...Estado radicaba la fuerza para los cambios que el país requería, la República, por primera vez en nuestra historia, separó la Iglesia del Estado y acabó con sus privilegios económicos, sociales, jurídicos, etc. Ahora pasaría a ser una asociación voluntaria. Para la Iglesia, como para la derecha española, estas medidas sobrepasaban todo límite. Cualquier iniciativa que conllevara reducir su privilegiado estatus era calificada de persecución. Incluso la exigencia de que los profesores de los centros religiosos fuesen licenciados [12] . En un primer momento, según el cardenal Vidal i Barraquer, que recibió poderes del papado para negociar con la República, la actitud de la Iglesia se pudo resumir así: «… ganar tiempo, salvar todo lo que sea posible… y concertar un arreglo o modus vivendi [con el gobierno]… mientras duren las gestiones para el concordato» [13] . Según Callahan, Vidal era igual de conservador que Segura pero mucho más realista y partidario de llegar a acuerdos. De hecho, se opuso a las actividades conspirativas de los monárquicos e intentó ganarse a los sectores moderados y católicos (el propio Alcalá-Zamora, Miguel Maura, Fernando de los Ríos) del republicanismo.En ese contexto inicial hay que situar la inoportuna y virulenta pastoral promonárquica y antirepublicana del cardenal Pedro Segura del 1 de mayo del 31, los sucesos de los días 11 y 13 de ese mes y las nuevas interferencias de Segura en el mes de agosto. La quema de conventos, que afectó a varias ciudades españolas, sorprendió por igual tanto a la Iglesia como al Gobierno, que acabó sacando el Ejército a la calle y condenando la violencia pero que fue acusado de pasividad. No hubo víctimas mortales en dichos días, pero sí el día anterior, el 10, hecho que se olvida con frecuencia. Hay que decir que los «sucesos de mayo», convertidos por la derecha en la primera «gran decepción» producida por la República y constantemente exagerados para demonizar el republicanismo y socavar el laicismo, comenzaron con una provocación monárquica que dio lugar a una manifestación reprimida por la Guardia Civil, que causó dos muertos entre los manifestantes. También se olvida, como ha destacado Hilari Raguer, la pastoral de Gomá de 10 de mayo, bastante más dura que la de Segura y en la que, además de aludirse al «peligro de esta fábula de la soberanía nacional», se recordaba que el poder procede de Dios y no del pueblo [14] .Las conversaciones entre Iglesia y Gobierno se prolongaron durante un tiempo en que hubo propuestas de todo tipo, tanto moderadas como radicales, que quedaron en nada. Al decir esto hay que tener en cuenta que la comisión encargada de redactar el acuerdo, presidida por el jurista Luis Jiménez de Asúa, propuso no solo lo ya comentado sino la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus propiedades. Vidal i Barraquer la consideró una Constitución no ya laica sino atea y habló de «la apostasía del Estado español». Segura aludió al laicismo, «la peste de nuestros tiempos». El ministro de Gobernación Miguel Maura ordenó entre mayo y junio dos expulsiones: la del obispo de Vitoria Enrique Múgica por pretender asistir a un acto carlista y la de Segura por sus constantes provocaciones. Por su parte el papado, más de acuerdo con la política de mano izquierda de Vidal, que con el estilo de Segura —el primero consideraba que la presencia de Segura repercutiría negativamente en la resolución de la «cuestión religiosa»—, obligó a dimitir a este en septiembre de 1931. A fines de 1931 —el 9 de diciembre se votó la Constitución— cincuenta y nueve obispos realizaron una «reprobación colectiva» de la Constitución y de las leyes aprobadas por el Gobierno, sobre todo las relacionadas con la enseñanza y el divorcio. La ofensiva de la prensa de derechas fue, en ese momento, general. Como escribió Julián Casanova «las bases de la cultura nacional católica estaban en peligro» [15] . Al mismo tiempo, a escala local, se produjo una movilización contra los cambios relacionados con el laicismo promovidos por la República, entre los que cabe destacar la coeducación (la derecha mantenía que la coeducación era anti pedagógica e impropia de países cultos), la retirada del crucifijo en las escuelas (paralela a la desaparición de la religión en la enseñanza pública), la secularización de los cementerios (su conversión de católicos en civiles, que solo contaba con el antecedente del sexenio democrático en el siglo XIX ), y la desaparición de simbología religiosa del espacio público (sirva de ejemplo el Sagrado Corazón de Jesús, al que Alfonso XIII dedicó el país en 1919, tras lo cual se inició una fiebre que sembró de símbolos con él relacionados las plazas, calles e incluso las casas de todo el territorio nacional) [16] .
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