Tras el primer viaje a Cuba, en los años que siguieron, tuvimos la ocasión de vernos el Che y yo varias veces. Siempre fueron esos encuentros momentos de alegría, provocada por la profunda amistad que se estableció entre nosotros desde el principio.
El 25 de enero de 1965 yo me encontraba en Argel formando parte de una delegación de la presidencia del Consejo Mundial de la Paz que estaba realizando un viaje por toda una serie de países africanos. Ese día, al llegar al hotel a las 10 de la noche, me encontré una nota del embajador cubano donde me pedía que lo llamase por teléfono. Lo hice y me dijo que acababa de llegar el Che, y deseaba verme. Me envió el coche y poco después me encontraba en la embajada con el Che, que estaba acompañado de los compañeros, Aragonés, Cienfuegos, Gallego Macera y el comandante Pedro Medina, jefe de las guerrillas venezolanas, así como otros compañeros cubanos. El Che me explicó que estaba haciendo un recorrido por los países africanos, que había llegado esa misma tarde a Argel y que, en vez de continuar viaje para El Cairo, que era su próxima etapa, tenía que salir para China, que tenía interés en hablar conmigo para explicarme el carácter de ese «recorrido» e intercambiar opiniones. Riéndose me dijo que yo iba detrás de él con la paloma de la paz deshaciendo lo que él hacía. La carcajada fue general al contestarle que lo que yo hacía era desbrozarle el camino y adormecer a los enemigos, con lo cual su tarea de guerrillero estaba facilitada.
Hasta las cuatro y media de la mañana estuvimos discutiendo.
El Che se quedaba en Argel sólo un día, teniendo que tomar el avión vía Pekín. Nos despedimos con la promesa de vernos unos días más tarde en El Cairo, ignorando los dos que ésta era la última vez que debíamos encontrarnos.
Dos semanas más tarde, en El Cairo, pasó a verme al hotel el compañero venezolano Gallego Macera, para discutir de sus problemas de la lucha armada en su país, y el embajador cubano en Argel, para comunicarme que el Che debía pasar por El Cairo de un momento a otro. El Che llegó al día siguiente, pero el encuentro no tuvo lugar, pues se quedó sólo unos minutos en el aeropuerto, emprendiendo de nuevo su «recorrido» por los países de África, interrumpido por su viaje a Pekín. Sentí no haberle visto, pero no le di mayor importancia al asunto, pensando como suele hacerse en casos semejantes: «La próxima vez será».
No debía producirse esa próxima vez: dos años más tarde, en octubre de 1967, todas las agencias de prensa daban la noticia de la muerte del Che en Bolivia. Mi primera reacción fue no creer una palabra de ese comunicado de prensa. ¡Tantas veces se había anunciado la muerte del Che!… Mas cuando conocí la declaración de Fidel del 15 de octubre, para mí no había dudas: el Che había muerto… Pero inclusive, así, sabiendo que había muerto, me era difícil admitir plenamente esa idea. En mi mensaje enviado al Gobierno Revolucionario de Cuba declaré:
La muerte del Che fue para mí, lo mismo que para millones de revolucionarios del mundo entero, una dolorosa sorpresa. Tan imposible me pareció la muerte del Che, que sólo creí en su realidad cuando Fidel lo comunicó.
Conocí al Che personalmente en 1961, cuando por primera vez visité Cuba después del triunfo de la Revolución, y desde el primer día sentí por el Che una profunda simpatía y admiración. Hablamos juntos en actos públicos y tuvimos largas conversaciones en que contrastamos nuestras opiniones sobre diferentes cuestiones, y, aunque no siempre llegamos a un total acuerdo sobre todas las cosas, sí lo estábamos en lo esencial, en las cuestiones fundamentales.
Luego, nos hemos encontrado en diferentes épocas y lugares, y la amistad comenzada en La Habana se fue haciendo cada vez más sólida; por eso su muerte es para mí triplemente dolorosa, por ser la muerte de un compañero de combate por la misma causa y contra el mismo enemigo, la muerte de un revolucionario y la de un amigo.
No está descontado que surjan señores que digan que lo que pasó al Che demuestra el fracaso de la línea de la lucha armada, demuestra que ellos tenían razón cuando combatían esa línea. No hay duda de que de la muerte del Che se deben sacar buenas enseñanzas, y Fidel, en su discurso, lo hace, pero ninguna de ellas puede conducir a la conclusión del fracaso de la lucha armada. A esa conclusión sólo pueden llegar gentes ignorantes de los más elementales principios de la lucha revolucionaria, o aquellos que quieren esconder su cobardía detrás de cómodas posturas de pasividad, pero ningún verdadero revolucionario puede llegar a tal conclusión.
En la lucha de los pueblos de América Latina por su liberación, la muerte del Che es un episodio terriblemente doloroso, pero como dice una canción de nuestra guerra española de liberación, la sangre de los héroes caídos peleando por una causa justa, se convierte en flores de victoria.
Y eso pasará, eso pasa ya hoy con la sangre generosa del Che Guevara; su ejemplo de luchador indomable contra el imperialismo yanqui y sus lacayos, su muerte heroica está despertando a la lucha a miles de nuevos combatientes…
Pero donde he llevado desde el primer momento una lucha de principios contra toda mixtificación de la obra revolucionaria del Che ha sido en las filas de mi propio Partido, cuando en un informe presentado por Santiago Carrillo en nombre del CE, se hablaba del «gesto quijotesco del Che», yo me levanté en contra, considerando —con todo mi respeto por Cervantes— que la acción político-militar del Che no tenía nada de aventurera, «romántica» y zarandajas por el estilo. Había sido la obra consciente, pensada, elaborada y llevada a la práctica de forma consecuente por un verdadero revolucionario, el cual no disocia la teoría y la práctica. De la misma manera estuve rotundamente en contra de los párrafos del informe de Carrillo (conocido en forma de folleto bajo el título «Problemas del socialismo hoy»), donde éste declara: «En un artículo dedicado a la memoria de un guerrillero guatemalteco, caído en la lucha, Ernesto Che Guevara cuenta una anécdota característica para la Revolución cubana».
Yo manifesté mi desacuerdo con tal empleo de una «anécdota» contada por el Che. Y ello, por dos razones: se quería emplear el nombre del gran guerrillero para hacer pasar conceptos oportunistas, nacionalistas; un tal empleo de una «anécdota» estaba en total contradicción con el carácter profundamente internacionalista (no sólo en la teoría, sino también en la práctica) de todo el pensamiento y actividad del Che. Por si la obra revolucionaria del Che no fuese suficiente para demostrar una tal cosa, aquí tenemos unas líneas del «Mensaje a la Tricontinental», escrito por el Che en vísperas de emprender su campaña boliviana:
[…] con ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se lucha sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de tal modo, que morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha armada, sea igualmente glorios y apetecible para un americano, un asiático y aun para un europeo.
Estas palabras sí que traducen el verdadero pensamiento y concepciones del Che, y no todas esas especulaciones, como la que acabo de citar de Santiago Carrillo.
Como se podrá ver por esta breve exposición de los principales rasgos de mi viaje a Cuba, yo le atribuía una importancia particular a esos días pasados en la isla. Y ello no tanto por razones «personales», sino por la importancia política que, según mi opinión, revestían.
La prensa, la radio, la televisión cubana comentaron amplia y positivamente mi estancia, mis declaraciones e intervenciones en Cuba, pero los órganos informativos de muchos países comentaron también ampliamente mi estancia allí y no faltaron abundantes especulaciones por parte de nuestros enemigos. No me pararé en comentar artículos como el aparecido en Avance del 26 de mayo de 1961, cuyo título, «LÍSTER, EL AMIGO DE FIDEL, TORTURABA CUBANOS IGUAL QUE TORTURO ESPAÑOLES», da una imagen bien clara de cómo percibían ciertos medios «informativos» mi estancia en la isla. Los que más se destacaron fueron los medios informativos de Estados Unidos y los franquistas. La cosa fue tomada tan en serio por estos señores, que hasta fines de 1962 continuaban las especulaciones con mi estancia en Cuba. Así podemos leer en la prensa de esos años:
ABC, del 18 de octubre de 1961, refiriéndose a la supuesta infiltración de lo que califica de «Policía del Estado Soviético»:
En estos días, el general Ivan Serov, jefe de la policía del Estado soviético, y Enrique Líster, «general comunista», como ayudante, se dedican a perfeccionar este aparato policíaco.
Un mes más tarde, J. M. Gironella, en una serie de artículos sobre Cuba, en las páginas de Vanguardia Española:
Otro periódico anunciaba la celebración aquella noche, en el Centro Gallego, de un mitin «antifranquista», presidido por el «general español Enrique Líster». […] El trato que dicho periódico dispensaba a Líster permitía suponer que éste acababa de llegar a Cuba y que su misión consistiría en fiscalizar la ortodoxia de la subversión revolucionaria en toda la América de habla española. (7 de noviembre de 1961).
Y al día siguiente, en la continuación «especificaba» Gironella:
[…] pudimos asistir al mitin «antifranquista» que, tal como estaba anunciado, se celebró en el Centro Gallego bajo la presidencia de Líster […] El mitin fue un torrente de mentiras partiendo de minúsculas verdades.
[…] habló el Che Guevara. Calificó a Líster de uno de los más entrañables amigos de Cuba, y el embajador soviético asintió con la cabeza.
Por último habló Líster. Líster era el número fuerte del programa, como lo fue en España durante la batalla de Belchite. Dijo que Cuba daba un ejemplo al mundo y era la vanguardia de las fuerzas proletarias que se disponían a liberar del yugo imperialista toda América Latina. Dijo que Cuba sangraba pensando en el dolor de la España de Franco y en los obreros detenidos en las cárceles. Afirmó que, en atención al pueblo español, era preciso renunciar a la idea de reconquistar España por la violencia; habría que reconquistarla pacíficamente. «No obstante, si los medios pacíficos no bastan, no quedará más remedio que apelar a las armas».
(8 de noviembre de 1961).
New York Times, del 6 de marzo de 1962, refiriéndose a mi «estancia» en la isla:
Los refugiados cubanos han informado de la presencia del general Líster en Cuba desde octubre del año pasado. Informaciones similares se reciben también de los medios exiliados anticomunistas españoles.
Según estos informes, el gobierno cubano no hace especiales esfuerzos para ocultar que el general Líster manda milicias o unidades regulares.
Por dos chóferes, actualmente refugiados, han llegado las siguientes curiosas informaciones concernientes a Lister.
Éstos han dicho que en el mes de noviembre de 1961 han visto entre La Habana y Palatino un largo convoy de transportes cubierto y se enteraron de que era la artillería de cohetes que mandaba el general Líster. Y dicen que en la intentona fracasada de abril de 1961, los prisioneros aseguran que el empleo de los cohetes ha sido uno de los factores de la derrota de las fuerzas de invasión.
Dos días después, la prensa española se hacía eco de esta «información»:
Según cálculos, hay ya un centenar de Mig, varias decenas de helicópteros y un respetable parque de artillería moderna. Para manejar esos equipos, Castro acaba de designar como asesor técnico al llamado Enrique Líster, cabecilla comunista… (ABC, 8 de marzo de 1962).
Así pues, me veía yo cumpliendo toda una serie de funciones al servicio del Gobierno Revolucionario de Cuba: torturador de cubanos, responsable de la policía, dirigente de unidades de milicias, consejero técnico, encargado de la cuestión de los cohetes, etc. Los medios de propaganda no hacían más que emplear la famosa fórmula de Goebels: cuanto más mentiras se digan y más grandes sean, más probabilidad hay de que cuajen.
Está claro que no se trataba ni de una «mala información», ni menos todavía de una «metedura de pata» por parte de esos señores. Lo que estaba en marcha era una campaña de intoxicación para preparar la opinión pública mundial a la «crisis del Caribe». Y en este aspecto, el manipular las especulaciones sobre mi supuesta actuación militar en la isla era un elemento más que venía a sumarse a toda esa campaña. Se trataba, pues, de un problema de orden político.
En mi informe al CE del Partido escribía yo, en junio de 1961, sobre la situación internacional en relación con Cuba:
[…] Mi opinión es que entra dentro de lo probable una nueva agresión contra Cuba, en un período próximo. Los yanquis van a esforzarse por obtener el visto bueno de los gobiernos latinoamericanos en la reunión de mediados de julio en Montevideo. Van a esforzarse por obtener el acuerdo de la OTAN por las repercusiones y consecuencias que la agresión a Cuba pueda tener en otros frentes. La agresión puede comenzar esta vez con una fuerza mixta —12 a 15 mil hombres— compuestos por cubanos, portorriqueños, algunos centenares de otros países de América Latina, algunos centenares de españoles, y como fuerza de choque, varios miles de alemanes, húngaros y de algunos otros países, todos ellos mercenarios profesionales, habiendo combatido en Corea, Indochina y sobre todo en Argelia.
Hoy sabemos que la política agresiva de Estados Unidos respecto a Cuba tomó otras formas. Pero en aquellos años (1961 − 1962) nadie podía prever qué forma, ni cuánto, ni cómo se iba a producir la agresión contra la Cuba socialista. Por lo tanto, era indispensable ver en toda la propaganda anticubana elementos destinados a ir preparando psicológicamente la «opinión pública» para una eventual agresión. En mi informe al CE del PCE sobre mi viaje a Cuba, yo insistía sobre el siguiente
particular:
En todos los países se debe realizar una vigilancia activa para descubrir todo trabajo de reclutamiento y denunciarlo.
Opino que la Revolución cubana necesita una mayor propaganda, en primer lugar entre los propios medios comunistas…
[…] la ayuda y solidaridad con la Revolución cubana debe ser elevada a un grado mayor que el actual…
En el caso de nuestro Partido, el nombre de uno de sus dirigentes —el mío concretamente— estaba siendo explotado de manera demagógica por el enemigo de la Revolución cubana para ir preparando una nueva agresión. ¿Cuál hubiese tenido que ser la actitud de la dirección del Partido? La mejor forma de salir al paso de todas las especulaciones malintencionadas era el informe en los órganos de propaganda del Partido sobre el contenido, fecha, etc., de mi viaje a Cuba. Ello hubiera sido la mejor manera de cortarles la hierba bajo los pies a todos los especuladores y privar a los órganos de intoxicación de Estados Unidos de una arma de chantaje. Por desgracia, sucedió todo lo contrario. La única respuesta a las «informaciones» provenientes de Washington sobre mi viaje a Cuba la encontramos en las páginas de El Popular, de Méjico, con fecha del 11 de marzo de 1962, en un artículo, en el cual, entre otras cosas, se decía:
Estos días, las agencias imperialistas yanquis de noticias, expertas en tergiversar la verdad y en pretender demostrar que lo blanco es negro, y viceversa, han elegido como cabeza de turco para enjaretar una truculencia al esclarecido general del Ejército republicano español Enrique Líster.
La agencia UPI lo sitúa en Cuba, dirigiendo «las unidades de cohetería de las fuerzas militares» de la gloriosa revolución.
La intención de la UPI es bien clara: hacer anticomunismo; azuzar el odio y la agresión imperialista hacia la Revolución de la isla heroica y echar su cuarto a espadas en la política criminal sobre Cuba que mantiene el Gobierno del presidente yanqui mister Kennedy y sus mandatarios, los monopolios norteamericanos. Para este papel celestinesco, rastrero, el imperialismo se sirve de sus agencias de «información». De éstas, aunque es difícil establecer su grado de desfachatez de que hacen gala, la que alcanza la mayor «proeza» en el invento de infundios es, sin duda alguna, la UPI.
No sabemos si Cuba dispone o no de cohetes, pero si los tuviera sería justo, para defenderse de la agresión con que la está amenazando continuamente el Gobierno norteamericano, que los tiene.
Estamos en condiciones de afirmar que el general Enrique Líster no está en Cuba, pero si lo estuviera no haría más que acreditar su condición de demócrata y revolucionario, puesta siempre al servicio de las causas justas.
Por parte de las publicaciones oficiales del PCE, sin embargo, no hubo la más mínima reacción en este aspecto.
Pienso que la mejor forma de esclarecer el «secreto» de un tal silencio es el de reproducir ciertas partes de mi intervención ante el Comité Ejecutivo en la reunión de febrero de 1964, cuando se discutía el asunto Claudín-Semprún:
«En mi intervención no me referiré a diferentes cuestiones surgidas en la discusión y sobre las que hay acuerdo entre nosotros, sino que trataré de aquellas en las que tenemos opiniones diferentes. Y comienzo por los métodos.
»La autoridad. Es ésta una formulación que ha aparecido mucho a lo largo de las discusiones que estamos llevando a cabo. Pero unos le damos un contenido diferente a otros. Yo estoy de acuerdo con que el secretario general de nuestro Partido deba gozar del máximo de autoridad. Opino que es un deber de todos nosotros hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que así sea. Pero ¿autoridad para qué? ¿Para emplearla al servicio del Partido o para imponer sus puntos de vista a los demás miembros de la dirección y al Partido? Yo estoy de acuerdo con autoridad para lo primero y en desacuerdo con autoridad para lo segundo.
»Hay cosas, métodos, actitudes del secretario general con las cuales yo no estoy de acuerdo. Y me perdonaréis que recurra a ejemplos, pero es la forma más gráfica que encuentro para explicar mi desacuerdo. Uno de esos ejemplos está relacionado con mi viaje a Cuba. Aunque se trata de una cuestión vieja, de más de dos años, y aunque otras veces ya hablé de ella, creo no estará de más plantearla de nuevo, pues encaja bien aquí.
»Al llegar a Praga en marzo de 1961, en un viaje para la India, Álvarez me mostró una carta de Cuba en la que se nos invitaba a Dolores y a mí para asistir allí a la fiesta del 1.º de mayo. Dije a Álvarez que informase al CE y a base de su contestación tomase las medidas del caso; es decir, que si el CE decidía que aceptara la invitación, lo comunicase a los camaradas cubanos y me preparasen las cosas para hacer el viaje a mi regreso de la India, hacia mediados de abril.
»Al pasar por Moscú de regreso de la India, Dolores me dijo que ella no aceptaba la invitación, pero que yo debía ir. Al llegar a Praga el 15 de abril, me dieron una carta de Carrillo a Álvarez, fechada el 3 de abril, en la que había un párrafo que decía: “Sobre la invitación que hacen los camaradas cubanos a Enrique, hasta mañana no podré ver el asunto con los amigos, pero mi opinión personal es favorable a que vaya, si esto no entorpece los trabajos de la comisión en la que participa” [11] .
»Al mismo tiempo, Zapiraín me dijo que posteriormente a esa carta había llegado un aviso de París de que el CE había decidido que debía hacer el viaje a Cuba, en vista de lo cual me tenían todo preparado para que saliera en el avión del 17 de ese mismo mes de abril. Como sabéis, la salida se retrasó hasta el fin de mes por la agresión de Playa Girón.
»Estuve en Cuba cuarenta días, y al regresar en agosto a París, y observar que mientras la prensa socialista, anarquista, franquista, norteamericana y de otros países seguía especulando con mi viaje a Cuba, la nuestra no decía ni palabra, y cuando vi, sobre todo, que el Secretariado tomaba el acuerdo de enviar a Gallego a Cuba y más tarde a Claudín, Marcos Ana y Modesto, no hubo duda para mí de que el silencio sobre mi viaje correspondía a un acuerdo del Secretariado. Más tarde, al expresarle a Santiago mi extrañeza por ese silencio, me dio la respuesta de que yo no había ido a Cuba enviado por el Partido.
»Ésos son los métodos del secretario general. Acepto la invitación de ir a Cuba porque así lo decide el CE y antes ya, el secretario general, y luego, el mismo secretario general niega esa decisión y reniega lo que él mismo escribió a Álvarez, y de cuya carta tengo copia en mi poder, entregada por el mismo Álvarez. No se hace ninguna discusión sobre el viaje, no se hace ni una sola objeción a mis planteamientos en Cuba, pero se hace ante nuestro Partido y nuestro pueblo la más completa conspiración del silencio por parte de la radio y de las publicaciones del Partido. Se deja que los militantes, que han conocido por la prensa franquista y otra mi estancia en Cuba, saquen sus conclusiones al no encontrar una sola palabra en la nuestra. Se deja que, sobre todo, nuestros camaradas de Cuba y nuestros amigos cubanos saquen también sus conclusiones de cómo la dirección del Partido aprecia mi estancia entre ellos. Y la conclusión no puede ser dudosa, sobre todo cuando se tenía acostumbrado al Partido a informarle de los viajes, entrevistas, asistencias a congresos y reuniones cuando se trataba de miembros de la dirección del Partido.
»La conclusión lógica a que tienen que llegar, a la que sin duda se quiere que lleguen los camaradas del Partido, y en primer lugar los de Cuba y España, es que durante mi estancia en Cuba he cometido errores políticos o de otro tipo. Los camaradas no saben las causas de esa conspiración del silencio y tampoco conocen cuál fue el conjunto de mi actividad allí. No saben que a mi regreso de Cuba hice un informe para el CE, del que entregué un ejemplar a la camarada Dolores Ibárruri en Moscú, otro envié a Carrillo para él y los miembros del CE que estaban en París; al retrasar yo mi viaje allí, entregué otro a Mendozona, en Bucarest, y di otro a Moix y Álvarez, en Praga. No saben que cada uno de los ejemplares de ese informe fue acompañado de una colección de periódicos, revistas y recortes donde estaban publicadas mis intervenciones. Intervenciones en las que defendí la Revolución cubana y expresé a sus dirigentes y a todo el pueblo cubano la solidaridad y el apoyo de los comunistas españoles. Expresé en Cuba mi completo acuerdo con la orientación de la Revolución cubana y eso mismo defendí en reuniones, conferencias y conversaciones y ante la dirección del Partido no he encontrado, por cierto, entre algunos camaradas, y sobre todo en el camarada Claudín, ningún entusiasmo en aceptar mis opiniones.
»No saben los camaradas que hice otro informe sobre cuestiones más reservadas, del que entregué un ejemplar a Dolores y envié otro a Santiago para que, como presidente y secretario del Partido, quedaran enterados de esas cuestiones, en unos casos, decidieran lo que correspondiera, en otros. Entre esas cuestiones estaban diferentes aspectos de mis conversaciones con Fidel y con Raúl, el que me invitó a pasar ocho días con él en Santiago de Cuba. Está mi petición a Fidel de una ayuda permanente para nuestro Partido, y su respuesta unos días más tarde, de que nos darían 5000 dólares mensuales y que me serían entregados los 40 000 correspondientes a los ocho primeros meses de 1961, lo que me fue entregado antes de salir de Cuba [12] .
»Lo que no saben los camaradas, por último, es que no sólo no se me ha hecho la más mínima crítica por parte de ningún órgano del Partido ni camarada de dirección sobre mis planteamientos y gestiones en Cuba, sino que personalmente se me ha dicho, por diferentes camaradas de la dirección del Partido —incluidos el presidente y el secretario general—, que eran muy positivos los resultados de mi viaje a Cuba.
»Ahora bien, si nada criticable encontraron ni el secretario general ni el Secretariado en mis planteamientos y gestiones durante mi viaje, ¿por qué el secretario general y el Secretariado dieron la orden de guardar el más completo silencio sobre el mismo? ¿Por qué, poco después de mi viaje, decidieron el envío de Gallego y luego de Claudín, de Modesto y Marcos Ana, a los que nadie había invitado? ¿Es que se quería hacer sentir que ellos eran los dirigentes, los hombres del Partido, los hombres del presente, mientras que yo no era más que el hombre del pasado, el hombre de la guerra?
»El secretario general y el Secretariado tienen la palabra. Pero por mi parte quiero dejar constancia que, según mi opinión, tales métodos no ayudan a forjar esa unidad de que tanto se habla, y que buena falta hace, ni refuerza la autoridad y el prestigio de las personas que los emplean ni de los órganos del Partido a través de los cuales se ejecutan. El resultado es todo lo contrario».
Sólo más tarde había de conocer yo, por Santiago Álvarez, a qué obedecía esta actitud de Carrillo. Entre los muchos actos en que participé a todo lo largo de la isla, estaba el gran mitin del 2 de junio en La Habana, y al que me he referido anteriormente, en el que hablamos el Che y yo. En mi discurso, yo me metí con Prieto y otros capituladores, y el Che terminó el suyo como queda reseñado.
Carrillo se sintió aludido en su política —y sobre todo en sus objetivos futuros— por lo dicho por mí, y sobre todo por lo dicho por el Che, y como no podía meterse con él, bautizó mi viaje de «no oficial», decidiendo la más rigurosa censura en las publicaciones y radio del Partido. Poco después, envió a Cuba a Gallego, Claudín, Modesto y Marcos Ana, que llevaran allí la voz «oficial» del Partido, es decir, la de Carrillo. La desgracia para ellos —y sobre todo para el jefe— fue que allí nadie les hizo caso.
Entre lo dicho anteriormente, en relación con los acuerdos a que llegué en Cuba con Fidel, estaba el envío allí de una cierta cantidad de especialistas —ingenieros, técnicos, economistas, médicos, etc.— miembros de nuestro Partido, sobre todo los que habían estudiado sus carreras en la Unión Soviética, para ayudar a los cubanos en la construcción de una nueva Cuba.
En Cuba había ya ese tipo de especialistas, enviados por los diferentes países socialistas, que gozaban de toda una serie de privilegios en relación con los cubanos (salarios, viviendas, almacenes especiales, medios de transporte, lugares de descanso, etc.). Por el contrario, los que enviásemos nosotros deberían trabajar y vivir en las condiciones de los cubanos; debía ser una verdadera ayuda internacionalista. Dolores y Carrillo, de palabra, estuvieron de acuerdo, pero rápidamente la marcha a trabajar a Cuba se convirtió en un arma de especulaciones, de negocio, de favoritismo y corrupción. A Cuba fueron enviados muchos buenos especialistas, honrados y trabajadores, pero fueron enviados otros que eran especialistas en la vagancia, en la borrachería y el puterío. Cuba fue para ellos esa América con la que soñaban muchos emigrantes que iban allí a hacerse ricos. Así entienden Dolores Ibárruri, Santiago Carrillo y sus socios el internacionalismo proletario y la ayuda a la Revolución cubana.
[11] Se refería a la comisión encargada de elaborar la historia de la guerra de España. E. L.
[12] Esa ayuda, hasta 1970, en que salí del Partido de Carrillo, se recibió normalmente; a partir de ahí no lo sé. E. L.
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