Hoy día existe una vasta literatura (artículos, estudios, testimonios, etc.) sobre la revolución cubana. La mayor parte de los autores de esos escritos, al describir el «fenómeno cubano», dan la sensación de haber estado desde un principio en el secreto de los dioses en cuanto al carácter, perspectivas y evolución de esa revolución.
Por mi parte debo decir, honestamente, que fui comprendiendo todo el alcance de ese acontecimiento transcendental por etapas. Y ello no sólo por razones puramente subjetivas —como suele decirse—, sino, sobre todo, porque esa revolución se desarrolló por etapas, evolucionó, fue transformándose en una revolución socialista según iba avanzando.
No es mi deseo filosofar en estas páginas respecto a todo el proceso revolucionario cubano, sus orígenes, desarrollo, etc. Para mí, la revolución cubana representa uno de los acontecimientos de mayor importancia en toda la historia del movimiento revolucionario mundial.
Observar la evolución de un proceso como el que tenía lugar en Cuba a distancia es una cosa; tener la posibilidad de palpar esa epopeya sobre el suelo en que se desarrolla, es otro asunto, mucho más interesante y provechoso.
Ello explica que cuando recibí una invitación del gobierno cubano para visitar Cuba, fue para mí una gran alegría. Se mezclaban sentimientos personales —volver al país donde transcurrieron años de mi infancia y juventud, donde reposan los restos de mi padre, donde di mis primeros pasos de revolucionario, de luchador obrero y comunista, presenciar y observar de cerca una de las experiencias revolucionarias más originales, tener la posibilidad de verme con viejos amigos españoles y cubanos, etc.— con el interés puramente político de un tal viaje.
Salí de Praga el 28 de abril de 1961 y aterricé en La Habana el 29. Como digo en el primer tomo de mis memorias, mi encuentro con la Cuba socialista fue de lo más emocionante. Durante mi estancia realicé un intenso trabajo: visita de fábricas, granjas agrícolas, escuelas militares; participación en mítines, interviús para la prensa y la televisión, conferencias, conversaciones. No me faltaban ni las ganas de conocer la máxima cantidad de cosas, ni la voluntad y predisposición del Gobierno Revolucionario en darme todas las facilidades para satisfacer mi interés. Lo que me faltaba era el tiempo para realizar todo lo deseado.
Ésta fue la tónica de mi estancia en Cuba: reuniones, mítines, encuentros, conversaciones, tres intervenciones ante las cámaras de la televisión, interviús a periódicos cubanos y extranjeros, encuentros con amigos españoles y cubanos, conferencias para cuadros militares, conversaciones con los dirigentes cubanos. Es decir, se trataba de un viaje de trabajo, de estudio.
Durante las conversaciones y entrevistas con Fidel procuré tratar de la forma más operativa toda una serie de cuestiones importantes para nuestro Partido, sin olvidarme, claro está, de manifestar la predisposición del PCE y mía personal en ayudar en lo que podamos a la Revolución cubana.
En este plano fue muy importante la entrevista que tuvimos el 5 de mayo. En mi diario personal figura la siguiente reseña:
Lunes, 5: por la mañana tuve una reunión con el secretariado del P cubano, en la que Blas (Roca) me informó de las cosas de su partido y de Cuba y yo le informé de algunos rasgos más salientes de la situación en España.
A las dos de la tarde vinieron a buscarme para ir a casa de Raúl (Castro), de donde luego nos fuimos Fidel, Roberto y yo a comer al restaurante El Castillo de Farnes. Estuvimos allí hasta las siete de la tarde. Hemos hablado de cosas militares, de la situación en Cuba, de la necesidad de elevar la solidaridad internacional con Cuba, sobre todo si se reproduce la agresión a un grado superior, es decir, sacar esa solidaridad de los marcos de las resoluciones y llevarlo a acciones de lucha.
Hemos hablado de cómo estaban las gestiones para el canje de los cuatro sacerdotes [8] por Simón (Sánchez Montero), Cerón, Amat y Macarro. Me dijo Fidel que hizo conocer a Franco la propuesta y que si no hay contestación o hay una respuesta negativa, entonces harían pública protesta. Le aconsejé que hiciera conocer al Papa la propuesta.
Le informé bastante ampliamente de las cosas de España. Tratamos sobre la cuestión del envío de técnicos y especialistas nuestros, que habían estudiado en la URSS o que residían en los demás países socialistas. Esta cuestión le interesó enormemente, pues necesitaba técnicos, médicos, ingenieros, etc., dado que la mayor parte se les están fugando.
Como digo más arriba, este viaje fue para mí la ocasión de conocer de cerca la Revolución cubana, ver a su pueblo empeñado en el duro combate de la defensa de la Revolución, del comienzo de la construcción de una nueva Cuba.
Además, fue la ocasión para volverme a encontrar con viejos amigos españoles, a muchos de los cuales no había visto desde el final de la guerra de España. El encuentro con todos ellos fue siempre algo emocionante. A todos ellos, durante las entrevistas, les hacía saber que su misión fundamental en estos momentos consistía en defender por todos los medios, cada uno en su puesto de trabajo, las conquistas de la Revolución cubana. Lo mismo que durante nuestra guerra defendiendo la República se defendía la democracia y el progreso en todos los países de la tierra, en estos momentos defendiendo la Revolución cubana se defendía el avance de la Revolución a escala universal.
A muchos de los dirigentes y personalidades cubanas yo los conocía ya desde hacía muchos años, algunos desde la guerra de España. Entre los que mejor conocía estaban Blas Roca, Juan Marinello, Nicolás Guillén y muchos otros. Este viaje me permitió establecer amistad con toda una serie de máximos dirigentes de la Revolución, los que habían combatido en las filas del movimiento guerrillero. Al encuentro con uno de ellos le atribuyo una importancia particular, y ello por las relaciones de especial amistad que se establecieron entre nosotros. Se trata del Che Guevara.
En octubre de 1960, por intermedio del aparato del Partido, llegó a mi poder un libro titulado La guerra de guerrillas, con la siguiente dedicatoria: «A Enrique Líster, de un pequeño alumno que a distancia trata de estudiar la experiencia española para no tener el triste fin de la República, con ánimo de conocerle en Madrid. Che. Habana, sep. 9/60».
Éste fue, pues, mi primer contacto con el Che. Unos meses más tarde, ya en Cuba, tuve la ocasión de conocer personalmente al que debía de convertirse en uno de los enemigos más temidos del imperialismo americano.
Mis relaciones con el Che fueron desde un principio muy buenas. Desde el primer instante se establecieron entre nosotros unas relaciones de franca amistad, sinceridad, de una camaradería sólida y, como se dice, sin complejos. Durante las conversaciones que hemos tenido siempre nos hemos dicho las cosas con una franqueza sin límites. No hubo nunca entre nosotros ni jugueteo, ni diplomacia, ni cosas por el estilo. La forma de ser del Che, su lenguaje, la conversación y ardor —todo ello de forma tranquila, pero muy firme y clara— que ponía a la hora de defender sus opiniones contribuían a establecer un clima de confianza, de sinceridad. Por lo menos es la impresión que yo siempre he sacado de mis entrevistas con él.
Un ejemplo puede ilustrar muy bien este género de relación. El 4 de mayo fui el invitado del programa de la televisión («CMQ Televisión») «Ante la prensa».
Se trataba de una interviú en directo realizada por varios periodistas. Los dos temas centrales que salieron a relucir fueron los problemas de la Revolución cubana y la lucha del pueblo español contra el franquismo.
Unos días más tarde, el 9, nos encontramos con el Che en la embajada checoslovaca, que daba una recepción. Uno de los asistentes le dijo al Che que había leído su libro La guerra de guerrillas y que le había parecido muy bueno. Sin contestar a esa pregunta, el Che, con una sonrisa significativa, dijo: «Sin embargo, a Líster no le parece tan excelente el libro». Le manifesté mi extrañeza ante tal opinión y le pregunté en qué se basaba para acusarme de tal «delito». Me respondió que yo parecía estar contra el concepto de las guerrillas. Le indiqué que yo no estaba en contra de ninguna de las formas de lucha, siempre que éstas estuvieran supeditadas a la realización de los objetivos de la revolución. Pero que de la misma manera estaba en contra de la absolutización de una determinada forma de lucha. Le pregunté en qué se basaba para declarar que yo estaba opuesto al método guerrillero. Resultó que las conclusiones del Che tenían por origen mis declaraciones en la televisión el día 4. Mi extrañeza fue todavía mayor, pues si en algo fui cuidadoso en esa intervención televisada fue en dos sentidos muy concretos: dar una imagen lo más clara posible de la política del Partido y evitar aparecer como un vulgar pacifista. Pude darme cuenta que el Che no había seguido él mismo mi intervención por la televisión, sino que había sido informado, por lo cual tenía una idea bastante deformada de las cosas que yo había dicho.
Hombre firme en sus convicciones, intransigente hacia los demás y hacia sí mismo en primer lugar, el Che me dio la impresión de un ser desprovisto de sectarismo, de dogmatismo y menos todavía de aventurerismo, como han intentado presentarle algunos. Mostró ser capaz de comprender la política del PCE y, además, comprenderla tal y como debía ser interpretada. Una tal prueba la dio el Che en su intervención en el mitin celebrado el 2 de junio en el Centro Gallego de La Habana, donde hablamos los dos. Refiriéndose a la situación en España y a la lucha del pueblo contra el franquismo, declaró el Che:
Nosotros hemos escuchado aquí al compañero Líster, cuando hablaba de las nuevas condiciones de España, cuando refería las luchas pacíficas del pueblo español y cómo se está ganando una recia batalla en los momentos actuales, y cómo hay esperanzas de recuperar para el mundo ese pedazo de Europa que hoy está dominado por el feudalismo y el oscurantismo.
Todos nuestros deseos, los míos propios, los del pueblo entero de Cuba, son que sea así. Que sea una rápida realidad y que pueda el pueblo español, pacíficamente, mediante las demostraciones de fuerza de sus grandes masas de obreros y de campesinos, darse el gobierno que crea mejor.
Pero si no fuera así, si los poderes reaccionarios no vieran el camino inexorable de la historia, y no fueran capaces de comprender que aquella hora de la historia del mundo en que el hombre era el lobo del hombre está próxima a desaparecer, si no comprendieran eso, si el pueblo tuviera que volver a llenarse de dolor, de humillación hasta los dientes, empuñar de nuevo las armas y recuperar lo que es suyo en la forma que mejor le pareciera, podíamos decirle al compañero Líster, al gran luchador de aquella época, parafraseando los versos de Antonio Machado:
¡Si mi pistola valiera para algo, en tu columna contento lucharía [9] !
Ésta fue la respuesta del Che a lo que yo declaré en ese mismo mitin:
Nosotros consideramos que la línea divisoria de los españoles no puede pasar por las trincheras de 1936, sino por los hogares de la España de hoy.
¡No un abrazo de Vergara, no un borrón y cuenta nueva! Reconciliación para luchar todos juntos para derribar al régimen franquista y para echar a los yanquis de nuestra tierra.
Se equivocan los que vean en nuestro planteamiento ninguna tendencia de pacifismo estrecho. Nosotros consideramos necesaria en esa vía de lucha pacífica, todas las formas de lucha, incluida la huelga, con todas las formas que tienen en sí la huelga general; y lo único que desechamos, repito, es tener que recurrir a una nueva guerra civil.
Es claro que los franquistas maniobran, que los yanquis maniobran y que sus lacayos, sus servidores de las llamadas «izquierdas», con el señor Prieto a la cabeza, maniobran también para buscar una salida «pacífica» a la cuestión. Pero esa salida «pacífica» no es nuestra salida pacífica. Allá cada uno, pues, con su responsabilidad. Los comunistas hemos sido y somos el alma de la reconciliación de los españoles y de buscar una salida pacífica a la cuestión de España, pero con la misma energía y decisión, con más decisión y coraje aún nos pondríamos al frente de nuestro pueblo, para llevarlo esta vez a la victoria por la salida violenta [10] .
[8] Se trataba de cuatro curas falangistas detenidos por el Gobierno Revolucionario. E. L.
[9] El Mundo, La Habana, sábado, 3 de junio de 1961.
[10] El Mundo, La Habana, sábado, 3 de junio de 1961.
Añadir comentario
Comentarios