La misma Iglesia que consideró a «Don Bruno» un «cristiano ejemplar» sabía de sobra que vivía amancebado con la hija de un conocido picador. ¿Y qué decir del cura Hidalgo? Sus líos amorosos con una prostituta eran de dominio público. De ahí que se le catalogara de sinvergüenza y asesino. También hubo otros religiosos que se sumaron al terror, caso del canónigo José María Molina Moreno o los curas Mariano Ruiz Calero y Ángel Onieva Molina, capellán del cementerio. No se sabe el nombre, pero uno de los mencionados hasta ahora debió de ser el que una madrugada, después de dar la extremaunción a los que acababan de ser asesinados, se dirigió a un carabinero que formaba parte del pelotón y le dijo: «Hay que matarlos, porque si no, ellos lo harán con nosotros».Los pueblos ofrecen más ejemplos. Los trabajos de Arcángel Bedmar sobre varios pueblos cordobeses constituyen fuente imprescindible. Lucena, por ejemplo, con el coadjutor Federico Romero Fustegueras, capellán de milicias, a las que acompañaba en sus razias con la pistola al cinto. Del mismo pueblo, el arcipreste Joaquín Garzón Carmona, que condecoró a Varela cuando estuvo de visita. El párroco Joaquín Jiménez Muriel, que colocaba un altavoz en la puerta de la iglesia para que todos pudiesen escuchar las charlas de Queipo. En Montilla destacan por su fascismo manifiesto el arcipreste Luis Fernández Casado, el coadjutor Miguel Ávalos, capellán de Falange, y el coadjutor Agustín Moreno, capellán de la Sección Femenina. Fue el primero de ellos, Fernández, el que, cuando fue la madre de Francisco Solano, preso en un Batallón de Trabajadores en Palma de Mallorca, para ver si se podía mejorar su situación, le dijo: «Déjalo, que purgue sus culpas». La excepción, que se comentará luego, la constituyó el canónigo de la catedral José Manuel Gallegos Rocaful, diputado en las Constituyentes de 1931 y profesor de Filosofía de la Universidad de Madrid.Entre los curas que se negaron a devolver los favores recibidos está también el de Los Corrales (Sevilla), José Román, protegido tras el golpe por varios izquierdistas, entre ellos el alcalde Antonio Rueda Martín y elpresidente de las Juventudes Socialistas Bonifacio Espada. Luego, en 1937, cuando el alcalde fue detenido tras la caída de Málaga, su familia acudió a Román para que intercediera por él, pero se negó. El alcalde fue asesinado en Sevilla el 27 de junio de 1937 [75] .Sobre esta manera de desentenderse de aquellos que habían actuado para protegerlos pueden ponerse más ejemplos. En Sevilla, en los primeros momentos después del golpe, un grupo de hombres entró en el domicilio del párroco de la O, Pedro Ramos Lagares, para registrar la casa en busca de armas. La situación podía dar lugar a cualquier violencia, pero el albañil José Hidalgo «El Sanlúcar» les dijo a sus compañeros: «¡A don Pedro no matarlo porque es un buen hombre!», y el párroco fue respetado. Unos meses después detuvieron al «Sanlúcar», que había ingresado en Falange tras la ocupación del barrio de Triana, y tuvo que pasar por un consejo de guerra en el que el cura, ignorando las súplicas de la madre de Hidalgo, declaró que no sabía si había dicho tal cosa en su favor. El resultado fue que lo condenaron a cadena perpetua, lo que en aquella situación cabía considerar una suerte; otros compañeros del grupo como Manuel Álvarez o José Gómez Morales, detenidos con anterioridad, ya habían sido asesinados [76] .
Crea tu propia página web con Webador