A Julián Marías lo acompañó toda su vida un recuerdo lacerante: «Íbamos en el tranvía, torcíamos desde Alcalá para entrar en Velázquez, y una mujer que iba sentada en la fila de delante señaló con el dedo hacia una casa, un piso alto, y le dijo a otra con la que viajaba: “Mira, ahí vivían unos ricos que nos los llevamos a todos y les dimos el paseo. Yo a un crío pequeño que tenían lo saqué de la cuna, lo agarré por los pies, di unas cuantas vueltas y lo estampé allí mismo contra la pared. Ni uno dejamos, a la mierda la familia entera” (…) aquella mujer comentó su salvajada (…) con toda naturalidad. Sin darle excesiva importancia. Con la absoluta sensación de impunidad que hubo en aquellos días, le traía sin cuidado quien la oyera. Con orgullo incluso.» [23] Marías recordaba otra barbarie del bando contrario: tras la entrada de los nacionales en Ronda llevaron a tres presos a las afueras para fusilarlos, pero antes les ordenaron cavar su propia fosa. Uno de ellos, Emilio Mares, hijo de un alcalde republicano, se encaró con sus verdugos: «A mí me podréis matar y me vais a matar —les dijo—. Pero a mí no me toreáis».Marías le escuchó la historia a un famoso escritor que se jactaba de haber participado en el asesinato: «Le tomamos la palabra y lo toreamos, literalmente. Lo lidiamos. “Con que no, ¿eh?, (le dijo el malagueño). Tú te vas a enterar”. Y cogió la camioneta, se volvió para la ciudad y en menos de media hora estaba de regreso en el campo con los trastos. Allí mismo lo banderilleamos, lo picamos un poquito desde el techo de la camioneta haciéndole pasadas lentas y luego fue su paisano el que se encargó del estoque. Un tipo atravesado, muy cabrón, y se vio que tenía algo de práctica, le entró muy bien a matar, la primera hasta el fondo, cruzada en el corazón. Yo le puse sólo un par de banderillas cortas, en lo alto de la espalda. Vaya si se enteró el tal Emilio Mares. A los otros dos los tuvimos de público y los obligamos a gritar olés. No los fusilamos hasta rematar la faena, en premio por haber cavado. Así pudieron ver de lo que se habían librado. El malagueño se empeñó en cobrarse una oreja.» [24]Emilio Carrere describe el ambiente del Madrid de los paseos: «A las doce de la noche el café Universal inundado de gentualla de mono azul. Borrachos que acababan de ser ladrones y esperaban la madrugada para ser asesinos. Mujeres ebrias de coñac y de un lujurioso deseo necrofílico; las lumias que presenciaban las ejecuciones».Como muestra, ya basta. En el curso de unos meses se asesina a miles de ciudadanos inocentes por razones políticas, miles de tragedias que afectan prácticamente a todas las familias del país, cada muerto con su conmovedora y terrible historia.A lo largo de la guerra, la represión causará casi tantos muertos como los combates, quizá más.En los pueblos, el que ha quedado en el lado equivocado tiene difícil escapatoria, pues todo el mundo se conoce y está al tanto de las ideas del vecino. En las grandes ciudades, las oportunidades de ocultarse o de sumirse en el anonimato son mayores. Muchos abandonan sus domicilios, se disfrazan y se mudan a pisos anónimos, a modestas pensiones. En Madrid hasta siete mil fugitivos derechistas se acogen a las embajadas, protegidos por la inmunidad diplomática. A lo largo de la guerra, la Cruz Roja conseguirá muchos canjes de prisioneros entre uno y otro bando. Otros se presentan voluntarios para el frente, donde se van a sentir más seguros que en la retaguardia o, quizá, con la esperanza de pasarse al otro lado a la menor ocasión. También menudean las conversiones súbitas a la ideología dominante en la zona, el caso de Manuel Machado. En la zona nacional se agota la tela azul marino con la que se confecciona la camisa azul falangista debido a la demanda de camisas. Son como un salvoconducto para circular por la calle («el salvavidas», las llaman). La democracia y la pluralidad están bajo sospecha. Los partidos de menor entidad, aunque sean derechistas, se apresuran a disolverse. Toda precaución es poca.Una noticia de prensa: «El vicepresidente y secretario del Partido Radical Autónomo visitaron al gobernador civil para manifestarle que, aunque ya estaba desde hace tiempo disuelto, venían a reiterarle que la disolución era un hecho, sintiendo que el carecer de fondos les impidiera hacer un donativo para el Ejército, si bien deseaban hacer constar que el referido partido no existía.» [25]Una serie de organizaciones sigue el ejemplo de los partidos y se autoextingue, por si las moscas, entre ellas entidades tan apolíticas como la Unión General de Conductores de Automóviles, la Sociedad de Dependientes de Freidurías de Pescado y el Consorcio de Fabricantes de Sillas de Enea.Mientras tanto, en el lado opuesto, la revolución prosigue su curso. «El analfabeto que preside un tribunal popular tiene más autoridad que un magistrado del Supremo; un sargento de milicias manda más que un coronel del ejército; un presidente de un comité de barrio de la CNT o de la FAI más que un miembro del Gobierno» (Serrano Suñer).El 21 de agosto los milicianos se presentan en la cárcel Modelo y, sin que el director y los funcionarios puedan evitarlo (nuevamente la suprema razón de las armas), seleccionan a los presos derechistas más cualificados y los fusilan. Desde la terraza de un edificio colindante otros milicianos disparan contra los presos que pasean en uno de los patios y matan a una docena.Cuando conoce lo ocurrido, Indalecio Prieto comenta: «Hoy hemos perdido la guerra».
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