Imaginémonos un idílico vergel prehistórico, un lugar en donde corre un río con abundante agua, lleno de cantos de piedra con los que hacer herramientas. Un lugar con numerosos animales como ciervos, uros o los peligrosos osos cavernarios —mucho más grandes que los osos actuales— que caían en las simas o agujeros naturales, ahorrándoles a nuestros antepasados tener que salir a cazar.
Este lugar es la conocida Sierra de Atapuerca, en donde el equipo de arqueólogos ha encontrado numerosos restos y yacimientos. Al excavar una de las simas en las que se esperaba hallar herramientas de hace 427.000 años y restos de animales se encontraron más de seis mil restos óseos pertenecientes a unos veintiocho individuos de la especie Homo heidelberguensis.
Para hacernos una idea de cómo eran físicamente, debemos imaginar humanos con rasgos de simios: eran hombres y mujeres más bien bajitos y robustos, sus rostros carecían de barbilla y tenían unos arcos sobre los ojos muy marcados, muy parecidos a sus descendientes, los conocidos neandertales.
Otro de los enigmas que encierra la sima fue el sorprendente hallazgo de una única herramienta de piedra bautizada como Excálibur. Esta herramienta es de un inusual color rojizo y nunca fue utilizada. ¿Qué hacía junto a los cuerpos? ¿Se le cayó a alguno mientras arrojaba los cuerpos o lo tiraron allí a propósito? Si tomamos esta última como la acertada, implicaría que nuestros antepasados, aparte de ser grandes artesanos de la piedra, también tendrían algún tipo de conciencia grupal. Es decir, hoy en día lamentamos la muerte de nuestros seres queridos, pues ellos podrían haber sentido algo así. O bien es una ofrenda a algo o a estos fallecidos. Eso nunca lo sabremos con certeza.
Mucho antes de esta especie hubo otra, una nueva descubierta y bautizada en Atapuerca como Homo antecesor. Si los veintiocho muertos de la Sima de los Huesos tenían rasgos simiescos o de mono, estos los tenían aún más acentuados. Lo que llama la atención son las marcas que presentan los huesos. No son de animales, no son de rotura por una caída, son marcas de canibalismo, marcas de herramientas que hicieron otros de su misma especie.
No es la primera vez que se descubren muestras de canibalismo en la historia de la evolución, pero cada vez que se encuentra es impactante. En la mayoría de los casos estas prácticas ocurrían como parte de un ritual; sin embargo, en este caso podría tratarse de un canibalismo territorial; es decir, otro grupo de la misma especie los atacó para quedarse con el territorio y aprovecharon para comerse a los miembros del otro grupo.
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