Castlereagh: dividir la “masa occidental” de Europa de la “masa oriental“ / La alianza europea y la “América Española” / Gran Bretaña y la doctrina Monroe

Publicado el 5 de mayo de 2022, 22:36

El reconocimiento de las repúblicas hispanoamericanas era contrario a las ambiciones de la Alianza Europea. El 30 de abril de 1820 lo declaraba el zar Alejandro I al embajador de España: "ni en el Nuevo ni el Viejo Mundo pueden prosperar las Constituciones si no han sido otorgadas por la benevolencia de los Soberanos, como una concesión voluntaria. Nos el Zar condenamos, con la reprobación más enérgica, los medios revolucionarios usados para dar nuevas instituciones a España. El actual gobierno español tiene que ofrecer expiaciones a los pueblos de los dos Hemisferios". Seguidamente se proponía enviar un ejército para derrocar al gobierno español. El ministro inglés, Castlereagh estudió la iniciativa rusa en el State Paper de 5 de mayo de 1820, condensación de varios siglos de diplomacia y conocido como el "fundamento de la política exterior británica". Pero, por más que la propuesta fuera presentada por Moscú y Viena como medida contra un peligro revolucionario para Europa, el dirigente británico ponía en duda que fuera deseable la actuación unánime de las Potencias en todos los temas políticos, para él "la solución del problema radicaba en cómo impedir la fusión o confusión entre la "Masa Oriental" y la "Masa Occidental". Esta negativa británica a intervenir llevó a los absolutistas españoles a mirar hacia Rusia en búsqueda de auxilio, pero ello era contrario a la estrategia inglesa que se negaba a admitir que tropas de la Eastern Mass se desplazaran hacia la retaguardia de la Western Mass, aunque fuera para derrocar a un gobierno constitucional... Castlereagh opuso al Kremlin el principio según el cual "cada Estado debe apoyar su seguridad en su propio sistema político, y no en gobiernos extranjeros". Estimaba que Viena y Moscú magnificaban la influencia de la revolución española como coartada de su intervención. Sin embargo la no intervención distaba de ser absoluta. A su embajador en Madrid le ordenaban abstenerse de intervenir u opinar "salvo si la vida de Fernando VI corriera peligro o Madrid preparara una ofensiva hacia Portugal". Tratando de neutralizar el acuerdo de intervención de Austria sobre Nápoles, instruyó a sus embajadores de Rusia, Austria y Prusia (19/1/1821) en el sentido de que el gobierno inglés no reconocía el sistema federativo liderado por Rusia, nación que no disponía del ejército efectivamente más poderosos. Por lo mismo, se opuso a la intervención de Moscú en apoyo de cristianos ortodoxos griegos sublevados contra la dominación turca. Estaba claro que el interés preferente de Londres no era otro que mantener la división entre las dos "masas" europeas por encima de toda cuestión sobre soluciones religiosas o ideológicas. Un siglo más tarde Winston Churchill sintetizaría: "Durante cuatrocientos años la política exterior de Inglaterra ha sido oponerse a la Potencia más fuerte, más agresiva, más dominante del Continente". En 1945, Churchill y Attle intervendrían de nuevo en Grecia contra un supuesto respaldo ruso a una "rama del espíritu organizado de insurrección" las guerrillas antifascistas de Vafíadhis "Markos" en 1946.

La negativa británica a intervenir llevó a los absolutistas españoles a mirar hacia Rusia en búsqueda de auxilio. Pero se encontraron con la estrategia británica contraria a que tropas de la Eastern Mass se desplazaran hacia la retaguardia de la Western Mass, aunque fuera en este caso para derrocar a un gobierno que preocupaba. Castlereagh esgrimió el principio según el cual "cada Estado debe apoyar su seguridad en su propio sistema político, y no en gobiernos extranjeros"; estimaba que Viena y Austria magnificaban la revolución española como coartada de su intervención. Aunque a Castlereagh lo que realmente le preocupaba era que la Alianza Europea sentara el precedente de un centro de poder supraestatal. El Ejército ruso contaba desde 1812 con los efectivos más numerosos. Por la misma razón se opuso a que Moscú interviniera en apoyo de cristianos ortodoxos griegos sublevados contra la dominación turca. Un siglo más tarde Winston Churchill haría pública esta política: "Durante cuatrocientos años la política exterior de Inglaterra ha sido oponerse a la Potencia más fuerte, más agresiva, más dominante del Continente (...), la cuestión no es si se trata de España, de la monarquía francesa, del Imperio francés, del Imperio alemán o del régimen de Hitler. No tiene nada que ver con gobiernos o naciones; lo único que importa es el más fuerte o potencialmente dominante(...)".

 

La alianza europea y la “América Española”

Mientras los absolutistas españoles y Fernando VII se esforzaban en lograr que el recién instaurado gobierno borbónico de París y los germanos se sumaran al propósito intervencionista de Moscú, París decidía respaldar la oposición inglesa a que el Zar enviara su ejército a España. La cuestión era que París deseaba intervenir en su provecho exclusivo, no de la Alianza Europea u otro de sus miembros.

Durante el Congreso de Verona Rusia fue portavoz de los absolutistas españoles y propuso, de nuevo, enviar un ejército de la Alianza para acabar con el gobierno constitucional de los españoles. Inglaterra mantuvo el reto, instruyó al duque de Wellington para que "franca y perentoriamente declarara que ninguna interferencia semejante, en cualquier forma, contaría con la participación de su Majestad". La resistencia obedecía a la voluntad de evitar que Rusia interviniese tanto en el oeste de Europa como en la América española. Al propio tiempo, el Kremlin deseaba intervenir para contrarrestar la influencia anglosajona en América. Finalmente, Inglaterra se retiró del Congreso de Verona. El compromiso del Zar con los legitimistas, el fuerte anhelo de París de asumir protagonismo, el deseo ferviente de los germanos por mantener su colaboración con los rusos, terminaron por decidir el 22 de noviembre de 1822 la intervención conjunta en España o Nápoles: "destruir el sistema de gobierno representativo de cualquier Estado de Europa donde exista (...) suprimir la libertad de imprenta (...) sostener las disposiciones que el clero esté autorizado a poner en ejecución para mantener la autoridad de los príncipes(...)".

Tras el Acuerdo, Austria intentó una vía media entre el intervencionismo ruso y la oposición inglesa, dirigiendo un ultimátum ultrajante al gobierno de Madrid: rendirse para evitar la invasión. Francia envió su propio ultimátum. La respuesta del gobierno español, el 9 de enero de 1823, fue otra: "la Nación española se halla gobernada por una Constitución (...) no se ha mezclado nunca en las instituciones y régimen interior de otra ninguna (...) y no reconocerá jamás en ninguna Potencia del derecho de intervenir ni de mezclarse en sus negocios".

El ministro francés Chateaubriand había preparado no sólo intervenir en España sino imponerle una Charte constitucional semejante a la otorgada por Luis XVIII de Borbón a los franceses, cosa que alarmó a los británicos y puso en crisis a la Alianza. Para Canning, sucesor de Castlereagh, la invasión francesa tenía como fin: "aterrorizar a los revolucionarios de Francia aplastando a los de España". Ante la intervención francesa de 1823, a diferencia de lo ocurrido en las de 1702 y 1808, Inglaterra, para evitar que la Potencia europea terminase recuperando las Indias, concentró su flota en la desembocadura del Tajo; exigió a París garantías de que: 1. El Ejército francés se abstendría de ingresar en Portugal, 2. No ocuparía indefinidamente España, retirándose tras derrocar al gobierno constitucional, 3. La Alianza Europea se comprometería a no restablecer el poder español en el continente americano".

 

Gran Bretaña y la doctrina Monroe

Francia aceptó, pero fue evasiva en cuanto a renunciar a la América hispana. Inglaterra reaccionó pidiendo a EEUU respaldo contra una eventual intervención europea en Hispanoamérica a través de España. Por primera vez, en 1823, Londres y EEUU coincidieron en que la "isla anglosajona" debía absorber desde Terranova a Magallanes, excluyendo del mismo la influencia del Poder europeo.

La coincidencia de Washington-Londres marcaría la pauta de una duradera política. James Monroe, presidente de EEUU, era partidario de condenar la intervención en España y Grecia, en prevención desde luego y era su mayor preocupación de su ulterior prolongación sobre la América hispana. La posición de Francia expuesta a primeros de 1823 tenía asimismo un alcance global que perduraría más de un siglo. "Nuestra real política -decía Chateaubriand- es la política de Rusia, mediante la cual nosotros contrapesamos a dos enemigos declarados: Austria e Inglaterra. En Washington marcaban también las pautas de una duradera política. Rechazaban tanto los designios ingleses como los del resto de la Alianza Europea. El presidente James Monroe era partidario, en un principio, de condenar la intervención europea en Grecia y la propia España. Quería evitar cualquier prolongación del intervencionismo europeo a las Américas españolas... Pero se impuso el criterio del secretario de Estado, John Quincy Adams, asumido por Monroe. Consistiría en abstenerse EEUU en un asunto europeo (invasión y derrocamiento del gobierno de España), abstenerse la Alianza Europea de intervenir en la América española". Así, cortaba a los europeos continentales el camino hacia América.

Inglaterra, en el momento que Francia ocupaba España en octubre de 1823, aprovecho para negociar con Francia el compromiso de que ésta no intentaría restablecer el poder español en América. Así, sin la colaboración de Francia, Rusia se abstendría siempre de actuar en solitario. Finalmente, Monroe, tranquilo ya al saber que Francia se había inclinado ante el veto inglés, en su mensaje anual al Congreso insertó los tres principios de una política exterior largamente sostenida: !. El continente americano no debía ser considerado objeto de colonizaciones futuras por ninguna potencia europea; 2. En contrapartida, EEUU se abstendría de intervenir en los asuntos internos de Europa. Adams fue luego más restrictivo: "nuestra postura no se extenderá más allá de un compromiso mutuo de las Partes con el pacto de mantener la aplicación en el territorio propio (...)"México, Brasil, Colombia y otros países protestaron, pidiendo a EEUU comprometerse en caso de "reconquista" por la Alianza Europea después de intervenida España. Londres replicó con un despacho a su embajador en Washington (8/2/1826), que definiría la política de Gran Bretaña en América hasta 1895: "La pretensión de EEUU de ponerse a la cabeza de la Confederación de todas las Américas, e inclinar esa Confederación contra Europa (Inglaterra incluida), no es una pretensión identificada con nuestros intereses, o que podamos aceptar como tolerable".

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