer, A. Cordón, I. Falcón, J. Sandoval, J. Modesto, M. Márquez y por mí.
La comisión trabaja en Moscú, pero Cordón, Modesto, Márquez y yo formaríamos una subcomisión que, bajo mi dirección, trabajaría en Praga, donde residían estos tres camaradas.
De esta cuestión, de escribir una historia de la guerra, ya habíamos hablado en Sochi, en 1958, Dolores, Carrillo, Semprún y yo. Pero cuando en el Congreso Carrillo me expuso su opinión de que yo debía formar parte de la comisión, le expliqué lo difícil que eso iba a ser teniendo en cuenta que yo residía y trabajaba en París. Carrillo me respondió que eso no era ningún obstáculo serio, pues yo podía ir a Praga de vez en cuando y quedarme allí unas semanas trabajando con el resto de la subcomisión. Acepté y nos pusimos al trabajo.
Tuvimos una primera reunión de toda la comisión al completo en Moscú, donde examinamos el contenido que debía tener la obra que se nos había encargado, planes de elaboración, reparto de tareas, etc. En esa primera reunión, sobre ciertas cosas hubo puntos de vista diferentes, cosa natural, pero sobre lo fundamental hubo acuerdo completo.
Durante un año y medio trabajamos en estrecho contacto los núcleos de la comisión de Moscú y Praga, y, aunque lentamente, el trabajo fue avanzando. Yo hice varios viajes a Praga y alguno a Moscú, y trabajé con la subcomisión varias semanas en cada uno de los viajes. Al mismo tiempo, le dedicaba en París todo el tiempo que me era posible a esa cuestión.
Hay que señalar que, desde el comienzo del funcionamiento de la comisión, comenzaron las discrepancias entre Carrillo y yo en relación con el contenido que debiera tener esa historia, así como sobre mi propio papel dentro de la comisión. Carrillo quería y esperaba que yo cumpliese dos funciones dentro de la comisión: defender las opiniones (en acuerdo con la teoría de la «reconciliación nacional») propias a Carrillo sobre la guerra civil española; que yo fuese su informador personal de todo lo que pasaba y se hacía en la comisión. Como es natural me negué a lo uno y a lo otro.
A cumplir la función de «informador» me negué por la sencillísima razón de que nunca me sentí atraído por este género de trabajo (si a una tal cosa se le puede llamar «trabajo»). Se ve que Carrillo me había confundido con una Irene Falcón, M. Azcárate, Santiago Álvarez, Romero Marín o algo semejante.
En cuanto al contenido mismo de la historia, la cosa era ya más compleja. No se trataba, claro está, ni de un problema de gustos, ni menos todavía de disputa entre los «veteranos» que concebían cada uno las cosas según el puesto de mando que habían ocupado durante tal o cual batalla. Se trataba de algo más serio.
Una de las cosas que siempre me han hecho reír, al leer ciertas obras «históricas», ha sido la tendencia a defender sus autores el contenido «objetivo» de las mismas. En materia de la ciencia histórica, el término «objetivo» me ha sonado siempre como algo similar en lo político cuando se pronuncia la palabra «neutral».
Estamos acostumbrados a oír hablar de la «última palabra» pronunciada por la historia sobre tal o cual acontecimiento o personaje histórico. Ello no es una casualidad, dado que cada generación (o equipo dirigente) necesita reinterpretar la historia en función de sus propios intereses. Un ejemplo. Muchos camaradas de nuestro Partido (PCOE) se han indignado por el hecho de que en la última edición de la Gran Enciclopedia Soviética haya desaparecido mi nombre, que desde la guerra de España aparecía en ella, al mismo tiempo que José Díaz y Dolores Ibárruri. Cada vez que he tenido que explicarles a estos camaradas el «secreto» de una tal medida, me he esforzado en mostrarles que ésta era lógica, si se puede decir, pues se inscribía en los esfuerzos de reconciliación Carrillo PCUS, que culminó en octubre de 1974 con la firma del famoso comunicado PCUS-Partido carrillista que al final no sirvió para nada, pues Carrillo continuó haciendo anticomunismo y antisovietismo.
¿Cuál era la diferencia de fondo entre Carrillo y yo sobre la historia de nuestra guerra? Carrillo quería una historia al servicio de su teoría de «reconciliación nacional». Esto iba quedando claro para mí según íbamos discutiendo sobre el problema. Es más, estas discusiones sobre la historia contribuyeron seriamente a que yo fuese percatándome de los verdaderos objetivos y fines que se perseguía con la política de «reconciliación nacional».
En una reunión del Comité Ejecutivo, en diciembre de 1961, dije: «Que al final llegaríamos a esa situación de liquidación de la subcomisión y de mi salida de la comisión. Estaba yo convencido desde hace tiempo. Desde el momento, Santiago, en que tú mismo te has convencido de que yo no estaba dispuesto a desempeñar el papel de informarte a ti de lo que se hacía en la comisión ni defender en ella tus opiniones sobre la guerra para hacer una historia a tu gusto y conveniencia.
»Me negué a ser el transmisor de tus opiniones y me negué a jugar el papel de ser tu informador, porque teniendo la comisión un presidente, que es, además, el presidente del Partido, considero que debiera ser éste el que informara cuando así lo creyese necesario; y que en cuanto a mí u otro miembro de la comisión, debíamos informar cuando se nos encargase hacerlo. Así es como entiendo yo la lealtad hacia el presidente del Partido y hacia mis camaradas de la comisión».
Frente a lo que quería Carrillo, sostenía yo que una historia de la guerra escrita por el Partido no podía ser el relato episódico de la lucha, sino que debía ser, sobre todo, el estudio de los hechos, el análisis de los aciertos y de los errores en todos los aspectos, así como las conclusiones, experiencias, enseñanzas que de ellas deben sacarse.
Sostenía yo que una verdadera historia de nuestra guerra, escrita por el Partido, debiera tratar de la actividad del Partido durante la guerra de forma no sólo crítica al analizar la actividad de otras fuerzas, sino también autocrítica al referirse a la actividad del Partido, de su política, de sus órganos de dirección, de los comunistas en todos los escalones y actividades.
Por ejemplo: el Buró Político —directamente en unos casos y a través de la Comisión Político-militar en otros— creaba problemas, provocaba conflictos entre mandos militares del Partido, para luego poder intervenir y repartir certificados de buena conducta a unos y de mala a otros.
La Comisión Político-militar era el refugio de toda una serie de miembros del Partido que se las daban de grandes estrategas, pero que no asomaban jamás el morro por el frente donde se combatía.
Como experiencia negativa de cómo no se deben escribir «historias» teníamos ya la Historia del PCE, que se cae de las manos por mala, injusta, parcial. Se ignoran etapas y hombres de los que el Partido debiera sentirse orgulloso, y se dan nombres que mejor sería que durmieran en el más completo olvido. En otros casos se dan nombres que sirvan de tapadera a otros que nada tienen que hacer en una verdadera historia del Partido.
Claro que entre Carrillo y yo había otro motivo de discrepancia irreconciliable, que si no salía en las discusiones, no era desconocido de algunos camaradas.
Me refiero a que, pasados unos pocos meses de la creación de la comisión, Carrillo hizo incluir en ésta a Ramón Mercader.
Por todo lo mencionado más arriba, cesé de participar en los trabajos de la comisión, considerándome separado de todas sus actividades. Se insistió para que mi nombre apareciese entre los autores de esa historia. Me negué. Pero en diciembre de 1965 pasé por Moscú para tomar el avión en dirección a La Habana y me enteré que estaba próximo a salir el primer tomo y que mi nombre aparecía como miembro de la comisión. Visité a Dolores y al resto de la comisión y les dije que o se retiraba mi nombre o hacía una declaración pública diciendo que yo no formaba parte de esa comisión ni estaba de acuerdo con su contenido. Mi nombre fue retirado.
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